HEBREOS 7, 18 – 28

Hebreos 7:18–28  “¡Qué gran Salvador tenemos!”

 

18  El mandamiento precedente, cierto se abroga por su flaqueza e inutilidad;

19  Porque nada perfeccionó la ley; mas hízolo la introducción de mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios.

20   Y por cuanto no fue sin juramento,

21  (Porque los otros cierto sin juramento fueron hechos sacerdotes; mas éste, con juramento por el que le dijo: Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote eternamente según el orden de Melchîsedec:)

22  Tanto de mejor testamento es hecho fiador Jesús.

23   Y los otros cierto fueron muchos sacerdotes, en cuanto por la muerte no podían permanecer.

24   Mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable:

25  Por lo cual puede también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.

26  Porque tal pontífice nos convenía: santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos;

27  Que no tiene necesidad cada día, como los otros sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus pecados, y luego por los del pueblo: porque esto lo hizo una sola vez, ofreciéndose a sí mismo.

28  Porque la ley constituye sacerdotes a hombres flacos; mas la palabra del juramento, después de la ley, constituye al Hijo, hecho perfecto para siempre.

 

Hoy la invitación es a concentrarnos en los versículos 18 al 28.

 

El objetivo de la Ley

Dios entregó al pueblo de Israel, en el monte Sinaí, la Ley, ¿Cuál fue el objetivo de la Ley?

 

La Ley de Moisés fue dada específicamente a la nación de Israel. Se compone de tres partes: los diez mandamientos, las ordenanzas, y el sistema de adoración, que incluía el sacerdocio, el tabernáculo, las ofrendas y las fiestas. Fue la base del Pacto de Obras que Dios estableció con Moisés y el pueblo al pie del Monte Sinaí. El propósito de la ley de Moisés era múltiple, sólo para ilustrarlo mencionaré cuatro que resultan relevantes para nuestra meditación:

 

  1. Revelar el carácter sagrado del Dios eterno a la nación de Israel (Santificaos, pues, y sed santos, porque yo Jehová soy vuestro Dios. Y guardad mis estatutos, y ponedlos por obra: Yo Jehová que os santificoLevítico 20:7–8).

 

  1. Apartar a la nación de Israel para que fuera diferente de todas las demás naciones (Ahora pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierraÉxodo 19:5).

 

  1. Revelar la pecaminosidad del hombre (Porque hasta la ley, el pecado estaba en el mundo; pero no se imputa pecado no habiendo leyRomanos 5:13). Aunque la ley era buena y santa (De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo y justo y bueno Romanos 7:12) NO PROPORCIONABA la salvación a nadie (Porque por las obras de la ley ninguna carne se justificará delante de él; porque por la ley es el conocimiento del pecado Romanos 3:20).

 

  1. Después de que Cristo viniera, hacer que las personas vieran que no podían guardar la ley, sino que necesitaban creer en Cristo como Salvador, pues Él cumplió la ley en Su vida y pagó el castigo de nuestra culpa con Su muerte, sepultura y resurrección corporal (Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que creeRomanos 10:4). El creyente en Cristo tiene la justicia de la ley cumplida en él porque Dios, en su amor, ha decidido aplicarnos la justicia de Cristo a nosotros (Para que la justicia de la ley fuese cumplida en nosotros, que no andamos conforme a la carne, mas conforme al espíritu Romanos 8:4).

 

Como vemos, la Ley tenía múltiples propósitos, Pablo responde nuestra pregunta al escribir a los Gálatas y nos da un excelente resumen en Gálatas 3:19–26:

 

¿Pues de qué sirve la ley? Fue puesta por causa de las rebeliones (revelar la pecaminosidad del hombre), hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa (el advenimiento del Mesías prometido)…

¿Luego la ley es contra las promesas de Dios? En ninguna manera: porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley (resulta imposible al ser humano dar cumplimiento total a la Ley y esa era la condición establecida por Dios).

Mas encerró la Escritura todo bajo pecado, para que la promesa fuese dada a los creyentes por la fe de Jesucristo (El establecimiento de la Ley delató la condición de pecado que caracteriza a toda la humanidad, Cristo vino y cumplió la Ley por nosotros).

Empero antes que viniese la fe, estábamos guardados bajo la ley, encerrados para aquella fe que había de ser descubierta.

De manera que la ley nuestro ayo (tutor o guía) fue para llevarnos a Cristo, para que fuésemos justificados por la fe (esto es ser declarados justos al aplicar Dios sobre nosotros la justicia de Cristo, a pesar de nosotros mismos y nuestra naturaleza caída).

Mas venida la fe, ya no estamos bajo ayo (tutor o guía); porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús (esta es la maravilla del evangelio o buenas nuevas).

 

Hermano, cada día debemos dar gracias al Señor que nos permitió tomar conciencia de nuestro pecado y sus consecuencias fatales, la ley lo que hace es sacar a luz nuestra pecaminosidad y dejar de manifiesto que ofendemos la santidad de Dios y una ofensa a un Ser infinito es algo muy grave, pues la gravedad del hecho se mide según sea la posición del ser ofendido y en este caso ese ser es Dios.

 

La ley y nosotros

La Palabra de Dios, en el párrafo que estamos considerando hoy afirma:

El mandamiento precedente, cierto se abroga por su flaqueza e inutilidad; porque nada perfeccionó la ley; mas hízolo la introducción de mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios.

 

Para mantener una comunión estrecha con el Creador ya no estamos sujetos a la ley, es que fuimos incapaces de cumplir el estándar que Dios nos fijó.

 

No ha existido ni existirá alguien capaz de mantener una relación íntima con Dios mediante la ley, sólo uno lo hizo y lo hizo por nosotros, a quien Dios lo ha hecho nuestro representante, es a quien se refiere esa “mejor esperanza, nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo. Si tan sólo tuviéramos la conciencia de lo grandioso que resulta este hecho y de la tremenda gracia con la que hemos sido beneficiados, no pararíamos de alabar y glorificar a nuestro Salvador, porque gracias a Él, siendo pecadores transgresores de la ley de Dios, hoy podemos disfrutar de un presente muy diferente al que teníamos ayer cuando la ira de Dios estaba sobre nosotros.

 

Hermano, hoy nuestra realidad es que ya somos lavados, ya somos santificados, ya somos justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios (1ª Corintios 6:11) ¿Seguiremos viviendo como si no? Si mantienes tu antigua conducta y eso no te inquieta debes revisar tu relación con Dios, tal vez descubras que sólo eres un convencido de las bondades del evangelio pero nunca ha estregado tu vida al Señor.

 

Nuestro culto presidido por el Hijo de Dios

Tanto de mejor testamento es hecho fiador Jesús.

Y los otros cierto fueron muchos sacerdotes, en cuanto por la muerte no podían permanecer.

Mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable: por lo cual puede también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.”

 

Mientras el culto del Antiguo Pacto era presidido por sacerdotes que debían ser sucedidos uno tras otro pues, naturalmente les llegaba el momento de morir, nuestro Sumo Sacerdote, el Hijo de Dios, Jesucristo, dio su vida por nosotros y luego la volvió a tomar, hoy Dios lo ha hecho cabeza de la Iglesia, quien la preside y gobierna cada día y es tu Salvador y Señor.

 

Reconocer a Jesús como nuestro Señor, es sinónimo de reconocernos a nosotros como sus siervos, que estamos dispuestos a hacer su voluntad en nuestras vidas.

 

Lo triste es que, disfrutando de un privilegio maravilloso e inmerecido como es la vida eterna que Dios nos ha dado por gracia, no tomamos conciencia de la responsabilidad que nos cabe por ser poseedores de tan alto privilegio y muy frecuentemente vivimos como si aún fuéramos parte del mundo. Cuando algo cuesta poco se valora poco, pero miremos la Salvación con el precio que Dios estuvo dispuesto a pagar por ti y por mí, eso debería cambiar nuestra perspectiva del asunto y cuando el Señor nos dice: Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos. Proverbios 23:26 estaremos listos a decir como Isaías y muchos fieles hijos de Dios: “Heme aquí”.

 

Disfrutemos del compromiso que Cristo Jesús ha tomado hacia nosotros, una vez convertidos somos objeto de su cuidado permanente, intercediendo ante nuestro Padre Celestial diariamente (¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros Romanos 8:34).

 

Nuestro maravilloso Salvador

Porque tal pontífice nos convenía: santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como los otros sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus pecados, y luego por los del pueblo: porque esto lo hizo una sola vez, ofreciéndose a sí mismo.

Porque la ley constituye sacerdotes a hombres flacos; mas la palabra del juramento, después de la ley, constituye al Hijo, hecho perfecto para siempre.

 

Como no amar a Dios con todo nuestro ser, no debería ser necesario que nos expliciten el primer mandamiento (El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás pues al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente, y de todas tus fuerzas; este es el principal mandamiento. Marcos 12:29–30), deberíamos vivirlo simplemente por gratitud de haber sido beneficiarios de la misericordia de Dios que nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo; en el cual tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados Colosenses 1:13–14.

 

El apóstol hace un listado de las características que debe cumplir cada sacerdote santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores en el sacerdocio levítico del AT, los sacerdotes eran pecadores como el resto del pueblo y debían constantemente estar ofreciendo sacrificios por ellos antes de poder ofrecerlos por el pueblo. No sucede así con nuestro Sumo Sacerdote, la realidad nos muestra que tan sólo Cristo satisface a plenitud las condiciones citadas, lo que lo hace tan diferente y único pues es completamente justo y libre de pecado.

 

Cristo es eternamente santo, incapaz de pecar, no hubo que cosa que señalar en su vida que pudiera siquiera ser un atisbo de pecado. Y nosotros somos santificados en Él.

 

La santidad está relacionada con Dios, la inocencia con los hombres, Jesús vivió entre nosotros, desarrolló su ministerio terrenal, vivió para servir, sólo hizo el bien a quienes lo rodearon, favoreció con el bien incluso a quienes Él sabía que luego le harían el mal, como parte de la Iglesia somos parte de su cuerpo y nuestro proceder debe ser conforme el proceder de nuestro Señor.

 

Nuestro sacerdote estuvo limpio de todo pecado, libre de cualquier defecto espiritual o moral, aunque vivió entre pecadores y compartió en muchas ocasiones con ellos, nunca se manchó con el pecado porque lo que contamina al hombre es lo que sale del corazón, Él sólo expresó misericordia por quienes lo rodeaban y hoy continúa haciéndolo con cada uno de nosotros.

 

El apóstol precisa apartado de los pecadores, pues aunque estuvo con ellos su clase era completamente diferente, “porque nunca hizo Él maldad ni hubo engaño en su boca” (Isaías 53:9), sin embargo,  al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. 2ª Corintios 5:21.

 

Él es más sublime que los cielos por todo lo que acabamos de mencionar: santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores a diferencia de los sacerdotes del AT por su ausencia de pecado, no requería ofrecer sacrificio por Él mismo. Por la ausencia de pecado no necesita sacrificio. El sacrificio que ofreció Jesús no fue por Él, fue por ti y por mí. Lo hizo una vez, perfecto y válido por toda la eternidad, ¡Gloria al Señor por el sacrificio de su Hijo en nuestro favor! ¡Gloria a Jesús el Hijo de Dios! ¡Gloria al Espíritu Santo que nos ha regenerado y llamado al reino del amado Hijo de Dios! Toda la gloria sea dada a Dios.

 

Llena tu vida de alabanza a nuestro bendito Señor y Salvador, no hay otro como Él digno de tu alabanza, reconozcamos con David: Grande es Jehová y digno de suprema alabanza: y su grandeza es inescrutable Salmo 145:3.

Sumémonos al coro celestial que describe Juan en Apocalipsis 5:

 

Y miré, y oí voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los animales, y de los ancianos; y la multitud de ellos era millones de millones, que decían en alta voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder y riquezas y sabiduría, y fortaleza y honra y gloria y alabanza.

Y oí a toda criatura que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y que está en el mar, y todas las cosas que en ellos están, diciendo: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la bendición, y la honra, y la gloria, y el poder, para siempre jamás” (5:11–13).

 

Amén.

 

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