HEBREOS 6, 13 – 20
Hebreos 6:13–20 – “La certeza del creyente”
13 Porque prometiendo Dios a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo,
14 Diciendo: De cierto te bendeciré bendiciendo, y multiplicando te multiplicaré.
15 Y así, esperando con largura de ánimo, alcanzó la promesa.
16 Porque los hombres ciertamente por el mayor que ellos juran: y el fin de todas sus controversias es el juramento para confirmación.
17 Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento;
18 Para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo, los que nos acogemos a trabarnos de la esperanza propuesta:
19 La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que entra hasta dentro del velo;
20 Donde entró por nosotros como precursor Jesús, hecho Pontífice eternalmente según el orden de Melchîsedec.
Introducción
Hemos visto en las últimas meditaciones temas muy relevantes, tales como, el valor del conocimiento de Dios o Teología, toda persona tiene una Teología, lo importante es que sea conforme a lo que nos enseña el mismo Dios en su Palabra, la invitación fue a desarrollar una Teología práctica profunda mediante la lectura y meditación constante de la Palabra de Dios, tarea para la que el Espíritu Santo capacita a todo creyente.
Luego meditamos en la maldición de la apostasía, que condena irremediablemente al apóstata, mientras Dios llama a sus hijos fieles a no prestar atención a lo que el mundo ofrece, esperando que vivamos con fidelidad a Él y su Palabra, para lo cual una Teología Práctica es vital.
Hoy nos detendremos un momento en meditar en la certeza que es propia de los hijos de Dios.
El cristianismo es una religión única, no tiene paralelo, ninguna religión es comparable con él, de partida es la única religión en que sus líderes estudian Evidencias en un Seminario, porque sólo el cristianismo las tiene. Su líder o cabeza es un hombre que vivió hace unos 2.000 años en un rincón del mundo conocido como Palestina, tuvo un final trágico: fue condenado por el poder religioso y político a morir en una cruz cómo el peor de los malhechores, sin embargo, su ministerio fue único, a tal punto que la historia se divide en antes y después de su nacimiento. Fue colocado en una tumba, que hoy se puede visitar, tal como se pueden visitar las tumbas de Siddhartha Gautama o Buda (Budismo) en la India, de Mahoma (Islamismo) en Medina, Arabía Saudita o de Confucio (Confucionismo) en Qufu, China y muchos más; en cada una de estas últimas tumbas se encuentran los restos de esos hombres, sin embargo, en la tumba a los pies del Gólgota sólo se encuentra una inscripción “no está aquí; porque ha resucitado” he ahí la diferencia sideral entre el cristianismo y cualquier otra religión.
El cristianismo tiene Evidencias porque sólo la verdad las posee, es imposible construir evidencias sobre la mentira, su creador fue Jesucristo que dando su vida por todos luego la volvió a tomar, se levantó triunfante y glorioso, ni la tumba, ni la muerte, ni Satanás pudieron retener al Autor de la vida.
Además es la única religión en que la Salvación se sustenta en la fe puesta en su fundador, todas las demás religiones ofrecen la salvación por obras y a nadie se le pasaría por la cabeza poner su fe para salvación en la persona de su líder.
En nuestro título hay una palabra que es propia exclusivamente del cristianismo: “certeza”, esto es el conocimiento firme y seguro de algo sin temor a equivocar.
Jesús afirmó categóricamente: “Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí” Juan 14:6, en estas palabras todo lo que se nos presenta es único: la verdad, no una verdad, el camino, no un camino y la vida, no una vida. Esta es la certeza que lleva al creyente a tener paz en su corazón.
Moisés habló de la seguridad que tenemos al poner toda nuestra confianza en Dios al decir: “Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta las mil generaciones” Deuteronomio 7:9.
Desarrollemos entonces esta idea que espero sea de gozo a cada uno, de consuelo al que está viviendo momentos difíciles en su vida y de profunda reflexión a quienes hemos desarrollado una vida cristiana mediocre, habiendo dejado nuestro primer amor por Dios y su Palabra. (Les recuerdo que dos objetivos que deseamos inculcar en nuestros corazones es que lleguemos a tener un alto concepto de Dios y de su Palabra).
Para ilustrar la certeza del cristiano, Pablo acude a un hecho histórico perfectamente conocido por el público a quienes estaba dirigiendo esta epístola, el pueblo judío.
Todo su argumento se basa en el pacto que Dios estableció con Abraham, algo que enorgullecía al pueblo judío y que lo hacía incluso mirar con menosprecio al resto de la humanidad.
En el contexto bíblico ¿Qué es un pacto?
Es una promesa a la que se ha interpuesto un juramento, es una promesa legalmente asegurada por un juramento.
¿Cómo se ratificaba un pacto en la antigüedad?
Para responder esto podemos ir a Génesis 15, vers. 8 en adelante, donde Dios ratificó su pacto con Abraham:
Y él respondió: Señor Jehová, ¿en qué conoceré que la tengo de heredar?
Y le dijo: Apártame una becerra de tres años, y una cabra de tres años, y un carnero de tres años, una tórtola también, y un palomino.
Y tomó él todas estas cosas, y las partió por la mitad, y puso cada mitad una enfrente de otra; mas no partió las aves…
Mas a la caída del sol sobrecogió el sueño a Abram, y he aquí que el pavor de una grande obscuridad cayó sobre él…
Y sucedió que puesto el sol, y ya obscurecido, se dejó ver un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasó por entre los animales divididos.
En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram.
¿Qué significaba este rito?
Al pasar por el medio de esos animales partidos el pacto quedaba sellado, esto implicaba un juramento auto condenatorio, era como si las partes envueltas en el pacto estuvieran invocando sobre ellos mismos una especie de maldición en caso de violar el pacto, un juicio condenatorio por vulnerarlo. Ilustremos esto con la Palabra de Dios:
Jeremías 34:18–20
“Y entregaré a los hombres que traspasaron mi pacto, que no han llevado a efecto las palabras del pacto que celebraron en mi presencia dividiendo en dos partes el becerro y pasando por medio de ellas: a los príncipes de Judá… a los sacerdotes, y a todo el pueblo de la tierra, que pasaron entre las partes del becerro, los entregaré en mano de sus enemigos y en mano de los que buscan su alma; y sus cuerpos muertos serán para comida de las aves del cielo, y de las bestias de la tierra”.
Dios está advirtiendo: traeré maldición sobre vosotros, el juicio auto condenatorio que pronunciaron sobre sí cuando entraron en pacto conmigo.
Luego de hacer estas precisiones, vamos a nuestro texto.
“Porque prometiendo Dios a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, diciendo: de cierto te bendeciré bendiciendo, y multiplicando te multiplicaré.
Y así, esperando con largura de ánimo, alcanzó la promesa”.
Esto es más que un simple recuerdo del pacto que Dios hizo con Abraham, hay tras estas palabras un hermoso concepto propio y exclusivo del evangelio, fuera del evangelio no hallarán nada comparable. La idea tras estas palabras es que debemos depositar nuestra fe completamente en las promesas que, por gracia, Dios nos hace, atesorándolas en nuestro corazón con la certidumbre “que fiel es el que prometió” Hebreos 10:23. Si no las creemos, en nuestras vidas será un efecto vano.
Para demostrar la fidelidad de Dios en cumplir sus promesas, Pablo trae a colación el pacto que Dios hizo con Abraham. ¿Qué cláusulas tenía este pacto por parte de Dios? (pueden revisar el pacto en detalle después del culto, lo encuentran en Génesis 12, 15 y 17), un pueblo tan numeroso como las estrellas de los cielos, y leemos en Génesis 15:6 “Y creyó a Jehová, y contóselo por justicia”.
Pero ¿cuál era la situación que hace de esta promesa algo tan especial e increíble? Abraham y Sara, su esposa que había sido estéril toda su vida, habían llegado a la vejez avanzada, a esa altura de la vida ya sin el vigor para engendrar hijos. Es que ninguna mujer a la edad de Sara mantiene naturalmente su capacidad de fecundar, en ella hacia largos años que había cesado la posibilidad natural de engendrar un hijo.
¿Alguien, en su sano juicio, sería capaz de creer que de ese par de viejitos, sin hijos, saldría una gran nación, tan numerosa como las estrellas del firmamento o la arena del mar?, tal vez al momento de salir de Ur de los Caldeos, cuando Abraham tenía 75 años y Sara 65 años, pero el tiempo transcurría y toda lógica indicaba que se alejaba la posibilidad de que Abraham llegase a ser el padre de una gran nación.
¿No es esto algo contrario a toda razón?
Pero, hubo uno que creyó a Jehová, fue Abraham, esperó sin desilusionarse, con paciencia, porque confiaba en la palabra de Dios, esperó que se cumpliese el tiempo de Dios, que sin duda era muy distinto a su tiempo, desde la primera palabra al cumplimiento de la promesa transcurrieron 25 años, Abraham era de 100 años y Sara de 90 años cuando el tiempo de Dios se cumplió y nació Isaac.
“Esperando con largura de ánimo”, Abraham fue hecho participante de esta promesa después que esperó lo que nadie jamás hubiera imaginado que ocurriría. Hay varias lecciones prácticas que podemos sacar de este hecho histórico, veamos sólo tres:
- La palabra de Dios es firme. Todo lo que Él ha dicho que hará lo cumplirá. Sólo a modo de ejemplo citemos Génesis 15:13,14 “Entonces dijo a Abram: Ten por cierto que tu simiente será peregrina en tierra no suya, y servirá a los de allí, y serán por ellos afligidos cuatrocientos años. Mas también a la gente a quien servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con grande riqueza”.
Cuando leemos esto, no nos cabe la menor duda que Dios cumpliría lo prometido, sin embargo cuando se trata de nuestras vidas, muchas veces parece que pensamos que Dios va a dar vuelta la cara para no ver nuestra vida y seguirá bendiciéndonos porque para eso somos sus hijos. Pero la cosa no es así hermanos. Esto es algo muy serio que debemos considerar cada día de nuestras vidas ¿Qué espera hoy de mi el Señor? Es una pregunta que muchas veces está ausente de nuestra vida, pero hay si nos ocurre algo que a nuestro parecer resulta negativo, de inmediato volvemos nuestra mirada al Señor, pero para recriminarlo, qué frecuente resulta ser ¿por qué me pasa esto a mí? Y Dios te devuelve la pregunta ¿por qué no? Tengo lecciones de vida que debes aprender al pasar por esto.
- Los tiempos de Dios son perfectos, los nuestros son atolondrados, actuamos con un sentido de urgencia para satisfacer nuestros deseos, mientras para las cosas de Dios lo hacemos con gran desidia e indolencia. Dios actúa de modo que, cuando las cosas suceden, no queda la menor duda que es su mano obrando, que desde el punto de vista de la capacidad del hombre no existía forma que eso ocurriera, de manera tal que no podamos apropiarnos de la gloria que le pertenece a Dios. Y algo más, nunca Dios llega tarde a cumplir su Palabra. Recuerden el incidente de Lázaro enfermo y Jesús demorando su viaje a Betania (Juan 11), al acercarse a la ciudad sale a su encuentro Marta y recrimina a Jesús “si hubieses estado aquí, mi hermano no fuera muerto”. Sin embargo, el fin de Jesús era exaltar la gloria de Dios y con su autoridad se para ante la tumba de Lázaro y a gran voz lo llama: “Lázaro, ven fuera. Y el que había estado muerto, salió, atadas las manos y los pies con vendas…”¡Qué espléndida expresión del evangelio encontramos en este suceso!, hasta el día de hoy el evangelio está llamando a muertos en delitos y pecados y esos muertos recobran la vida por obra del Espíritu Santo que los regenera y luego las ataduras del pecado son retiradas y es hecho libre. Ese llamado se torna irresistible en el corazón del pecador en el momento que Dios determina, y entonces le concede una nueva vida, una vida eterna. Nuevamente, afirmamos que no ha existido ni existirá jamás un escogido por Dios que muera antes de acudir a los pies de Cristo y entregarle su vida a Él.
- Cuando el tiempo de Dios llega, su voluntad se cumple y todo ocurre de modo que la gloria de Dios es exaltada, porque toda la gloria le pertenece a Dios. Nosotros muchas veces actuamos como ladrones de gloria, porque en vez de buscar que sea exaltada la gloria de Dios buscamos llevarnos la gloria que le pertenece sólo a Él. Hoy observamos una carrera desenfrenada por encontrar una vacuna para el Coronavirus, ¿quién lo logrará primero para llevarse la gloria y el reconocimiento de la humanidad? ¿Dónde está Dios en esa ecuación? Simplemente no está. Cuando Dios lo determine, entonces esto cesará, ha sido así a lo largo de toda la historia del hombre.
“Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo, los que nos acogemos a trabarnos de la esperanza propuesta: la cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que entra hasta dentro del velo”
¿A quiénes Dios se dirige en forma especial para mostrarle su bondad?
Dios ha querido mostrar, no con lo justo, sino que abundantemente su bondad a los herederos de la promesa, esto es a su pueblo, Israel primeramente y la Iglesia por extensión.
La bondad de Dios hacia su pueblo es maravillosa, como nos conoce y sabe que no nos confiamos fácilmente en su simple palabra, a pesar de que, si pensamos bien, jamás nos ha defraudado, interpone un juramento en nuestro favor, y funda ese juramento sobre dos cosas inmutables: su promesa y su juramento en sí, en el fondo lo interpone basado en Él y Su Palabra, y al interponerlo nadie lo puede modificar salvo Él, que no lo hará por ser inmutable en sí mismo, Él nunca cambia ni cambiará.
Salmo 12:6 “Las palabras de Jehová, palabras limpias; plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces”.
Números 23:19 “Dios no es hombre, para que mienta; ni hijo de hombre para que se arrepienta: él dijo, ¿y no hará?; habló, ¿y no lo ejecutará?”
Qué gran motivo de gozo y seguridad es esto para cada hijo de Dios, Pablo nos dice que es un fortísimo consuelo. Aprendamos a depositar en Dios toda nuestra confianza.
Sólo “los que nos acogemos a trabarnos de esta esperanza”, abandonando cualquier otro medio de protección y nos refugiamos en su firme promesa, teniendo la seguridad de que ella es nuestro único y seguro asilo podremos disfrutar de la certeza de estar bajo un refugio inviolable, nuestra roca fuerte inamovible.
“En Dios está mi salvación y mi gloria: en Dios está la roca de mi fortaleza, y mi refugio. Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón: Dios es nuestro amparo”. Salmo 62:7–8
“Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fuerte mío, en él confiaré; escudo mío, y el cuerno de mi salud, mi refugio”. Salmo 18:2
Él es la firme ancla del alma. Nuestra fe puede estar firmemente tomada de Él. Su fidelidad obra en favor de sus hijos, jamás nos desamparará. Esa ancla nunca será arrancada de donde está trabada ni el cable que la une a la embarcación fallará, no son elementos humanos, son divinos.