Hebreos 12, 1-2 Nuestra vista puesta en Jesús
Hebreos 12:1–2
“Nuestra vista puesta en Jesús”
1 Por tanto nosotros también, teniendo en derredor nuestro una tan grande nube de testigos, dejando todo el peso del pecado que nos rodea, corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta,
2 Puestos los ojos en al autor y consumador de la fe, en Jesús; el cual, habiéndole sido propuesto gozo, sufrió la cruz, menospreciando la vergüenza, y sentóse á la diestra del trono de Dios.
Por la gracia de Dios, hoy comenzaremos una serie de mensajes en el capítulo 12 de la epístola a los Hebreos. Aunque nuestro párrafo concluye en el v.3, hoy nos detendremos sólo en los dos primeros.
Venimos saliendo de un potente texto, en el que Pablo parte definiendo la fe “Es pues la fe la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven.” Hebreos 11:1 y agrega luego: “Empero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es menester que el que a Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” Hebreos 11:6. Y para ilustrar en forma práctica lo que ha afirmado nos presenta una hermosa galería de personajes bíblicos que nos muestran el valor de la fe en forma práctica, son personajes de carne y hueso al igual que tú y yo, sujetos a las mismas pasiones que tú y yo, pecadores como tú y yo. Abel, Noé, Abraham y Sara, Isaac, Jacob, José, Moisés, Rahab, Gedeón, Barac, Samsón, Jefté, Samuel y los profetas y David. Nos muestra de esta manera como la fe estuvo muy activa en todo el Antiguo Testamento, pero con una situación especial: “Y todos éstos, aprobados por testimonio de la fe, no recibieron la promesa.” Hebreos 11:39. Todos ellos vivieron como se afirma de Moisés en el v.27: “Como viendo al invisible”.
Todo lo que Dios hace tiene un objetivo santo y superior, el cap.11 concluye: “Proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen perfeccionados sin nosotros.” Hebreos 11:40. Es que ya se venía el nuevo pacto, el pacto de gracia, que en realidad estuvo implícito a lo largo de toda la historia del Antiguo Testamento, pero que es revelado en todo su esplendor con el ministerio del Señor Jesús y su sacrificio, muerte y resurrección.
Teniendo en mente los ejemplos que el apóstol nos ha presentado en el Cap.11, nuestro texto comienza con una expresión que no se puede pasar por alto: “Por tanto nosotros también…” esto implica que hay puntos en común entre los insignes héroes de la fe del Antiguo Testamento y nosotros, es decir, lo expuesto nos lleva a una condición especial a nosotros. Esto sin duda es una gran responsabilidad para el hijo de Dios de nuestros días, vivimos en medio de un mundo materialista al extremo, sin Dios en su noticia y que además hace todo lo posible para que los creyentes verdaderos se aparten de la comunión tan indispensable con nuestro Padre Celestial. Nunca debemos olvidar que nuestra situación es la que Pablo describe en Efesios 6:12: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires.”
Con esta Introducción, vamos a nuestro texto.
v.1: “Por tanto nosotros también, teniendo en derredor nuestro una tan grande nube de testigos, dejando todo el peso del pecado que nos rodea, corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta”.
Pablo se refiere a los creyentes del Antiguo Testamento como una nube de testigos, esta es una figura que señala a una gran cantidad de testigos que se destacaron por ejercitar su fe y nos llama a imitarlos viviendo por fe, recordemos una de las sentencias máximas del evangelio:
“El justo en su fe vivirá.” Habacuc 2:4. Luego Pablo citando directamente a Habacuc testifica el efecto transformador que el evangelio tuvo en su vida y escribe: “Porque no me avergüenzo del evangelio: porque es potencia de Dios para salud a todo aquel que cree… Porque en él (en el evangelio) la justicia de Dios se descubre de fe en fe; como está escrito: Mas el justo vivirá por la fe.”
Pero ¿Cuál es el privilegio que tenemos de contar a una tan gran cantidad de testigos? Esto me recuerda una transmisión de las Olimpíadas, que atrae mucho público, todos están en las galerías expectante de cómo le irá a los atletas, y cuando le toca la presentación a uno de sus favoritos, el público concentra toda su atención en ese atleta. Nuestro privilegio radica en que todos esos testigos corrieron una carrera mucho más difícil que la nuestra y vencieron por la fe, ellos fueron sustentados por el mismo Dios que nos sustenta a nosotros, luego, si ellos vencieron, tenemos la certeza que nosotros, si nos aferramos a la fe que Dios ha colocado en nuestros corazones, también podremos hacerlo.
Podríamos decir que somos afortunados por tener que vivir en el período de la gracia, Pedro, refiriéndose a los profetas que también están en la mente de Pablo en Hebreos 11 nos dice:
“Obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salud de vuestras almas. De la cual salud los profetas que profetizaron de la gracia que había de venir a vosotros, han inquirido y diligentemente buscado… A los cuales fue revelado, que no para sí mismos, sino para nosotros administraban las cosas que ahora os son anunciadas…” 1ª Pedro 1:9–12. Esto no es otra cosa que la Santa voluntad de Dios en acción, y más aún en acción para nuestro bien espiritual.
Antes de la creación, Dios nos escogió para ser sus hijos, nos ha tenido presente en su mente desde entonces hasta hoy. Desde el mismo momento de nuestra concepción ha obrado la providencia divina en nuestro favor, no sólo elaboró un Plan de Redención que conlleva nuestra posibilidad segura de salvación, sino que además, nos ha provisto de todos esos testigos fieles del Antiguo Testamento que nos enseñan a depositar toda nuestra confianza en Dios.
Recordemos que esa fe colocada en el objeto correcto por estos hombres los llevó a acciones extraordinarias, como Pablo lo registra en Hebreos 11:33 en adelante: “Que por fe ganaron reinos, obraron justicia, alcanzaron promesas, taparon las bocas de leones… trastornaron campos de extraños… otros experimentaron vituperios y azotes; y a más de esto prisiones y cárceles; fueron apedreados, aserrados, tentados, muertos a cuchillo; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras… de los cuales el mundo no era digno; perdidos por los desiertos, por los montes… y por las cavernas de la tierra.”
Pablo apela a estos testigos para lanzarnos un gran desafío, en el cual él mismo se involucra como partícipe del desafío: “dejando todo el peso del pecado que nos rodea, corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta”.
Y ¿Cuál es esa carrera que se nos propone? El apóstol Pablo le escribe a los Filipenses y nos responde la pregunta:
“No que ya haya alcanzado, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si alcanzo aquello para lo cual fui también alcanzado de Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no hago cuenta de haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús.” Filipenses 3:12–14.
Y ya ha dicho: “Estando confiado de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” Filipenses 1:6
El Señor no sólo demanda de nosotros que corramos la carrera cristiana, también nos capacita para hacerlo, de modo que sea una realidad lo que Pedro esperaba de cada creyente al concluir su 1ª epístola: “Mas el Dios de toda gracia, que nos ha llamado a su gloria eterna por Jesucristo, después que hubiereis un poco de tiempo padecido, él mismo os perfeccione, confirme, corrobore y establezca”. 1ª Pedro 5:10.
Cuando uno ve una competencia de atletismo, es notorio el esfuerzo que hace cada atleta para despojarse de todo lo que puede complicarlo para hacer sus movimientos con fluidez, jamás verán en una competencia de este tipo un velocista corriendo los 100 m. planos con una pesada mochila a cuesta.
Si se fijan en este versículo, la alusión a los héroes de la fe del Antiguo Testamento resulta ser un incentivo para una acción primordial en la vida de cada creyente en Jesucristo: bien podríamos parafrasear este texto así “Ya que hay tantos vencedores de la fe de la antigüedad que con sus vidas nos dejaron ejemplos de fidelidad a Dios a toda prueba, consecuentemente nosotros también… dejando todo el peso del pecado que nos rodea, corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta”.
Al ponerlo así quedan en evidencia dos tareas claras para todo creyente:
- dejando todo el peso del pecado que nos rodea.
- corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta.
Para la primera tarea escuchemos la voz de Dios que nos dice: “Sed santos, porque yo soy santo” 1ª Pedro 1:6 y es el propio apóstol Pedro que luego trae a nuestra memoria: “Sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra vana conversación, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata; sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.” 1ª Pedro 1:18–19. Es emocionante escuchar este testimonio saliendo del apóstol Pedro, a estas alturas de su vida habían transcurrido unos 27 a 30 años desde el trágico momento en que había negado al Señor y que luego el Señor lo había confrontado con su pecado y restituido a su comunión.
Juan Bunyan, en su libro El Progreso del Peregrino, muestra a Cristiano llevando una pesada mochila a su espalda, ilustrando así el peso del pecado, cuando Cristiano llega a los pies de la cruz, las ataduras de la mochila se cortan y la mochila cae por un despeñadero hasta perderse de vista. Amados hermanos, desde el momento en que entregamos nuestra vida al Señor, acudiendo a Cristo en arrepentimiento y fe de que su sangre derramada en la cruz nos limpia de todo pecado, por la gracia de Dios, a esa pesada mochila llena de pecados, se le cortaron las correas que la fijaban a nuestra espalda, quedamos sin la carga del pecado. El perdón de Dios es perfecto, nosotros confesamos nuestros pecados y Dios los borra de nuestra lista.
Cuando nos detenemos en el enunciado de esta tarea: “dejando todo el peso del pecado que nos rodea” es inevitable pensar en Gálatas 5:19–21 que me permitirán complementar con 1ª Corintios 6:9–11
“Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, disolución, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, banqueteos, y cosas semejantes a éstas: de las cuales os denuncio, como ya os he anunciado, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios”. Gálatas 5:19–21.
“¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No erréis, que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los robadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos: mas ya sois lavados, mas ya sois santificados, mas ya sois justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.”
1ª Corintios 6:9–11.
Vemos que el poder perdonador y transformador de Dios es amplísimo, abarca todos los ámbitos de nuestra vida, hasta los más íntimos y secretos, nuestro bendito Señor nos libró de esa pesada carga de pecados que, de mantenerlos en nuestras vidas, nos impedirían llegar a su presencia eternamente.
El apóstol Pablo con un gran sentido de la realidad nos hace la advertencia: “Y esto erais algunos” tiempo pasado, tiempo en que el pecado nos tenía esclavizados y rumbo a la condenación eterna en el infierno. Hoy, una vez que entregamos nuestra vida al Señor, ya fuimos lavados, santificados y justificados en el nombre del Señor Jesús. Nuestros pecados fueron borrados totalmente de los registros celestiales.
Siendo ésta nuestra condición y relación con nuestro Padre Celestial, no podemos continuar viviendo como si nada hubiera pasado en nuestra vida, con nuestra conversión llegó a nosotros una nueva vida, una vida espiritual que se manifiesta a través de nuestra vida diaria en un comportamiento transformado por el poder del Espíritu Santo, que se expresa viviendo según un plan que Dios trazó para cada hijo suyo: “Porque somos hechura suya, criados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó para que anduviésemos en ellas.” Efesios 2:10
“Andemos como de día, honestamente: no en glotonerías y borracheras, no en lechos y disoluciones, no en pendencias y envidia: mas vestíos del Señor Jesucristo , y no hagáis caso de la carne en sus deseos”. Romanos 13:13–14
Y esto nos lleva al segundo desafío que nos presenta Pablo en este texto:
“Corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta.”
¿Cuál es esta carrera? Es la carrera de la fe, es una carrera en la que estamos huyendo del pecado y yendo tras la vida eterna al ejercitar una vida conforme a lo que Dios espera de cada uno de sus hijos. Pablo aconseja a Timoteo y por medio de él a nosotros: “Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo eres llamado, habiendo hecho buena profesión delante de muchos testigos.” 1ª Timoteo 6:11–12
Esta es una carrera agotadora, no es que tengamos la pista libre para avanzar sin dificultades, mientras tenemos a esa nube de testigos avivando nuestro espíritu para que avancemos imitando sus ejemplos, Satanás, sus huestes, el mundo y nuestra propia carne hacen lo posible por detenernos, distraernos de nuestro objetivo e intentan desviarnos del camino de la verdad.
“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
Porque todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida, no es del Padre, mas es del mundo.
Y el mundo se pasa, y su concupiscencia; mas el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre.” 1ª Juan 2:15–17
Pablo nos ilustra esta situación mostrándonos dos realidades opuestas que nos deben hacer reflexionar en nuestra situación y en el estado en que está nuestra relación con el Señor:
¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, mas uno lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Y todo aquel que lucha, de todo se abstiene: y ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible; mas nosotros, incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a cosa incierta; de esta manera peleo, no como quien hiere el aire.
1ª Corintios 9:24–26.
Pablo no sólo nos manda a correr despojándonos de todo impedimento, sino que él mismo se suma a la carrera y se pone a nuestro lado como un competidor más. Es que en esta carrera todos somos competidores y todos somos animadores de los demás. En una competencia sólo hay un ganador quien recibe la medalla de oro, en la carrera de la vida cristiana el premio lo reciben todos los que llegan a la meta:
“Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”. 2ª Timoteo 4:8
“Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”. Apocalipsis 2:10
La otra realidad es la que se refleja en Gálatas 5:7 “Vosotros corríais bien: ¿quién os embarazó para no obedecer a la verdad?” Esto refleja la lamentable realidad de muchos de nosotros que llegamos al evangelio, gustamos las maravillas de las bendiciones del Señor y con el tiempo permitimos que nuestra fe se debilite, muchas veces culpando a otros creyentes que fueron obstáculo para nuestro desarrollo cristiano, pero la realidad es que en esto es imposible culpar a otros, nuestra relación con el Señor es absolutamente personal: yo y Él, tú y Él, no podemos decir nosotros y Él. En la medida que cada creyente comprende ésta relación y deja de mirar y evaluar según su mirada la espiritualidad de los demás y comienza a mirarse a sí mismo comparándose con el punto de comparación válido, que es nuestro Señor, la realidad de la congregación cambiará. El día que estemos dispuestos a hacer este proceso en nuestra vida será el día que estemos a las puertas de un avivamiento.
Algo muy importante en la sentencia que estamos analizando, es que está expresada como un anhelo del apóstol para la vida de cada creyente, este “corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta” expresa solidariamente el afán de Pablo de verse acompañado por toda la iglesia, desde sus días hasta que el Señor venga por su pueblo. Acabamos de leer en Filipenses 3:13–14 que Pablo testifica: “yo mismo no hago cuenta de haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús.”
Hay elementos que nos ayudarán poderosamente a correr la carrera propuesta:
“Gozaos en el Señor siempre: otra vez digo: Que os gocéis.
Vuestra modestia sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca.
Por nada estéis afanosos; sino sean notorias vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con hacimiento de gracias.
Y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros entendimientos en Cristo Jesús.
Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, en esto pensad.” Filipenses 4:4–8.
Sin embargo, es en nuestro texto que hallamos el motivador más efectivo para correr como se espera de cada creyente:
“Puestos los ojos en al autor y consumador de la fe, en Jesús; el cual, habiéndole sido propuesto gozo, sufrió la cruz, menospreciando la vergüenza, y sentóse á la diestra del trono de Dios.”
En toda carrera de atletismo hay un personaje que tal vez pase inadvertido para la tribuna pero no para los atletas, es el juez que inicialmente dará la partida y sancionara luego la llegada en la meta. En nuestra carrera también existe un Juez.
Recordemos que Pablo en su origen está escribiendo a creyentes judíos que han llegado al evangelio con una gran carga ritual, la que ya ha cumplido su objetivo pues todo apuntaba al sacrificio perfecto y único del Cordero de Dios que quita el pecado. Ahora deben fijar su mirada en Jesús como el objeto único de fe y salvación. Ese es nuestro ejemplo supremo.
Al asociar a Jesús con el autor y consumador de la fe, lo que está afirmando es que de Él mana la fe y esto no ha de extrañarnos, leemos en Efesios 2:8: “Porque por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”, la fe es un regalo de Dios, la fe es una creación de Dios y el nos la da como un regalo a todos sus escogidos.
Este texto debe impactarnos profundamente, Pablo está diciéndonos que Jesús estaba en todo su derecho de rechazar la cruz y todo el sufrimiento que traía consigo, bien sabemos que bastaba su palabra para que una legión de ángeles viniera a librarlo del sacrificio, y más aún, Él sólo poseía todo el poder para hacerlo por sí mismo, si al momento en que llegaron a prenderlo, sólo bastó que se refiriera a sí mismo con la expresión con la que Dios se reveló a Moisés desdela zarza ardiendo para que todos sus apresadores cayeran de espalda ante el todopoderoso “Yo Soy” de Jesús.
Este Jesús en persona, resucitado con todo poder y gloria, que está sentado a la diestra de Dios Padre es nuestro Juez supremo. Él no rechazó su muerte en la cruz, porque sabía de la bendición inmensa que ella traería para todos los escogidos por su Padre. De esta manera nos libró eternamente de la ira de Dios.
Acabamos de ver la recomendación de correr nuestra carrera con paciencia, y ahora vemos dos muestras de la paciencia de Dios obrando en nuestro favor: soportar la cruel muerte en la cruz y menospreciar la vergüenza de la maldición de ser colgado en un madero posteriormente a ser vituperado y vejado salvajemente por sus torturadores.
Nuestro texto concluye recordándonos el glorioso final de nuestro Salvador, para que los creyentes tengamos presente que de todos los males que tengamos que sufrir en esta vida por amor de nuestro Señor son pasajeros y un día quedarán definitivamente atrás, serán parte de un pasado que nunca volverá a aparecer en nuestras vidas.
Recordemos el Salmo 34:19 “Muchos son los males del justo; mas de todos ellos lo librará Jehová”.
“Es palabra fiel: Que si somos muertos con él, también viviremos con él: Si sufrimos, también reinaremos con él… 2ª Timoteo 2:11–12
Amén.
Smirna, 11.04.2021