Hebreos 10, 26-39

Hebreos 10:26–39

“Advertencia al que peca intencionalmente”

 

26  Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por el pecado.

27  Sino una horrenda esperanza de juicio, y hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.

28  El que menospreciare la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere sin ninguna misericordia:

29  ¿Cuánto pensáis que será más digno de mayor castigo, el que hollare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del testamento, en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?

30  Sabemos quién es el que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará su pueblo.

31  Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo.

32  Empero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sufristeis gran combate de aflicciones:

33   Por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra parte hechos compañeros de los que estaban en tal estado.

34  Porque de mis prisiones también os resentisteis conmigo, y el robo de vuestros bienes padecisteis con gozo, conociendo que tenéis en vosotros una mejor sustancia en los cielos, y que permanece.

35   No perdáis pues vuestra confianza, que tiene grande remuneración de galardón:

36  Porque la paciencia os es necesaria; para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.

37  Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará.

38  Ahora el justo vivirá por fe; mas si se retirare, no agradará a mi alma.

39  Pero nosotros no somos tales que nos retiremos para perdición, sino fieles para ganancia del alma.

 

  1. Predicar todo el consejo de Dios, lo que Dios espera de su pueblo.
  2. La santidad de vida, un deber inexcusable del creyente.
  3. ¿Puede un creyente pecar deliberadamente?
  4. La terrible advertencia de Dios
  5. Una palabra de aliento para el creyente.

 

Introducción: Predicar todo el consejo de Dios, lo que Dios espera de su pueblo.

El orgullo arraigado en el ser humano lo arrastra a actuar hacia Dios con una inconciencia que lo ciega y lleva a ponerse en un situación terrible, de la que algunos estarán impedidos de salir. Esa es la realidad del apóstata, ya vimos la situación de estas personas cuando meditamos en el mensaje del apóstol contenido en Hebreos 5:11–14.

 

Hoy nos vemos en la necesidad de volver sobre el tema pues es lo que hallamos en la Palabra de Dios. Esta es una de las ventajas que tiene la predicación de la Palabra de Dios en forma expositiva pues nos lleva a no rehuir temas que en sí mismos no son agradables por lo que muchos prefieren obviarlos, abandonando así el mandato imperativo de predicar todo el consejo de Dios, como les dice, en su despedida, Pablo a los ancianos de la Iglesia de Éfeso: Porque no he rehuido de anunciaros todo el consejo de Dios. Por tanto mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual ganó por su sangre. Hechos 20:27.

 

La santidad de vida, un deber inexcusable del creyente.

Sin duda, es difícil imaginar una perfección de Dios más grande que su santidad, es la única característica de Él que los coros celestiales exaltan repitiéndola, en la Palabra de Dios hallamos descripciones de cánticos celestiales en que se resalta la santidad de Dios:

 

Isaías relata su testimonio y escribe: “… vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas henchían el templo. Y encima de él estaban serafines: cada uno tenía seis alas Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos: toda la tierra está llena de su gloria. Isaías 6:1–3.

 

El apóstol Juan, vivió una experiencia similar y registra:

Y los cuatro animales tenían cada uno por sí seis alas alrededor, y de dentro estaban llenos de ojos; y no tenían reposo día ni noche, diciendo: Santo, santo, santo el Señor Dios Todopoderoso, que era, y que es, y que ha de venir. Apocalipsis 4:8.

 

En Levítico, en medio de leyes vinculadas con la inmoralidad sexual e idolatría nos encontramos con la advertencia de Dios: Santificaos, pues, y sed santos, porque yo Jehová soy vuestro Dios. Y guardad mis estatutos, y ponedlos por obra: Yo Jehová que os santifico. Levítico 20:7–9. Lo que Dios está haciendo en este llamado a su pueblo es una invitación a apartarse conscientemente del pecado, fijando la mirada en Él y confiando plenamente en que su poder estará de nuestro lado para sostenernos en pie, no olvidemos la promesa preciosa que recibieron los santos del Antiguo Pacto y que se extiende hasta nosotros: “No te dejaré, ni te desampararé” Josué 1:5.

 

Es la santidad de Dios la que despreciamos cada vez que prestamos atención a las insinuaciones del diablo que nos quieren arrastrar a una vida de pecado que deshonre a nuestro Padre Celestial, debido a la conducta de sus hijos. El apóstol Pedro nos exhorta:

 

Como hijos obedientes, no conformándoos con los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino como aquel que os ha llamado es santo, sed también vosotros santos en toda conversación (conducta): Porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. 1ª Pedro 1:15–16. Y más adelante caracteriza al pueblo de Dios diferenciándolo de los desobedientes que por su conducta serán arrastrados a condenación, escribe: Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido, para que anunciéis las virtudes de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable.” 1ª Pedro 2:9.

 

¿Puede un creyente pecar deliberadamente?

El apóstol profundiza en este párrafo de la epístola a los Hebreos una advertencia muy solemne, que debería hacer temblar al lector: “Las consecuencias del que diciéndose ser creyente, peca intencionalmente”.

 

Dios es testigo de cómo ansío que ninguno de Uds. luego de haber recibido el mensaje del evangelio y hecho una profesión pública de su fe en Cristo, esté pensando como lo hacían algunos creyentes falsos en la iglesia de Roma, a los cuales el apóstol Pablo les escribe:

 

¿Pues qué diremos? Perseveraremos en pecado para que la gracia crezca? En ninguna manera. Porque los que somos muertos al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?  Romanos 6:1–2.

 

Resulta muy interesante ver el tratamiento que se daba a casos de pecados deliberados en la Ley:

 

Mas la persona que hiciere algo con altiva mano (soberbia), así el natural como el extranjero, a Jehová injurió; y la tal persona será cortada de en medio de su pueblo. 

Por cuanto tuvo en poco la palabra de Jehová, y dio por nulo su mandamiento, enteramente será cortada la tal persona: su iniquidad será sobre ella. Números 15:30–31.

 

Tener en poco la Palabra de Jehová y hacer nulo su mandamiento es lo mismo que pensar en pecar para que la gracia sea mayor. En la Ley, este acto arrogante del hombre constituía un acto de insubordinación hacia el Señor que se debía pagar con la pena de ser cortado del pueblo de Israel, la sentencia era la muerte.

 

Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por el pecado.

 

Para comprender la gravedad de la situación de los afectados por estas palabras, es relevante considerar el orden que establece este versículo, se refiere a pecados cometidos voluntariamente, esto es con una evidente intención de pecar, sin tener el menor temor de Dios, después de haber recibido el conocimiento de la verdad. No son los pecados cometidos antes de conocer el evangelio. Son pecados cometidos deliberadamente, en pleno uso de la consciencia, es decir intencionalmente, no son hechos aislados, son expresiones que caracterizan a la persona. Y que esta actitud la desarrollen después de haber tenido conocimiento de la verdad agrava su ingratitud. Este es el retrato de un apóstata, es decir, alguien que se acercó al evangelio, participó de él, vio y conoció el efecto del evangelio en las personas, y cuando parecía que entregaba si vida al Señor, dio media vuelta y abandonando la iglesia se alejó transformando su vida en una expresión de oposición activa al evangelio y a Dios, han desertado de la fe. Es a estas personas a las que Pablo dirige sus palabras en este párrafo. El apóstata pierde todo acceso a la salvación porque ha rechazado el único sacrificio que puede limpiarlo del pecado y reconciliarlo con Dios.

 

Al reflexionar en esta verdad, Juan Calvino escribe: “Aprendamos, pues, no únicamente a recibir con reverencia y pronta sumisión la verdad que se nos ofrece, sino también a perseverar firmemente en su conocimiento, para que no suframos el terrible castigo de aquellos que la desprecian.”

 

No puedo obviar en este momento el llamado de atención que el apóstol ha hecho en el vers. 25No dejando nuestra congregación, como algunos tienen por costumbre, mas exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca. Abandonar la comunión con la congregación es el primer paso que da el apóstata. Por eso es tan peligroso cuando el creyente verdadero, por un motivo u otro, decide tomar distancia de la iglesia, no es una situación normal para el cristiano el no congregarse, por eso en esta hora mi humilde invitación a quienes puedan estar viviendo un distanciamiento de la comunión con la iglesia es a que recapaciten sin dilatar más las cosas y vuelvan a la comunión que un día dejaron.

 

El verdadero hijo de Dios, muy a su pesar peca, porque si bien, por la gracia de Dios, ya tenemos vida eterna, mientras estemos de esta parte de la eternidad nuestro viejo hombre aun convive en nuestro corazón y lamentablemente cuando descuidamos nuestra relación con el Señor, nos debilitamos y el diablo aprovecha la oportunidad para promover la concupiscencia de la carne, de los ojos y la soberbia de la vida (1ª Juan 2:16). Pero la consciencia del creyente verdadero no queda tranquila, el Espíritu Santo lo redarguye de pecado y el cristiano verdadero alza su mirada a la cruz de Cristo.

 

Mientras el creyente reconoce su pecado y lo confiesa, quien ha apostatado del evangelio queda irremediablemente bajo el juicio de Dios: Sino una horrenda esperanza de juicio, y hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.

 

El apóstata es un adversario de Dios, conoció de Él y haciendo uso de sus sentidos determinó rechazarlo, ahora viven bajo el tormento de una mala consciencia, pues no sólo carecen de gracia, sino que saben que después de haber probado la gracia la han perdido para siempre por su propia culpa. Esta consciencia de su realidad es la que los hace que luchen y se rebelen contra Dios, porque no pueden soportar a un Juez que aplica su justicia con tanta rigurosidad.

 

Lo que espera al apóstata es una condenación eterna, el hervor de fuego es una figura que hace referencia al infierno, serán destruidos pero no consumidos pues su afrenta por despreciar lo que Cristo hizo por ellos recibirá un castigo inextinguible.

 

La terrible advertencia de Dios

28  El que menospreciare la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere sin ninguna misericordia:

29  ¿Cuánto pensáis que será más digno de mayor castigo, el que hollare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del testamento, en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?

30  Sabemos quién es el que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará su pueblo.

31  Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo.

 

La referencia que hace Pablo en estos versículos es Deuteronomio 17:2–7, donde el tema es el tratamiento que debía recibir el que violara el pacto divino adorando a dioses ajenos, quien debería ser sacado del campamento para ser lapidado. Esa era la sentencia para el apóstata en el antiguo pacto. El apóstata bajo el evangelio tiene la sentencia de Dios sobre su cabeza, debe perecer. En ambos casos no hay lugar a la misericordia, pero la muerte del apóstata de nuestros días es peor no es sólo la muerte física sino que la condenación eterna, no puede ser diferente el final de quien desprecia el sacrificio de valor infinito hecho por Cristo en la cruz.

 

Según estos versículos la acción de vida del apóstata es terrible, menciona en tres puntos cómo se desarrolla la conducta del apóstata:

  • El Hijo de Dios es pisoteado, es despreciado y rechazado.
  • Que la sangre de Cristo es considerada inmunda. Este es el mayor ultraje que se pueda cometer, es por la preciosa sangre de Cristo vertida en la cruz que se efectúa nuestra santificación, es en ella que descansa nuestra salvación.
  • Y es despreciado el Espíritu de gracia. Es sólo por la obra del Espíritu Santo que somos capacitados para recibir la gracia ofrecida a nosotros en Cristo. Despreciar al único que puede obrar en nuestro corazón la transformación de vida es una impiedad perversa.

 

Cuando tomamos conciencia de la gravedad de los hechos que el apóstata aloja en su corazón nos damos cuenta que la ira de Dios está sobre aquella persona y que el castigo severo que recibirá es lo que corresponde a su vida llena de blasfemia, no es de extrañar que luego de haber menospreciado el sacrificio de Cristo y la obra del Espíritu Santo, Dios le cierre la puerta de la salvación.

 

Las palabras: Sabemos quién es el que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará su pueblo.Son una referencia a Deuteronomio 32:35,36, donde Moisés promete al pueblo que Dios vengará las cosas malas hechas a su pueblo, esto debe ser considerado por los hijos de Dios como un gran consuelo, nada pasa inadvertido a los ojos de Dios, él es el vengador del mal en quien debemos esperar, menospreciar a Dios no quedará sin castigo. Nadie que se allá rebelado contra Dios quedará impune.

 

A esto lo sigue una afirmación que debe hacer temblar a la humanidad: Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo. La ira de Dios está preparada con castigos espantosos que durarán para siempre.

 

Una palabra de aliento para el creyente.

35   No perdáis pues vuestra confianza, que tiene grande remuneración de galardón:

36  Porque la paciencia os es necesaria; para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.

37  Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará.

38  Ahora el justo vivirá por fe; mas si se retirare, no agradará a mi alma.

39  Pero nosotros no somos tales que nos retiremos para perdición, sino fieles para ganancia del alma.

 

La confianza es el fundamento de una vida piadosa y santa. Las circunstancias difíciles que a veces se presentan en nuestra vida, no nos deben hacer perder nuestra identificación con Cristo, los cristianos no nos movemos por lo que el mundo ofrece, como sí lo hacen los apóstatas, nuestro mayor anhelo debe ser vivir conforme a la voluntad de Dios para nuestra vida.

 

La perseverancia de los hijos de Dios es una manifestación de la vida transformada por el poder de Dios, esta gracia de Dios es una bendición preciosa que podemos disfrutar cada día y se expresa por medio de vidas consagradas a la voluntad de Dios.

 

El apóstol hace referencia a un hecho en la historia que es el más anhelado por el creyente: el regreso de nuestro Señor por su iglesia. Esa esperanza es la que debe motivar nuestra fidelidad a Dios. Cuando el tiempo de Dios se cumpla, dicho regreso ocurrirá, al igual como cuando el tiempo de su primera venida se cumplió.

 

Ahora nuestro deber es hacer realidad las palabras de Gálatas 2:20 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí.

 

El llamado final de este mensaje es a no volvernos atrás.

 

Es a invitar a los hijos de Dios que por un motivo u otro se han visto apartados de la comunión de la iglesia, a que retornen al hogar de donde nunca debieron salir.

 

Pero nosotros no somos tales que nos retiremos para perdición, sino fieles para ganancia del alma.

 

Amén.

 

 

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