Las doctrinas fundamentales que cree todo cristiano genuino:
- La inspiración divina, plenaria y verbal, de las Sagradas Escrituras en sus originales; su consecuente inerrabilidad e infalibilidad y, como Palabra de Dios su autoridad única y final para la fe y la conducta.
- El Dios Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
- La deidad eterna, esencial y absoluta, así como la real, propia e inmaculada humanidad de nuestro Señor Jesucristo.
- Su nacimiento de Maria virgen
- Su muerte expiatoria y substitucional, puesto que “dio su vida en rescate por muchos”
- Su resurrección de entre los muertos con el mismo cuerpo con que fue crucificado y su segunda venida, con poder y gran gloria.
- La depravación total del hombre, debido a la caída.
- La salvación como resultado de la regeneración por el Espíritu Santo y la Palabra de Dios; no por obras, sino por gracia, por medio de la fe; y
- La eterna felicidad de los salvos y el sufrimiento eterno de los perdidos.
- La unidad espiritual verdadera en Cristo de todos los redimidos por su preciosa sangre, a causa del Espíritu Santo que vive en ellos.
- La necesidad de mantener, conforme a la palabra de Dios, la pureza de la Iglesia en doctrina y conducta.
- Creemos también que el Credo de los apóstoles es, principalmente una afirmación de la verdad bíblica.
Como fundamentalistas bíblicos rechazamos toda acción violenta y terrorista y creemos que es tarea esencial de la Iglesia:
- Evangelizar
- Edificar la fe de los creyentes; y
- Defender la fe activa y militantemente y mantenerse separada de los que profesan ser cristianos, pero no son fieles a la Palabra de Dios, y de toda forma de apostasía.
Además como presbiterianos, creemos en:
- La soberana elección de gracia desde la eternidad de los redimidos y en su predestinación para la salvación;
- La recepción voluntaria del evangelio por parte de los elegidos, debido a que Dios inclina su voluntad, sin forzarla, para que lo haga;
- Que solo Dios es Señor de la conciencia, por lo cual la ha hecho libre de toda doctrina o mandamiento de hombre, pero completamente sometida a la Palabra de Dios.
Que una parte mayor de la Iglesia debe gobernar a una parte menor y resolver toda controversia de doctrina o conducta que se produzca en la parte menor.