HEBREOS 4, 14 – 5,10 – parte 1

Hebreos 4:14 a 5:10 “Cristo como Sumo Sacerdote”

 

14  Por tanto, teniendo un gran Pontífice, que penetró los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión.

15  Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.

16  Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro.

 

1    Porque todo pontífice, tomado de entre los hombres, es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios toca, para que ofrezca presentes y sacrificios por los pecados:

2   Que se pueda compadecer de los ignorantes y extraviados, pues que él también está rodeado de flaqueza;

3   Y por causa de ella debe, como por sí mismo, así también por el pueblo, ofrecer por los pecados. 

4   Ni nadie toma para sí la honra, sino el que es llamado de Dios, como Aarón.

5   Así también Cristo no se glorificó a sí mismo haciéndose Pontífice, mas el que le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy;

6      Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote eternamente, según el orden de Melchîsedech.

7    El cual en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído por su reverencial miedo.

8   Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;

9   Y consumado, vino a ser causa de eterna salud a todos los que le obedecen;

10  Nombrado de Dios pontífice según el orden de Melchîsedech.

 

Con estos versículos se inicia una nueva Sección de la Epístola a los Hebreos donde Pablo se refiere a la superioridad de Cristo en su rol de Sumo Sacerdote. Hoy consideraremos los últimos versículos del Cap. 4

 

Viendo los excelentes seres de la creación que son los ángeles, lo primero que esclarece Pablo es la superioridad de Jesús sobre ellos, que, por lo demás son su creación, luego se refiere a Moisés, el apóstol (enviado de Dios) que guio al pueblo desde Egipto a las puertas de la Tierra Prometida y con todo lo consagrado que fue Moisés no dejó de ser siervo de Dios, mientras Jesús era Dios mismo, no hay forma de establecer una comparación entre ambos, no hay duda que el ministerio de Moisés fue una epopeya que no encuentra paralelo en la historia humana, sin embargo, no pudo entrar a la Tierra Prometida por causa de su pecado, en cambio Cristo, no sólo cumplió su apostolado en forma perfecta, sino que luego, cumplida su misión, entró a la gloria para volver a ocupar su puesto de preeminencia a la diestra de Dios Padre.

 

Ahora Pablo comienza a analizar el ministerio sacerdotal de Jesús, y la comparación natural que surge es con el ministerio de Aarón, el primer Sumo Sacerdote en el pueblo de Israel, y nuevamente la conclusión es que la superioridad de Jesús, en este oficio, lo hace incomparable.

 

El marco de esta parte de la epístola Pablo la sustenta en el Salmo 110:4Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melchîsedech.

 

Iniciamos el culto de hoy entonando ¡Oh, qué amigo nos es Cristo! Lo que hallamos en el texto, tras la solemnidad que corresponde a la alta dignidad del personaje central de quien se habla: Jesús el Hijo de Dios, una autoridad como no hay otra en el Universo entero, resulta ser una autoridad llena de compasión, que se muestra como nuestro amigo, un amigo cercano, un amigo dispuesto a hacer todo por el bienestar de sus amigos.

 

Nadie tiene mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos.

Vosotros sois mis amigos, si hiciereis las cosas que yo os mando.

Ya no os llamaré siervos (doulos= esclavos), porque el siervo no sabe lo que hace su señor: mas os he llamado amigos (philos= amigo querido, especialmente cercano), porque todas las cosas que oí de mi Padre, os he hecho notorias.

No me elegisteis vosotros a mí, mas yo os elegí a vosotros; y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca: para que todo lo que pidiereis del Padre en mi nombre, él os lo dé”. Juan 15:13–16.

 

La amistad que el mundo busca, la que el mundo ofrece y el final que acarrea.

 

Cuánto busca el mundo la amistad de la gente “importante”, autoridades, un crack deportivo o un artista de renombre, etc. y cuando logran tenerla, se ufanan de esa amistad. Otros buscan, al menos, estar físicamente cerca de alguien importante, muchas veces lo logran. Tanto unos como otros, nunca lo olvidarán y esa experiencia saldrá a colación por años en cada oportunidad que se reúnan con algún grupo de amigos, aunque lo más seguro, la triste realidad, es que pasaron inadvertidos para esas personas “importantes”.

 

En otras ocasiones ese personaje importante requiere algún servicio que, el que está ávido de su amistad, está dispuesto a brindarle y así, esa amistad, durará mientras el que se cree amigo satisface alguna necesidad del poderoso, si desaparece esa necesidad se esfumará la amistad.

 

Es que en el mundo el poderoso o el que se cree importante mira con desdén al resto, lo habitual es que son personas muy ocupadas o aparentan serlo, con ellos hay que agendar una cita a veces con meses de anticipación, se sienten dueños de su vida, en sus mentes no cabe el hecho de que pueden tener muchos bienes materiales, pero no tienen el control del tiempo de sus vidas, se mueven como si fueran a vivir siempre, sin embargo, la Biblia les da numerosas advertencias a ellos y a todos, mencionemos sólo dos:

 

  1. Predicando en el Areópago de Atenas (53 DC), Pablo nos dice que Dios de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los términos de la habitación de ellospara que buscasen a Dios…” Hechos 17:26–27.

 

  1. Unos 12 años después le advierte a Timoteo (65 DC): Porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar… Porque los que quieren enriquecerse, caen en tentación y lazo, y en muchas codicias locas y dañosas, que hunden a los hombres en perdición y muerte” 1ª Timoteo 6:7,9.

 

Luego, de esto se desprende que nadie es dueño del tiempo que durará su vida, llegado el tiempo que Dios ha prefijado para cada ser humano, el tal parte de esta “habitación” al destino eterno, al que nos hemos referido ampliamente en las meditaciones anteriores y del que luego diremos algo más.

 

En esto la Soberanía de Dios se expresa en que nadie le ha tocado vivir en un tiempo equivocado, antes o después de lo establecido por Dios y nadie vive un minuto menos de lo que Él ha prefijado y tampoco alguien a llegado a vivir un minuto más que el tiempo que Dios definió. Permítanme poner el siguiente punto, considerando el discurso de Pablo en el Areópago, él establece para qué Dios nos ha dado la vida: es para que lo busquemos, esa es la ocupación más relevante que el hombre debería tener en mente durante toda su vida, sólo recordemos dos textos de vital importancia en lo que estamos comentando:

 

Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos; y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” Isaías 55:6–7.

 

“En tiempo aceptable te he oído, y en día de salud te he socorrido: he aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” 2ª Corintios 6:2.

 

Si el hombre no toma en consideración estos llamados de atención, el final que le espera es sólo uno, no hay más opciones, sólo la condenación eterna.

 

El Sumo Sacerdote en el Antiguo Testamento

 

No olvidemos que Pablo se está dirigiendo primariamente a judíos.

 

En el pueblo de Israel, el primero que ocupó el puesto de Sumo Sacerdote fue Aarón, hermano de Moisés. Su función era ser el más alto dignatario en el sistema ritual del Antiguo Testamento, recordemos que era una Teocracia, toda la vida de la Nación giraba en torno al Tabernáculo primero y luego del Templo.

 

La palabra “sacerdote” conlleva un par de significados:

  1. Uno que es mediador en los servicios religiosos.
  2. Uno que es santo o apartado para llevar a cabo esos servicios.

 

Los sacerdotes eran los responsables de hacer la intercesión ante Dios por el pueblo, mediante la ofrenda de los muchos sacrificios que requería la ley.

 

Entre los sacerdotes, uno era elegido como el Sumo Sacerdote, quien era el único autorizado por Dios para entrar en el Lugar Santísimo una vez al año en el Día de la Expiación, para colocar la sangre del sacrificio sobre el Arca del Pacto. Cualquiera que osará asomarse al Lugar Santísimo e inclusive el mismo Sumo Sacerdote, en una fecha diferente a la señalada, caería fulminado en el acto. Ese lugar representaba la presencia misma de Dios en medio de su pueblo.

 

La amistad que Cristo ofrece

 

Que distinto es el caso de la amistad que Cristo ofrece, de partida Él es el Soberano absoluto, hemos leído en el evangelio de Juan: “Nadie tiene mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos… No me elegisteis vosotros a mí, mas yo os elegí a vosotros”.

 

Esto define claramente el origen de nuestra relación con Cristo. No lo hemos encontrado en medio de un camino por casualidad o azar. Él nos ha elegido, “antes de la fundación del mundo” (Efesios

1:4), aclara Pablo en Efesios, y lo ha hecho para hacernos su “especial tesoro” (Éxodo 19:5).

 

¿Pero quién es el que nos ha escogido? ¿Qué dignidad posee? ¿Es relevante para nuestras vidas haber sido escogidos por este personaje?

 

“Por tanto, teniendo un gran Pontífice, que penetró los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión” (v.14)

 

Es el Pontífice o Sumo Sacerdote por excelencia, es quien ha entrado al Lugar Santísimo porque esa es su morada natural.

 

Al igual que el Sumo Sacerdote bajo el Antiguo Pacto tenía que ingresar al Lugar Santísimo para consumar el sacrificio expiatorio, Jesús entró en la Gloria de Dios tras hacer su sacrificio perfecto y definitivo.

 

Como ya hemos mencionado, una vez al año el Sumo Sacerdote entraba al Lugar Santísimo para hacer expiación por los pecados del pueblo, ese lugar fue una representación de la realidad celestial, una figura. Cuando Jesús penetró los cielos luego de haber consumado el plan redentor de Dios, la representación terrenal dejó de ser necesaria, el velo que lo separaba del resto del Templo se partió de arriba abajo y lo terreno quedó expuesto, ya no sería más requerido, desde ese momento, el Lugar Santísimo y su función habían cumplido su objetivo y quedaba obsoleto. Hoy todo hijo de Dios tiene acceso directo al Padre, por medio de Cristo Jesús, no necesitamos otro mediador como fue en el Antiguo Pacto y la función del Sumo sacerdote.

 

Jesús el Hijo de Dios, su nombre humano y su título divino, es todo lo necesario para que pudiera pagar por nuestros pecados ofreciendo un sacrificio de valor infinito que fuera suficiente para pagar por el pecado de la humanidad “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” 1ª Juan 1:7.

 

¿A qué nos debe llevar esta maravillosa realidad, de que nuestro Sumo Sacerdote o Pontífice haya concluido nuestra redención?

 

A retener la fe que Él, por medio del Espíritu Santo, obró en nuestros corazones. Poniendo toda nuestra confianza en quien hemos depositado nuestra fe, eso es lo que Pablo nos aconseja al decir “retengamos nuestra profesión”. Sin embargo, esto no es algo antojadizo de parte de Dios, no es algo que nuestro Padre Celestial exija porque sí, teniendo todo el derecho de hacerlo así, Él es el Soberano, no nosotros, y a pesar de tan alta dignidad, su misericordia y bondad brillan a raudales cuando continuamos nuestra lectura y nos encontramos con:

 

“Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (v.15)

 

He aquí la razón más hermosa que podemos encontrar, no existe nada que se relacione con nuestra vida, comparable a lo que leemos en este texto. Jesús el Hijo de Dios se alza como nuestro Sumo Sacerdote, la más alta dignidad, nos conoce perfectamente (a los creyentes no nos hacen falta las

amistades que busca y anhela el mundo), Jesús es nuestro amigo, conoció la realidad de tentaciones tremendas y venció en cada una de ellas, es sin pecado, conoce nuestra realidad de lucha contra el pecado y NO juzga nuestras flaquezas echándonos al olvido, por el contrario, se compadece de nuestras debilidades y está pronto para socorrernos con sus brazos amorosos. Entonces:

 

“Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro” (v.16)

 

¿Quién puede mantenerse indiferente a esta invitación? sólo los inconversos que no la comprenden porque es una realidad espiritual, que excede el conocimiento de ellos mientras se nieguen a abrir sus corazones a Cristo con un  arrepentimiento sincero y reconociendo que con su vida de pecado ofenden gravemente la santidad de Dios.

 

Pero los creyentes, que tenemos la misma experiencia que expresó el ciego de nacimiento que sanó Jesús ante las preguntas de los Fariseos: Entonces él respondió, y dijo: Si es pecador, no lo sé: una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veoJuan 9:25. La evidencia de nuestra salvación Dios la ha radicado en nuestro corazón, nadie nos puede arrebatar eso.

 

Policarpo, discípulo del apóstol Juan y pastor de la Iglesia en Smirna, al enfrentar a sus enemigos que le pedían que renegara de su fe y le perdonarían la vida, a sus 86 años les testificó “Por ochenta seis años he servido a mi Señor Cristo Jesús, y nunca me ha hecho ningún daño. ¿Cómo puedo yo negar a mi Rey quien hasta ahora me ha preservado de toda maldad y tan fielmente me redimió?”

 

Uno de los privilegios más hermosos que tenemos los creyentes es que tenemos acceso directo y permanente al trono de la gracia de Dios. Es un privilegio que habla de la supremacía de Cristo y del Nuevo Pacto, el de la Garcia, respecto del Sumo Sacerdote del Antiguo Pacto, de las Obras, mientras éste podía acceder al Lugar Santísimo sólo una vez al año, nosotros entramos a la presencia del Señor con nuestras oraciones cuantas veces lo deseemos. El Espíritu Santo invita a todos los creyentes a que nos acerquemos con confianza al Trono de la Gracia de Dios con la certeza de que siempre recibiremos de nuestro Padre Celestial misericordia y gracia por medio de su Hijo Jesucristo, nuestro bendito Salvador. Como no entonar con todo nuestro corazón ¡Oh, qué amigo nos es Cristo!

 

Amén.

 

Detenerme a meditar en estos textos durante estos días ha sido muy reconfortante, perdonen si no profundizamos más en cada uno de ellos pero el tiempo disponible es breve, entiendo que no es fácil estar atentos a la pantalla tanto rato.

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