Hebreos 10, 19-25
Hebreos 10:19–25 “La respuesta positiva del creyente al evangelio”
19 Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesucristo,
20 Por el camino que él nos consagró nuevo y vivo, por el velo, esto es, por su carne;
21 Y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,
22 Lleguémonos con corazón verdadero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua limpia.
23 Mantengamos firme la profesión de nuestra fe sin fluctuar; que fiel es el que prometió:
24 Y considerémonos los unos a los otros para provocarnos al amor y a las buenas obras;
25 No dejando nuestra congregación, como algunos tienen por costumbre, mas exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.
No nos apartemos de la idea central de estos versículos, aquí el escritor presenta un resumen de los argumentos a favor de la superioridad del ministerio sacerdotal de Cristo.
Esta sección comienza con una invitación a dejar atrás el sistema establecido en la Ley reemplazándolo por los beneficios incalculablemente superiores del nuevo pacto en Cristo.
19 Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesucristo,
20 Por el camino que él nos consagró nuevo y vivo, por el velo, esto es, por su carne.
Si fuéramos uno de los hebreos que recibieron esta epístola nos hubiéramos sentido muy impactados y honrados, ellos sin duda entendieron perfectamente la grandeza de la invitación, era impensable para ellos tener libre acceso al lugar Santísimo, ellos sabían que las reglas en la Ley eran precisas, sólo el Sumo Sacerdote podía acceder a ese lugar en el Gran Día de la Expiación, cualquier otro que osara acceder al lugar que representaba la presencia misma de Dios en medio de su pueblo debía morir. La separación estaba materializada por el velo, una tela gruesa que marcaba la separación de Dios y los hombres.
Esta libertad para llegar al trono de Dios es un gran privilegio que Él estableció para todo su pueblo como una característica especial del Nuevo Pacto, el de la Gracia. Es un privilegio que debemos aprender a valorar, se nos ofrece la oportunidad de acceder a la misma presencia de Dios por medio de nuestras oraciones, ellas son elevadas al trono de Dios por medio del Espíritu Santo, el acceso quedó abierto a todo creyente desde el momento en que Jesús exclamó “Consumado es”, es por la sangre derramada por nuestro Salvador que se nos ha brindado la libertad de entrar al santuario celestial.
La sangre de los animales sacrificados en el antiguo pacto sólo permitía que el sumo sacerdote entrara a través del velo por un momento, la sangre de Cristo permite que todo el que cree en Él entre y goce de la presencia de Dios permanentemente. Esta libertad de acceso es una bendición que debemos aprender a valorar, fue ganada por el sacrificio de valor infinito del unigénito Hijo de Dios.
Jesús es el camino “nuevo y vivo” que nos presenta el apóstol, una muestra más de su superioridad, el camino antiguo, marcado por la Ley era incapaz de llevar al hombre a la presencia de Dios, en contraste Jesús nos ha abierto la puerta de acceso permanentemente.
Estos versículos están dirigidos a los creyentes y deben tener el efecto de impulsarnos a buscar una comunión estrecha con nuestro Padre Celestial.
21 Y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,
22 Lleguémonos con corazón verdadero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua limpia.
23 Mantengamos firme la profesión de nuestra fe sin fluctuar; que fiel es el que prometió:
24 Y considerémonos los unos a los otros para provocarnos al amor y a las buenas obras;
25 No dejando nuestra congregación, como algunos tienen por costumbre, mas exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.
Por tener a Cristo como nuestro sumo sacerdote, el apóstol nos invita a considerar tres respuestas positivas en nuestra vida diaria hacia el evangelio, la primera fue el tema de nuestra meditación anterior:
Vers. 22: “Lleguémonos con corazón verdadero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua limpia”.
Esta acción es el inicio y nos debe llevar a una profunda revisión de nuestra condición espiritual y meditar humildemente en lo que Dios demanda de sus hijos, Él desea establecer una relación estrecha con cada uno de nosotros y para esto se requiere que dobleguemos nuestra voluntad a la voluntad soberana de nuestro Padre Celestial, en completa sumisión, conscientes de que Dios pesa los corazones, Él conoce a cada uno de sus hijos, mejor de lo que cada uno de nosotros se conoce a sí mismo. Si tenemos fe, no olvidemos que es un don de Dios, Él la ha puesto en nuestros corazones y nos regala la posibilidad de limpiar nuestro corazón y limpiándolo de toda maldad.
La invitación que nos hace nuestro Padre Celestial debemos considerarla como un alto honor, por nuestros méritos somos indignos de recibir tan alto privilegio, pero nunca olvidemos que hemos sido “rescatados de vuestra vana conversación, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata; sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.” 1ª Pedro 1:18–19.
Esta respuesta del creyente al evangelio demanda un compromiso auténtico. Es muy fuerte el contraste que el evangelio exige de cada uno de nosotros y la manera como los hebreos acostumbraban a acercarse a Dios en forma falsa, acomodando su culto sin dejar su idolatría: “Y con todo esto, la rebelde su hermana Judá no se tornó a mí de todo su corazón, sino mentirosamente, dice Jehová.” Jeremías 3:10. No seamos como ellos y muchos que piensan que con Dios se puede jugar y que pretenden engañarlo, eso es algo que sólo un corazón entenebrecido por Satanás puede ilusoriamente sostener.
Hoy nos concentraremos en las dos acciones restantes:
23 Mantengamos firme la profesión de nuestra fe sin fluctuar; que fiel es el que prometió.
Esta es la segunda respuesta positiva al evangelio.
Donde nuestra traducción dice fe, la traducción literal del griego expresa “esperanza”: “Aferrémonos a la confesión de la esperanza sin vacilar. Porque fiel es el que ha prometido”.
Esta traducción coincide con la manera como Calvino traduce y comenta este versículo en su “Comentario a la Epístola a los Hebreos”, leemos:
“Mantengamos firme: el Apóstol exhorta aquí a los judíos a la perseverancia, menciona la esperanza, en vez de la fe; porque la esperanza nace de la fe, así también es alimentada y sostenida por ella hasta el fin. El exige también la profesión o confesión, porque no puede ser verdadera la fe a menos que la manifestemos delante de los hombres… No sólo los invita a creer con el corazón, sino a manifestar y profesar lo mucho que ellos amaban a Cristo”.
Una manifestación de nuestra plena confianza en el Señor es la esperanza que mueve al hijo de Dios. Un creyente sin esperanza es una contradicción en sí mismo.
El efecto o resultado de la esperanza que, por la obra del Espíritu Santo, se alberga en nuestro corazón, es que nos mantendremos firmes en la profesión de nuestra fe. La perseverancia en la vida cristiana es una señal de fe y esperanza, es el lado humano de la seguridad eterna.
¿En qué se sustenta la fe y la esperanza?
Pablo establece el argumento que da fuerza a esta actitud de vida del cristiano: “fiel es el que prometió”.
Esto nos muestra:
Que nuestra fe descansa en este fundamento: Dios es verdadero y es fiel a su promesa contenida en su Palabra. Para que podamos creer, la voz de la Palabra de Dios debe precedernos, porque no es cualquier clase de palabra la que puede producir fe. La fe debe descansar segura sobre una promesa. De esta manera queda unida la fe de los hombres y la promesa de Dios, ya que a no ser que Dios prometa y actúe nadie puede creer.
“Por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios.” Efesios 2:8
La fe y la esperanza de un creyente verdadero nunca son en vano, porque están puestas en un Dios que cumple sus promesas: “Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará” 1ª Tesalonicenses 5:24. Dios hará su parte y el creyente verdadero hará la suya.
Puede parecer que las respuestas de Dios se demoren en llegar y que nuestra espera sea más allá de lo que nuestra razón nos diga que es razonable, pero Él siempre hará lo que dijo. La razón por la cual podemos mantenernos firmes sin fluctuar es porque fiel es el que prometió.
La tercera señal de la respuesta positiva al evangelio es el amor.
24 Y considerémonos los unos a los otros para provocarnos al amor y a las buenas obras;
25 No dejando nuestra congregación, como algunos tienen por costumbre, mas exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.
En este caso la expresión de amor es el amor en comunidad.
Si nos imaginamos en la época en que los judíos recibieron estas palabras, eran momentos en que los judíos no lo estaban pasando bien en su rompimiento con el antiguo pacto, el templo y los sacrificios. Todavía estaban aferrados al legalismo, a los rituales y a las ceremonias, las cosas externas del judaísmo. Entonces, Pablo les muestra que una de las mejores formas de mantenerse firmes en las cosas divinas es estar en la comunidad del pueblo de Dios, donde puedan amar y ser amados, servir y ser servidos.
No hay mejor lugar para recorrer el camino de la fe en Cristo y para esperar en Él que la Iglesia, ese es el medio ambiente natural para que se desarrolle la vida de los hijos de Dios. Es el lugar donde nuestros hijos deben encontrar a sus amigos.
En esa época era una Iglesia en la que estaban ingresando gentiles y judíos, era un choque cultural muy fuerte, sólo el corazón regenerado de los hijos de Dios podía generar un ambiente de comunión.
También en nuestros días pasa algo parecido, muchas personas llegan al conocimiento del evangelio y se integran a la Iglesia, cada uno con una historia de vida diferente, pero todos con un común denominador que debe ser el motor de la comunión en el Señor: salvados por la preciosa sangre de Cristo derramada en la cruz.
Esta es la razón por la cual podemos y debemos provocarnos a la buena comunión, a través del amor derramado por Dios en nuestros corazones.
Es explícito
Deseo terminar esta meditación con una solemne advertencia, las últimas palabras de Pablo en esta cita son: “y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”.
Apliquemos estas palabras a nuestros días, es inminente la segunda venida en gloria y majestad de nuestro Señor:
Mateo 24:42–46:
“Velad pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor.
Esto empero sabed, que si el padre de la familia supiese a cuál vela el ladrón había de venir, velaría, y no dejaría minar su casa.
Por tanto, también vosotros estad apercibidos; porque el Hijo del hombre ha de venir a la hora que no pensáis.
¿Quién pues es el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su familia para que les dé alimento a tiempo?
Bienaventurado aquel siervo, al cual, cuando su señor viniere, le hallare haciendo así”.
Para nosotros, la invitación o consejo del Apóstol a provocarnos al amor y a las buenas obras tiene por finalidad estar preparados para aquel gran y hermoso día cuando el Señor vuelva por su Iglesia.
Nuestro bendito señor espera de cada uno de sus hijos las tres respuestas positivas al llamado del evangelio: Lleguémonos
Amén.
Smirna, 26.03.2017.