Hebreos 12, 5-13 – La disciplina de Dios parte b
Hebreos 12:5–13
“La disciplina de Dios” (parte b)
5 Y estáis ya olvidados de la exhortación que como con hijos habla con vosotros, diciendo: Hijo mío, no menosprecies el castigo del Señor, ni desmayes cuando eres de él reprendido.
6 Porque el Señor al que ama castiga, y azota a cualquiera que recibe por hijo.
7 Si sufrís el castigo, Dios se os presenta como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no castiga?
8 Mas si estáis fuera del castigo, del cual todos han sido hechos participantes, luego sois bastardos, y no hijos.
9 Por otra parte, tuvimos por castigadores a los padres de nuestra carne, y los reverenciábamos, ¿por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?
10 Y aquéllos, a la verdad, por pocos días nos castigaban como a ellos les parecía, mas éste para lo que nos es provechoso, para que recibamos su santificación.
11 Es verdad que ningún castigo al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; mas después da fruto apacible de justicia a los que en él son ejercitados.
12 Por lo cual alzad las manos caídas y las rodillas paralizadas;
13 Y haced derechos pasos a vuestros pies, porque lo que es cojo no salga fuera de camino, antes sea sanado.
Recordemos cuál fue el público receptor original del mensaje de la epístola a los Hebreos, principalmente eran judíos cristianos que sufrieron por el rechazo y persecución de sus propios compatriotas. Uno de los motivos de ser de esta carta fue darles ánimo y confianza en Cristo, tener presente esta realidad de los hermanos que recibieron esta carta nos permitirá comprender de mejor manera el mensaje que veremos el día de hoy.
También es interesante ver cómo el apóstol al escribirles hace uso en forma natural de textos del Antiguo Testamento y los va aplicando a la situaciones que ellos estaban enfrentando en esos momentos o que estaban próximos a vivir. Esto nos muestra lo necesario que es que, la Palabra de Dios, esté en nuestra mente para acudir a ella en cualquier momento, no siempre tendremos la Biblia en nuestras manos.
Nos detendremos en un tema que, pienso que a ninguno de los presente nos resulta agradable, es la aplicación de disciplina y más aún cuando esa disciplina está asociada muchas veces con sufrimiento y para hacer más compleja la situación, no tenemos conciencia que dicho sufrimiento está asociado a la disciplina que Dios está ejerciendo en nuestra vida.
Aunque no necesariamente está vinculada directamente con la disciplina de Dios, una excelente ilustración para entender el sufrimiento, que muy a menudo alcanza al creyente, la encontramos en el libro de Job, que en sí mismo es la respuesta a una pregunta que inquieta a muchos creyentes:
- Si Dios es soberano ¿por qué permite que los creyentes que desean seguirlo experimenten sufrimientos, muchas veces terribles e innecesarios a nuestro parecer?
- Surge un cuestionamiento a nuestra fe ¿Habrá algo de maldad en Dios que permite ese sufrimiento en sus hijos?
- En último término: ¿Cómo deben responder los creyentes que enfrentan el misterio de la disciplina de Dios que muchas veces está acompañada de sufrimiento?
Muchos filósofos han tratado de responder estas interrogantes desde el punto de vista del humanismo característico del hombre, que desde Génesis 3 ha intentado alzarse para ocupar en cierta forma el lugar de Dios, hay muchos intentos de respuesta desde esa vereda del conocimiento humano, sin embargo, la única fuente de respuesta veraz que podemos encontrar respecto de las interrogantes recién planteadas no está en la filosofía humana, está en la soberanía y bondad de Dios y las respuestas expresas las ha dejado plasmadas en su revelación especial, es decir en la Biblia, es en ella donde leemos: “Es por la misericordia de Jehová que no somos consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” Lam 3:22–23.
Un llamado a recordar la Palabra de Dios
Nuestro texto se inicia con un llamado a buscar las respuestas a nuestra situación actual en la Palabra de Dios: “…estáis ya olvidados de la exhortación que como con hijos habla con vosotros, diciendo: Hijo mío, no menosprecies el castigo del Señor, ni desmayes cuando eres de él reprendido” Heb. 12:5, citando Prov. 3:11–12. La Biblia es el lugar donde hallaremos las respuestas que pondrán paz en nuestro corazón, al mostrarnos la voluntad de Dios. Que no consistirá necesariamente en entregarnos la explicación del por qué lo que estamos viviendo, pero sí nos mostrará que, por sobre todas las cosas, podemos confiar plenamente en que todo está en control del Soberano Padre Celestial, aunque no podamos comprender la razón de las acontecimientos de la vida que nos corresponderá vivir.
¿Qué debemos recordar?
Que Dios actúa de manera justa y recta, que su corrección no es una expresión de antojo egoísta para someternos, porque sí, a su voluntad.
Debemos recordar nuestra condición de pecadores redimidos que estamos en pleno desarrollo del proceso de santificación y que hasta que lleguemos a la presencia del Señor nuestra vida, en el ámbito espiritual, estará sometida a un proceso similar a lo que en el mundo secular se conoce como “mejora continua”, aunque existe una gran diferencia en el alcance real de este proceso, mientras en el mundo esta expresión se vincula con hacer mejor al ser humano modificando su cultura, costumbres o disciplina, lo que es un imposible pues sólo afecta el ámbito externo y eso jamás mejorará la condición real del hombre natural, pues sostenemos que no hay “mejora continua” real mientras no haya un cambio en el corazón del afectado.
Únicamente en el mundo espiritual e incluso en ese ámbito exclusivamente en la realidad de los redimidos por la sangre de Cristo ese proceso tiene una razón de ser y un objetivo sublime y definido con precisión: “para que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida”. Rom. 6:4.
Estamos enfrascados en una lucha activa contra el pecado que trata de anidarse en nuestro corazón, el viejo hombre nos molesta, Satanás lucha por mantener el control de nuestra vida, pero a pesar de lo que tengamos que pasar, ante todo no debemos olvidar que somos hijos de Dios y que Él como un padre comprometido con la formación del carácter de sus hijos intervendrá activamente en nuestra vida. No te permitas pensar que hay momentos en que estás fuera del control de Dios.
Esta acción activa de nuestro Padre Celestial en nuestra vida debe ser algo que reconforte nuestro espíritu, Dios manifiesta vivamente su interés por la condición espiritual de cada uno de sus hijos y lo hace teniendo un objetivo claro “librados del pecado, y hechos siervos a Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y por fin la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte: mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” Rom. 6:22–23. Este es el objetivo de la disciplina de Dios, cuando extraviamos nuestro camino y caemos en pecado, Dios nos toma y nos corrige fijando su objetivo en prepararnos para la vida eterna.
“He aquí, bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga: por tanto no menosprecies la corrección del Todopoderoso. Porque él es el que hace la llaga, y él la vendará: él hiere, y sus manos curan” Job 5:17–18. No olvidemos que el v.6 habla de una disciplina dura, con azote, esto hace alusión a los látigos que se usaban en forma severa para flagelar a los delincuentes en los tiempos bíblicos, esto causaba tal dolor en el que estaba recibiendo el castigo que la ley limitaba la cantidad máxima de azotes que podía recibir un sentenciado (“Si el delincuente mereciere ser azotado, entonces el juez lo hará echar en tierra, y harále azotar delante de sí, según su delito, por cuenta. Harále dar cuarenta azotes, no más…” Deut. 25:2–3).
Dios aplica su disciplina sólo a sus hijos (vs.6–8).
¿Cuántas veces hemos observado la pataleta de un niño que no es hijo nuestro y tenemos que frenarnos a aplicar la corrección que ese niño merece o necesita? Lo hacemos así porque no somos sus padres, ellos son los responsables de aplicar la vara de corrección en ese niño.
Esta ilustración sencilla nos muestra lo que ocurre con nosotros en nuestra relación con Dios. Desde el momento en que creímos fuimos hechos hijos de Dios, y habrá padres mal criadores que no aplican disciplina a sus hijos, por las razones que sean, pero Dios no actúa así, es más, Él es el creador de la disciplina y su vara de corrección no es sólo un elemento decorativo, cómo muchos padres hoy en día hacen de la disciplina con sus hijos.
Dios acude a la disciplina y al aplicarla lo que nos está demostrando es cuánto nos ama.
Aquí encontramos algo curioso y es una nueva anomalía en el orden en que el mundo pone las cosas. La corriente humanista de nuestros días sostiene que a los hijos no se les debe disciplinar, porque eso los traumará, les generará resentimientos hacia sus padres, vulnera sus derechos a elegir, coarta su libertad, etc., etc. Que bonito suenan las palabras satánicas que sostienen esto y ¡qué lástima que muchos padres creyentes se han tragado este discurso del mundo y no han prestado atención al mensaje de la Palabra de Dios!
Dios nos da el ejemplo aplicando su disciplina directamente a nuestras vidas: “Porque el Señor al que ama castiga, y azota a cualquiera que recibe por hijo. Si sufrís el castigo, Dios se os presenta como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no castiga?” Heb. 12:6–7. La aplicación de disciplina es una muestra de amor, por lo mismo la Palabra de Dios nos orienta y, cuando actuamos conforme a su consejo, vemos el fruto de esa acción aplicada en obediencia a lo que Dios establece como un deber para los padres: “Es verdad que ningún castigo al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; mas después da fruto apacible de justicia a los que en él son ejercitados.” Heb. 12:11.
Pero volvamos a una expresión de nuestro texto que debe hacernos meditar profundamente en nuestra relación con Dios: “Mas si estáis fuera del castigo, del cual todos han sido hechos participantes, luego sois bastardos, y no hijos” Heb. 12:8. Dios no se anda con rodeos, es directo. Aplica su disciplina a sus hijos y sólo a ellos, la pregunta que cabe aquí es ¿estoy siendo parte de la disciplina del Señor o no? No ser objeto de la disciplina del Señor no es un buen augurio, mejor dicho es señal inequívoca de que estamos en un problema serio, estamos en un riesgo vital.
Pablo hace uso de las relaciones que se producían en muchos hogares de su época, y al hacerlo tan crudamente, busca remecer la conciencia de su audiencia, recordemos que dos de los tres grupos, a los que tenía en mente al escribir esta epístola, estaban formados por judíos que simpatizaban con el evangelio pero que se mantenían a distancia y que claramente no habían tomado una decisión por Cristo aún, a ellos les dirige una alusión doble al llamarlos: “bastardos, y no hijos”. Así se reconocía a los hijos de los esclavos que nacían en una casa o a los hijos de las concubinas, (conducta frecuente en esos días) y en segundo término recordando a Agar e Ismael (Génesis 16) hijo que Dios no consideró legítimo para cumplir su pacto con Abraham.
Espero que ninguno de los que estamos participando de este culto estemos fuera de la disciplina del Señor y, si alguno lo está, aun es tiempo de volverse a Dios reconocer su pecado y acudir a la cruz de Cristo en arrepentimiento y fe de que la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado. Esa es la condición que nos abrirá las puertas a ser guiados en nuestra vida cristiana con la mano de Dios que corrige a sus hijos.
La gloriosa consecuencia de la disciplina divina (vs.9–10)
Reconociendo el derecho y deber de los padres carnales de ejercer la disciplina en sus hijos y cómo esa manera de actuar resulta en provecho para los hijos, el apóstol hace una pregunta para dejarnos reflexionando: ¿por qué nuestra actitud hacia nuestro Padre espiritual ha de ser diferente?
No hay comparación con el alcance de una disciplina y otra, mientras la que recibimos de nuestros padres era de un alcance limitado, e incluso muchas veces equivocada, los que crecimos en ese rigor, hoy vemos que a pesar de la imperfección de la medida, nos formó un carácter, por lo general, de bien y de esfuerzo, la que aplica el Señor es perfecta y de alcance eterno, es para encaminarnos por el proceso de santificación que es propio de la vida cristiana. El apóstol Pablo en su carta a Tito nos da luces de la necesidad de la disciplina divina al escribir:
“Porque la gracia de Dios que trae salvación a todos los hombres se manifestó, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo templada, y justa, y píamente, esperando aquella esperanza bienaventurada, y la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo, que se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y limpiar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”. Tito 2:11–14.
Parte de la obra de Dios Hijo, en nuestras vidas, es enseñarnos a vivir de una manera que la gloria de Dios sea exaltada, es que la salvación que hemos recibido por la gracia de Dios expresada en la obra de Cristo obra una transformación total en la vida del creyente. Eso trae de la mano varias acciones en las que es necesario que cada hijo de Dios se comprometa:
- La nueva vida, que recibimos de Dios, trae consigo la capacidad de renunciar al pecado como expresión de nuestra vida diaria, es cierto que aun caemos en pacado pero eso no significa que el creyente viva en pecado.
- La lucha contra los deseos mundanos o pecaminosos no es algo teórico, es un desafío que debemos enfrentar cada día. Es un asunto inseparable de nuestra condición de redimidos por la sangre de Cristo que aun estamos en este lado de la eternidad.
Pero a estos dos aspectos negativos debemos agregar tres acciones positivas:
- Vivir templada, justa y piamente, es decir, permitir que el Espíritu Santo vaya transformando nuestro ser completo, tomando conciencia de que ahora debemos vivir conforme a las reglas de nuestra nueva identidad, esto es la de ciudadanos del Reino de Dios que deben desenvolverse en medio del reino del enemigo.
- Nuestra mirada ya no debe estar puesta en el hombre, debe ser vertical, hacia arriba, como expresión del deseo más profundo y bello que se debe desarrollar en el corazón de cada creyente y que el apóstol Juan lo expresa con ese maravilloso “Amén, sea así. Ven, Señor Jesús” ( 22:20) con que se cierra la revelación especial de Dios a los hombres.
Volviendo la mirada al texto de Tito 2:11–14, tenemos que ver que este texto deja implícita la aplicación de la disciplina de Dios en cada creyente al expresar que “Jesucristo se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y limpiar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”.
Entonces, aceptemos la disciplina del Señor, sin cuestionarla ni pedir explicaciones, dobleguemos nuestro orgulloso yo con humildad ante la majestad de nuestro glorioso Padre Celestial y aprestemos nuestro ánimo a ser perfeccionados por Dios en el camino de la santificación que nos hará cada día más semejantes a nuestro bendito Señor.
El resultado de la disciplina divina hoy (v.11–13)
Como creo es la experiencia de todos nosotros, el momento de recibir un castigo de nuestros padres nunca fue algo grato y lo mismo ocurre y tal vez con más intensidad cuando la corrección viene del Señor, sólo que hay una gran diferencia entre un castigo o disciplina y el otro, en el caso de nuestros padres era una disciplina alterada por el pecado, era una disciplina imperfecta mientras que la que Dios aplica en nosotros es perfecta, es la aplicación de lo que dice David en el Salmo 19:7 “La ley de Jehová es perfecta, que vuelve el alma: el testimonio de Jehová, fiel, que hace sabio al pequeño”, por eso la disciplina de Dios siempre obra para el bien espiritual de sus hijos.
Luego del primer impacto que produce la aplicación de la disciplina de Dios, el hijo de Dios debe actuar en el temor de Dios reconociendo que está recibiendo lo que le corresponde en su derecho de ser hijo de Dios.
Después del primer momento de ofuscación que habitualmente produce la disciplina debe venir la reflexión y el deseo de aprender la lección que Dios nos está mostrando.
Sólo es oportuno advertir que la paciencia de Dios, para tratar con nosotros, es más grande que nuestra testarudez, eso queda de manifiesto a lo largo de toda la historia del Antiguo Testamento, y mientras no corrijamos lo que debemos corregir en nuestra vida la vara de corrección divina seguirá en acción.
Dios no permitirá hijos malcriados o mimados y rebeldes a su disciplina, encontramos ejemplos clarísimos de esta actitud de Dios en 1ª Corintios, cuando refiriéndose a un creyente que se había dejado seducir por el pecado Pablo escribe a la iglesia: “…el tal sea entregado a Satanás para muerte de la carne, porque el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” 1ª Cor. 5:5.
El v.12 comienza con una expresión que nos advierte del cambio que es necesario como resultado de haber sido disciplinados por Dios. “Por lo cual…”, es decir, ya que hemos pasado por la disciplina divina, no seamos torpes en nuestra reacción, sino que, preparémonos para cambiar de actitud y hacer las modificaciones necesarias en nuestro diario vivir que se reflejarán en un cambio de vida que muestre la gracia de Dios en nosotros y salgamos de esa condición que no tenía estáticos, sin avanzar en nuestra vida espiritual o mejor dicho en el proceso de santificación, y pongamos manos a la obra del Señor en nuestra vida. Esas manos caídas y rodillas paralizadas no son señal de obreros del Señor dispuestos a entregar el evangelio a toda criatura, como es el mandato del Señor.
Aprovechemos la obra de Dios en nuestra vida, dejemos que Él nos perfeccione cada día más, hasta que llegue el momento de ir a su presencia (Fil. 1:6).
Amén.
Smirna, 08.08.2021