HEBREOS 9, 16 – 28
Hebreos 9:16–28 “La redención por la sangre de Cristo” – 2ª parte
16 Porque donde hay testamento, necesario es que intervenga muerte del testador.
17 Porque el testamento con la muerte es confirmado; de otra manera no es válido entre tanto que el testador vive.
18 De donde vino que ni aun el primero fue consagrado sin sangre.
19 Porque habiendo leído Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomando la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, y lana de grana, e hisopo, roció al mismo libro, y también a todo el pueblo,
20 Diciendo: Esta es la sangre del testamento que Dios os ha mandado.
21 Y además de esto roció también con la sangre el tabernáculo y todos los vasos del ministerio.
22 Y casi todo es purificado según la ley con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión.
23 Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas con estas cosas; empero las mismas cosas celestiales con mejores sacrificios que éstos.
24 Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el mismo cielo para presentarse ahora por nosotros en la presencia de Dios.
25 Y no para ofrecerse muchas veces a sí mismo, como entra el pontífice en el santuario cada año con sangre ajena;
26 De otra manera fuera necesario que hubiera padecido muchas veces desde el principio del mundo: mas ahora una vez en la consumación de los siglos, para deshacimiento del pecado se presentó por el sacrificio de sí mismo.
27 Y de la manera que está establecido a los hombres que mueran una vez, y después el juicio;
28 Así también Cristo fue ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos; y la segunda vez, sin pecado, será visto de los que le esperan para salud.
La necesidad de la muerte de Cristo.
Pablo en esta sección nos entrega tres razones por las cuales era necesario que muriera el Mesías prometido:
- Para que un testamento tenga efecto debe morir el testador.
- El perdón de parte de Dios exige sangre.
- Un juicio exige un sentenciado que sea declarado culpable y cumpla la sentencia que el juez dicte.
El apóstol, en primer lugar, acude a una figura conocida por todos, la de un testamento.
En un testamento, el testador define el destino que tendrán sus bienes una vez que él muera, mientras él está vivo el testamento es sólo una expresión de su voluntad, los herederos no tienen derecho sobre los bienes que recibirán una vez que él fallezca, hasta ese momento los beneficios y estipulaciones del testamento sólo son promesas que se cumplirán en el futuro. Lo que el testamento entrega a los receptores de él se conoce como herencia.
Pablo en el v.15 se ha referido a una herencia eterna, está mostrando en esta sección de la epístola cómo aquellos que vivieron bajo el antiguo pacto serán beneficiados por la muerte del Mesías. Pero lo maravilloso de este relato es que no sólo alcanza a los que vivieron bajo el antiguo pacto, el evangelio ha hecho posible que todos, judíos y no judíos, que han creído en Cristo como Salvador sean hechos partícipes de esta herencia eterna. Sólo mencionemos algunos versículos que confirman esta realidad a nuestro favor:
“Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente la simiente de Abraham sois, y conforme a la promesa los herederos.” Gálatas 3:29
“Que los Gentiles sean juntamente herederos, e incorporados, y consortes de su promesa en Cristo por el evangelio.” Efesios 3:6
“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios, y coherederos de Cristo; si empero padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” Romanos 8:17
Como cualquier testamento, en este caso el testador debía morir para que la promesa de pago contenida en el testamento se hiciera realidad.
El segundo elemento que destaca el apóstol es que el perdón exige derramamiento de sangre. Desde la misma caída de Adán y Eva, el derramamiento de sangre ha sido la forma de cubrir el pecado del ser humano (recordemos los animales que Dios sacrificó para hacerles túnicas de pieles para cubrir la desnudez de ellos), luego en la Ley, se reguló en forma expresa cómo la sangre de los sacrificios permitiría la remisión de los pecados del pueblo. Este argumento está vinculado con el anterior, la muerte del testador para que los herederos pudieran ser beneficiados con la herencia y el derramamiento de sangre de quien se ofrecía para pagar el precio de nuestra libertad del pecado.
Cada vez que participamos de la celebración de la Santa Cena estamos recordando las palabras de Jesús, en el aposento alto: “Y tomando el vaso, y hechas gracias, les dio, diciendo: Bebed de él todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, la cual es derramada por muchos para remisión de los pecados.” Mateo 26:27–28.
El propósito de la sangre en el antiguo pacto era simbolizar el sacrificio por el pecado, de donde concluimos que sin derramamiento de sangre no se hace remisión o perdón por los pecados.
Puesto que la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23), nada diferente a la muerte simbolizada en el derramamiento de sangre puede expiar el pecado. Es imposible para nosotros entrar en la presencia de Dios por nuestro propio esfuerzo de justicia, si existiera la posibilidad de ser buenos por nuestra cuenta, no necesitaríamos expiación, la muerte de Cristo habría sido en vano Muchos se ilusionan y esperan que exista algo que les permita justificarse a sí mismos, como por ejemplo, ser ciudadanos ejemplares o ser religiosos, ofrendar generosamente para la obra o en tiempos normales ir al templo, leer la Biblia u orar, pero la respuesta de la Biblia a esa esperanza es que es una esperanza falsa, vana. No, hay nada que nosotros podamos hacer, la única forma de entrar en la presencia del Señor es a través de la muerte expiatoria de Jesucristo, la que se hizo eficaz para nosotros en el momento en que confiamos en Él como Señor y Salvador. Y que se hará eficaz en la vida de todos aquellos que acudan en arrepentimiento y fe a Él.
Por el contrario, cuando el hombre en su orgullo se autoengaña con esperanzas falsas y vanas pretendiendo hacer algo para justificarse a sí mismo, lo que está haciendo es despreciar el sacrificio que el Hijo de Dios hizo por él, este desprecio es una afrenta que sólo merece la condenación eterna en el infierno.
Las reglas las fija Dios, y para el pecador la regla es “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:20), si un alma ahora y siempre ha llegado a ser salva, eso sólo ha sido una realidad a través del sacrificio de Cristo.
Muchas veces tomamos tan livianamente el perdón de nuestros pecados, pero es necesario tener en consideración que la remisión o perdón de nuestros pecados es costosa, muy costosa, su precio es de valor infinito. Que nosotros no tengamos que pagar por ella no significa que sea gratuita, sólo nos dice que hubo alguien que pagó nuestra deuda, alguien ocupó nuestro lugar, fue nuestro sustituto.
Mientras en el Antiguo Pacto, la sangre que ofrecía el sacerdote era la de un animal que moría, recibiendo sobre sí la ira de Dios, no dejaba de ser sangre ajena (v.25), en el Nuevo Pacto, el Cordero de Dios toma nuestro lugar y su sangre, de valor infinito, es derramada en nuestro favor.
Cuando leemos el v.24 “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el mismo cielo para presentarse ahora por nosotros en la presencia de Dios”. En primer lugar tenemos la seguridad que el Santuario o Lugar Santísimo al cual ingreso nuestro bendito Señor no es uno hecho de mano, es decir, no es obra de la mano del hombre, lo que nos debe llenar de gratitud al Señor pues, todo lo hecho por la mano del hombre puede clasificarse entre las cosas creadas que están sujetas a deterioro a causa del pecado que hay en el hombre. Nuestro bendito Señor ascendió al mismísimo cielo, a la presencia de Dios Padre, entró al Santuario verdadero, no al que fue una figura del real. Lo hizo para presentar al Padre su misión de dar su vida por los escogidos concluida. Pero además, accede al Santuario celestial para representarnos ante Dios Padre, lo hace por nosotros.
Lo que acabamos de ver es una poderosa razón para nunca dejar de lado a nuestro Salvador, todo lo hizo por el inmenso amor que tenia por los escogidos de Dios. No escatimó esfuerzos para satisfacer la voluntad del Padre y para llevarnos con Él a la eternidad, es a este hecho que Pablo se refiere cuando escribe a la iglesia en Éfeso:
“Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo: según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a sí mismo, según el puro afecto de su voluntad.” Efesios 1:3–5 (y siguientes).
¿Por quienes Cristo hizo lo que hizo? Ahora respondemos: lo hizo por nosotros, para llevarnos con Él a la presencia de Dios mismo. Esto es una bendición tremenda para cada hijo de Dios. ¡Qué desagradecidos somos cuando tenemos en menos esta salvación grandiosa que Jesús ganó para nosotros a precio de su sangre!
Cuando afirmamos que la paga del pecado es muerte, pero el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, estamos corroborando lo que el apóstol en este texto llama “deshacimiento del pecado”, no tengo la capacidad de expresar lo grandioso que es este tesoro que hemos recibido de la mano de nuestro Padre Celestial a través de la obra de Cristo en esa horrenda cruz, se ofreció a sí mismo para cumplir en Él la sentencia de condenación que pesaba sobre nosotros.
La responsabilidad del ser humano.
“Y de la manera que está establecido a los hombres que mueran una vez, y después el juicio” Hebreos 9:27.
Esto es lo que transforma al mensaje del evangelio en una tarea de suma urgencia, nadie es dueño de su vida, y desde el filántropo que vivió para hacer el bien a los demás hasta el ateo más recalcitrante un día todos estaremos ante el trono de Dios para rendir cuentas, y todos los que no le entregaron su corazón, en vida, al Señor terminarán recibiendo la sentencia divina de condenación eterna. Las oportunidades para arreglar nuestras cuentas con Dios, Él las ha establecido en esta vida, luego, después de ella, simplemente todo el que rechace el regalo de Dios deberá enfrentar el juicio divino, y sabemos que de ese juicio no saldrá más que para ir a parar al infierno, la descripción de este acontecimiento la hallamos en Apocalipsis 20:11–15:
“Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado sobre él, de delante del cual huyó la tierra y el cielo; y no fue hallado el lugar de ellos.
Y vi los muertos, grandes y pequeños, que estaban delante de Dios; y los libros fueron abiertos: y otro libro fue abierto, el cual es de la vida: y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.
Y el mar dio los muertos que estaban en él; y la muerte y el infierno dieron los muertos que estaban en ellos; y fue hecho juicio de cada uno según sus obras.
Y el infierno y la muerte fueron lanzados en el lago de fuego. Esta es la muerte segunda.
Y el que no fue hallado escrito en el libro de la vida, fue lanzado en el lago de fuego.”
Despreciar el sacrificio del Hijo de Dios y pretender tener la salvación por méritos propios es una afrenta a Dios que no tiene precio, es una muestra de locura extrema, de irresponsabilidad por sí mismo, la Biblia es muy clara al reconocer que no había otro camino posible para que el hombre pudiera ser reconciliado con su Creador. Dios exige hasta hoy la muerte del pecador y el Hijo de Dios hasta hoy es el sustituto a quien puede acudir el pecador para ponerse bajo el perdón alcanzado por la sangre derramada por Jesucristo.
Cuando el Señor estableció la Gran Comisión, lo que, sin duda, estaba presente en sus pensamientos era la realidad que el apóstol hace patente en este versículo, y es que el tiempo para que el hombre busque a Dios y se reconcilie con su Creador está determinado por lo que dure su vida en esta tierra, después de eso sólo le espera el justo juicio de Dios.
Este versículo tiene además una segunda lectura, que es un mensaje de vida para los creyentes, es un mensaje de consuelo y esperanza, así como el incrédulo no tiene una esperanza segura, la del creyente es una esperanza con certeza, porque el juicio sobre nuestros pecados ya fue realizado, Dios aplicó su justicia sobre su Hijo en reemplazo de haberla aplicado sobre los redimidos por esa preciosa sangre derramada, podemos exclamar junto a Pablo: ¡“Gracias a Dios por su don inefable.”! 2ª Corintios 9:15.
La certeza del creyente
“Así también Cristo fue ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos; y la segunda vez, sin pecado, será visto de los que le esperan para salud.”
El sacrificio de Cristo es único y unitario, no hay otras formas de expiación posibles porque la muerte de Cristo es suficiente para cubrir los pecados de toda la humanidad, el apóstol Juan nos dice:
“Y él es la propiciación por nuestros pecados: y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.” 1ª Juan 2:2.
Cuando leemos que el sacrificio de Cristo fue hecho para agotar los pecados de muchos, debemos entender que con ese sacrificio fue satisfecha la ira de Dios, liberando así de la culpa a quienes se ponen bajo la cruz de Cristo y acuden a Él confiando en que es la única expiación posible y efectiva por sus pecados.
“Mas no como el delito, tal fue el don: porque si por el delito de aquel uno murieron los muchos, mucho más abundó la gracia de Dios a los muchos, y el don por la gracia de un hombre, Jesucristo.” Romanos 5:15.
Lo trágico es que existiendo la posibilidad disponible para todos, no todos recibirán provecho de la muerte de Cristo, por su incredulidad muchos perderán la única posibilidad de estar a cuentas con Dios.
La Segunda Venida de nuestro Señor está cerca y cuando ese hecho ocurra, ya no lo veremos como aquel desvalido bebé en un pesebre, sino que será en toda su majestad, ya no vendrá a pagar por nuestros pecados, eso quedó saldado en la cruz, un solo sacrificio y una redención por los pecadores suficiente para todos pero eficaz sólo en los escogidos desde antes de la fundación del mundo.
Me sorprende cómo la Palabra de Dios es capaz de abarcar en tan sólo unos pocos versículos la historia de la redención desde el pacto establecido por Dios con su pueblo en la antigüedad hasta aquel momento glorioso de la segunda venida de nuestro Redentor. Que maravilloso hecho veremos cuando nuestro bendito Señor venga en gloria y majestad.
Amén.