HEBREOS 6, 1 – 12
Hebreos 6:1–12 – “El peligro de la apostasía”
1 Por tanto, dejando la palabra del comienzo en la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, y de la fe en Dios,
2 De la doctrina de bautismos, y de la imposición de manos, y de la resurrección de los muertos, y del juicio eterno.
3 Y esto haremos a la verdad, si Dios lo permitiere.
4 Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron el don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo,
5 Y asimismo gustaron la buena palabra de Dios, y las virtudes del siglo venidero,
6 Y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios, y exponiéndole a vituperio.
7 Porque la tierra que embebe el agua que muchas veces vino sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos de los cuales es labrada, recibe bendición de Dios:
8 Mas la que produce espinas y abrojos, es reprobada, y cercana de maldición; cuyo fin será el ser abrasada.
9 Pero de vosotros, oh amados, esperamos mejores cosas, y más cercanas a salud, aunque hablamos así.
10 Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado a su nombre, habiendo asistido y asistiendo aún a los santos.
11 Mas deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el cabo, para cumplimiento de la esperanza:
12 Que no os hagáis perezosos, mas imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.
En nuestra meditación de hoy nos centraremos en dos puntos, en primer lugar los versículos 4 al 6 que por ahora sólo diré que se refieren a personas que han participado de la comunión de los santos pero que nunca fueron convertidos, debemos predicar todo el consejo de Dios, por eso tomo estos versículos que producen en mi corazón una tristeza profunda, como Uds. no se imaginan.
Pero como la gracia de Dios es mayor que nuestra tristeza, concluiremos con el mensaje de esperanza y llamado a la acción evangélica que Pablo dirige a los creyentes en los versículos 9 al 12.
La maldición de la apostasía
En estos versículo se revela el tema central que comenzamos a ver en nuestra meditación pasada, Pablo hace una fuerte advertencia del peligro que reviste la apostasía.
¿Qué es apostasía?
Apostasía es desafiar el sistema establecido y su autoridad, es una rebelión con abandono de la fe.
En cuanto a las formas de la apostasía, hay dos tipos principales:
- Alejarse de las doctrinas claves y verdaderas de la Biblia y caer en las enseñanzas que herejes proclaman ser la doctrina cristiana «real»; y
- Una renuncia completa a la fe cristiana, que resulta en un abandono completo de Cristo.
Hay varios puntos que resulta de interés considerar en los versículos 4 al 6:
“Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron el don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron la buena palabra de Dios, y las virtudes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios, y exponiéndole a vituperio”.
Recordemos que Pablo al escribir esta epístola tuvo en mente a:
- judíos creyentes fieles,
- judíos simpatizantes del evangelio pero que no habían acudido al Señor en arrepentimiento y fe que la sangre de Cristo tenía el poder de limpiar sus pecados y, por último,
- judíos incrédulos que se sentían atraídos por el evangelio y Cristo pero tenían distancia con la iglesia.
Sin duda, Pablo en estos versículos se está dirigiendo principalmente a personas del segundo grupo y tal vez del tercero, por la autoridad que nos da la Palabra de Dios podemos afirmar, en forma categórica, que las personas de quienes habla el escritor bíblico, en estos versículos, no eran creyentes, se trataba de personas que habían gustado el evangelio, en algún momento de sus vidas se sintieron atraídos por él pero nunca estuvieron dispuestos a abrir su corazón al Señor.
La afirmación que encontramos en Hebreos 6:4 es una sentencia fatal para quienes se ponen en esta situación, no podemos dejar de pensar en lo definitivo que es la situación de ellos al leer “Porque es imposible que…”, ¿existe alguna posibilidad de que ocurra un cambio? Ninguna, la suerte para estas personas está echada desde antes de la fundación del mundo.
Leemos en la epístola de Judas: “Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los cuales desde antes habían estado ordenados para esta condenación, hombres impíos, convirtiendo la gracia de nuestro Dios en disolución, y negando a Dios que solo es el que tiene dominio, y a nuestro Señor Jesucristo” Judas 1:4.
Pedro cataloga a los apóstatas de la fe en su segunda epístola como: “Estos son fuentes sin agua, y nubes traídas de torbellino de viento: para los cuales está guardada la oscuridad de las tinieblas para siempre” 2ª Pedro 2:17.
Es muy triste la experiencia de ver personas que parecían ser cristianos fervientes que de la noche a la mañana dejan de congregarse y luego nos encontramos con que se han transformado en unos detractores acérrimos del evangelio, más aún, se ufanan de su nueva fe: el ateísmo y otros de su agnosticismo, muy orgullosos de sus nuevos caminos.
Por eso es que Pablo advierte a la iglesia y podemos entender con realismo y tristeza las palabras del apóstol Juan que, refiriéndose a estas personas, escribe: “Salieron de nosotros, mas no eran de nosotros; porque si fueran de nosotros, hubieran cierto permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que todos no son de nosotros” 1ª Juan 2:19.
En nuestro texto leemos que ellos fueron “iluminados…”, esto es: fueron instruidos en el evangelio pero lo recibieron como un mero conocimiento intelectual, tal vez lo entendieron conceptualmente pero no fueron regenerados, por eso nunca el mensaje hizo vida en sus corazones, porque siempre estuvieron “muertos en sus delitos y pecados” Efesios 2:1.
Además, vieron el cambio de vida de los creyentes y comenzaron a imitar su forma de vida, gustaron el don celestial, es decir, experimentaron la bondad de Dios en sus vidas, pero eso no es suficiente para tener la salvación, incluso exteriormente es muy probable que momentáneamente sus vidas hayan tenido un cambio que los mimetizó con los creyentes fieles, Judas nos dice que son personas que entran encubiertamente, son personas dobles, muestran piedad a la vista de los hombres pero los gobierna la impiedad y, al no ser convertidos, son hijos de Satanás.
En un momento fueron partícipes del Espíritu Santo, pero resistieron en su corazón su obra, si se fijan nuevamente aparece un protagonista fatal: la incredulidad.
Son incrédulos a Dios y su Palabra, eso es lo que caracteriza a estas personas, sin embargo, actúan con astucia para lograr objetivos mundanos totalmente alejados de la gloria de Dios que mueve a un hijo de Dios genuino. Es lo que nos advierte Judas: “hombres impíos, convirtiendo la gracia de nuestro Dios en disolución, y negando a Dios que solo es el que tiene dominio, y a nuestro Señor Jesucristo”.
Pero no es posible llevar una vida doble por tiempo indefinido, tarde o temprano se revela la verdad. En este caso se refleja en la palabra: “recayeron”, este término habla de cometer infidelidad, es la misma acción a la que se refiere el profeta Ezequiel:
“Mas si el justo se apartare de su justicia, y cometiere maldad, e hiciere conforme a todas las abominaciones que el impío hizo, ¿vivirá él? Todas las justicias que hizo no vendrán en memoria; por su rebelión con que prevaricó, y por su pecado que cometió, por ello morirá” Ezequiel 18: 24.
Hermanos, estamos ante una tragedia tremenda, la incredulidad que hace presa del apóstata, lo aparta de los caminos del Señor, menospreciando lo que Dios hizo por su salvación y las consecuencias para estas personas es categórica: “Porque es imposible… sean otra vez renovados para arrepentimiento”.
Un poco antes Ezequiel ha dicho: “Mas el impío, si se apartare de todos sus pecados que hizo, y guardare todas mis ordenanzas, e hiciere juicio y justicia, de cierto vivirá; no morirá” Ezequiel 18: 21. Por lo menos un pecador que recién tiene un acercamiento al evangelio tiene la posibilidad de ser regenerado por el Espíritu Santo y recibir a Cristo como su Salvador, el apóstata ya perdió definitivamente dicha opción, porque nunca fue convertido.
Luego de recibir una revelación completa del evangelio, esto es: “habiendo conocido a Dios… el necio corazón de ellos fue entenebrecido” (Romanos 1:21), conscientemente rechazaron la verdad y llegaron a una conclusión totalmente opuesta a la verdad acerca de Jesucristo, por lo que terminaron perdiendo toda esperanza de ser salvos, pues Dios “los entregó a inmundicia… a afectos vergonzosos… a una mente depravada…” (Romanos 1:24 y siguientes).
Al concluir esta parte del mensaje, el dolor que siento es indecible, es una pena inmensa por aquellos que habiendo abrazado el evangelio una vez, vivieron mostrándose como lo que no eran y hoy han sellado su destino eterno en condenación. Nuestras oraciones por ellos no tienen sentido, es más, de lo expuesto concluimos que desafiamos la voluntad de Dios pidiendo clemencia divina para un apóstata de la fe, porque la maldición de la apostasía es: condenación eterna.
Permítanme un punto antes de continuar. Es necesario precisar que no todo el que se aleja de los caminos del Señor es un apóstata. El apóstata es aquel que ha tomado conscientemente la decisión de rechazar el evangelio luego de haber gustado el mensaje de salvación perdiendo así toda esperanza de ser salvo.
Conozco a muchos, especialmente jovencitos que llegan a una edad y se creen grandes y como tienen su profesión y se hacen autovalentes se alejan de la comunión de la iglesia, prestando atención al mundo, han sido atrapados por él, pero al cabo de un tiempo, cual hijo pródigo se dan cuenta de su error y recapacitan y regresan a donde pertenecen, donde nunca dejaron de pertenecer, porque la salvación que una vez recibieron jamás la perderán, pues todo creyente ha sido sellado por el Espíritu Santo y Él es nuestra garantía de que somos hijos de Dios. Llegado el momento regresarán, si bien muchos lo harán casi destruidos, de todos el Padre nos dirá: “este tu hermano muerto era, y ha revivido; habíase perdido, y es hallado” (Lucas 15:32), palabras que un apóstata jamás oirá.
La realidad del creyente
“Pero de vosotros, oh amados, esperamos mejores cosas, y más cercanas a salud, aunque hablamos así.
Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado a su nombre, habiendo asistido y asistiendo aún a los santos.
Mas deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el cabo, para cumplimiento de la esperanza: que no os hagáis perezosos, mas imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas”.
El versículo 9 deja de manifiesto que Pablo vuelve a dirigirse a los judíos convertidos, y por extensión a todos los que hemos recibido el evangelio de salvación en nuestros corazones.
Todo creyente tiene el derecho de apropiarse estas palabras, disfrutemoslas y consideremos nuestra responsabilidad al leerlas, luego del golpe que resulta referirse, más que a la apostasía, al final que espera al apóstata, viene este bálsamo para el alma del creyente.
“Pero de vosotros, oh amados…”, sí, de nosotros, de ti hermano querido, el Señor espera “mejores cosas”: nuestra fidelidad, que muestra la obra de transformación de vida que el Espíritu Santo ha obrado en cada uno de nosotros, el mismo apóstol Pablo escribe a los Filipenses aconsejándolos:
“Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Filipenses 2:12. Ya hemos meditado en el hecho de que el creyente, porque lo es, persevera en los caminos del Señor, esa es una evidencia irrefutable de haber sido objeto de la salvación “Porque participantes de Cristo somos hechos, con tal que conservemos firme hasta el fin el principio de nuestra confianza” (3:14)
El propio Jesús, refiriéndose a nuestros días, los cercanos al fin, nos advierte:
“Y muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos (apóstatas)... Mas el que perseverare hasta el fin, éste será salvo” Mateo 24:11,13. Nadie posee naturalmente la capacidad de perseverar en fidelidad, esa es la obra de Dios en el corazón de sus hijos, de nosotros. Por lo tanto, no es un mérito nuestro permanecer fieles, es el resultado de la obra de Dios en nuestro corazón, de lo contrario tendríamos algo de que gloriarnos por nuestra fidelidad “Si fuéremos infieles, él permanece fiel: no se puede negar a sí mismo” 2ª Timoteo 2:13.
Nuestra tarea, un privilegio
“Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado a su nombre, habiendo asistido y asistiendo aún a los santos”.
La bondad y misericordia de Dios por y para nosotros es tan incomprensible para nuestra limitada mente, que resulta incomprensible cómo Dios considera las acciones con que manifestamos que hemos sido hechos nuevas criaturas “Porque somos hechura suya, criados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó para que anduviésemos en ellas” Efesios 2:10.
El Señor nos da el privilegio de apoyar a otros creyentes, compartir lo que de gracia hemos recibido (Mateo 10:8). Esta es una reflexión muy oportuna en la situación que estamos viviendo, muchos hermanos están pasando momentos difíciles, ya sea de salud como de apremios económicos, lo que Pablo está afirmando en el vers. 10 es un principio que Jesús estableció durante su ministerio, el apoyo que brindamos a nuestros hermanos, nuestro Señor lo considera como hecho por nosotros directamente a Él.
“Entonces el Rey dirá a los que estarán a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo: porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui huésped, y me recogisteis; desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí.
Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos? ¿o sediento, y te dimos de beber? ¿y cuándo te vimos huésped, y te recogimos? ¿o desnudo, y te cubrimos? ¿o cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?
Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis. Mateo 25:34–40.
Nos llama cariñosamente hermanos pequeñitos, es la misma ternura que vimos al meditar en el capítulo 2 donde Dios Hijo le dice a su Padre: “Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré” (2:12).
Un ruego a tener en consideración
“Mas deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el cabo, para cumplimiento de la esperanza: que no os hagáis perezosos, mas imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas”
El llamado del Señor es a perseverar en nuestra fe con solicitud hasta el fin, diligentes en buscar los caminos del Señor, sin dar lugar a la pereza que anula nuestra posibilidad de crecer en santidad y estatura espiritual obligándonos a tener que seguir recibiendo leche en vez de las viandas firmes que son propias del alimento espiritual de creyentes maduros en la fe que tienen su discernimiento ejercitado en discriminar entre el bien y el mal.
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad” 2ª Timoteo 2:15.
Amen.