Desafío Misionero

DESAFIO MISIONERO.

Rvdo. Roldán Rodriguez R.
Pastor Misionero en la Cuenca Amazónica Peruana.
Iquitos, Perú.
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La obra misionera representa una de las más grandes tareas del creyente y de la iglesia de Jesucristo a través de los tiempos.

En el pasado esta obra se realizaba aun al costo de la vida del misionero. A Dios gracias, en nuestro tiempo tenemos amplia libertad para el desarrollo misionero. Aun así, algunos riesgos siguen latentes.

Antes de considerar los desafíos misioneros, veamos primero dos condiciones previas:

a. El apóstol Juan en su evangelio nos presenta lo que hay en el corazón de Dios: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se pierda mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Vemos aquí que en el corazón de Dios hay un mundo por redimir, y en su amor manifestado en nuestro Señor Jesucristo, quien consumó la obra de redención allí en la cruz del Calvario, al exclamar: “Consumado es”, nos muestra que la obra de redención está completa de parte de Dios; depende sólo del hombre aceptar por fe esta salvación que la gracia de Dios otorga.

b. Dios desea llevar la redención a cada ser humano; para esto ha creado ya un pueblo (su Iglesia) y es a través de su iglesia que él quiere llevar el conocimiento de esta salvación, que es total y completa, a tal punto que el escritor de Hebreos nos dice que es UNA SALVACIÓN TAN GRANDE. (Hebreos 2:3). El apóstol Pedro nos recuerda lo que es la iglesia y cada miembro de ella y el objetivo de este pueblo adquirido por Dios: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido, para que anunciéis las virtudes de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1ª Pedro 2:9).

Iglesia de Jesucristo, deseo que hoy recuerdes la razón por la que Dios te redimió. Que tu sentir sea el mismo sentir del corazón de Dios; ¡Hay un mundo por redimir!

Ahora veamos algunos desafíos para consideración de la iglesia en su caminar como pueblo de Dios en este mundo.

1. Consideremos como primer desafío lo que el apóstol Juan registra en su evangelio. “Esta empero es la vida eterna: Que te conozcan, el solo Dios verdadero, y a Jesucristo, al cual has enviado” (Juan 17:3).

Es un desafío para la realización de la obra misionera el conocimiento de Dios y de Jesucristo, a quien él ha enviado. No podemos servir y amar a quien no conocemos y Dios se ha dado a conocer y sigue dándose a conocer a sus hijos, a su pueblo, a su iglesia, al mundo; es pues una necesidad de cada miembro de la iglesia de Jesucristo, el adquirir este conocimiento por medio de la Palabra, que es su revelación escrita, como por la experiencia diaria, cuando el creyente entra a la presencia de Dios en su vida de comunión con él cada día.

¿Conoce Ud. a Dios y a Jesucristo a quien él ha enviado?

Dios le desafía a conocerle, para que Ud. pueda deleitarse en él cada día y encuentre así la felicidad en su vida, HACIENDO SU VOLUNTAD.

2. Como segundo desafío, veamos lo que Jesucristo le invita a hacer a Ud., como invitó a sus discípulos en su caminar con ellos. El apóstol Juan registra lo que Jesús dijo a sus discípulos: “¿No decís vosotros: aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad las regiones, porque ya están blancas para la siega” (Juan 4:35).

Esto nos muestra una realidad: cada creyente, la iglesia, no bajen los ojos al suelo, sino que levántenlos para poder ver lo que vio Jesús: la cosecha está lista, necesitamos poner mano a la obra misionera para recoger y no desparramar; para que el Espíritu Santo toque los corazones de aquellos que están dispuestos a aceptar la redención de Dios al escuchar el mensaje del evangelio, que es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree. ¿Está Ud. dispuesto a levantar los ojos? El Señor le desafía: ¡Levante los ojos! La cosecha está lista.

3. Como tercer desafío, veamos el reconocimiento que el mismo Señor Jesús hace de una realidad; cuando él ve las multitudes, al recorrer las ciudades y las aldeas, enseñando y predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. El apóstol Mateo nos dice así en su evangelio: “Y viendo las gentes, tuvo compasión de ellas, porque estaban derramadas y esparcidas como ovejas que no tienen pastor”.

Entonces dijo a sus discípulos: “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mateo 9: 35-38).

Aquí vemos a Jesús con su corazón movido a compasión al ver las multitudes, porque ve a los hombres desamparados y dispersos caminando hacia una eternidad de perdición; necesitan un pastor, necesitan un Salvador.

El Señor reconoce la grandeza de la mies y cuán pocos obreros trabajando. Es, pues, un desafío reconocer, igual que Jesús, cuán grande es la obra misionera que tenemos por delante, y cuán poco dispuestos estamos a negarnos a nosotros mismos, a tomar nuestra cruz y seguirle; además de esto, él nos pide que roguemos al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.

Cuando usted escuche la invitación de Dios: ¿A quién enviaré y quién nos irá? ¿estará dispuesto a responder como hizo el profeta Isaías: “Heme aquí, envíame a mí”? Primero vemos que para responder positivamente esta invitación tuvo que reconocer su indignidad frente a Dios y la acción que Dios toma frente a este reconocimiento: él quita la culpa y limpia el pecado (Isaías: 6: 7-8).

Es ya un desafío tomar conciencia de la grandeza de la obra misionera y los contados misioneros que trabajan en los campos. Estemos dispuestos para esta grandiosa obra y roguemos al Señor de la mies que toque corazones para aceptar este gran desafío.

4. Como cuarto desafío vemos que no muchos están dispuestos a aceptar este reto, porque tiene un costo que pocos estamos dispuestos a pagar. El salmista nos dice: “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa simiente; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Salmo 126: 5-6). Cuántas veces tenemos que realizar la tarea misionera con lágrimas y llanto, cuando la lucha se torna difícil y cuando a veces hay incomprensión y hay resistencia para realizar esta apremiante tarea.

El Señor nos dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame”. Él promete estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Tenemos que estar conscientes de una realidad: la obra misionera tiene su costo.

El Señor le desafía a pagar el costo que será depositado en el banco del cielo como su tesoro. Entonces nuestras riquezas estarán acumulándose en los cielos, donde no hay polilla ni orín que corrompa y donde no hay ladrones que minan y hurtan; y, más que todo, nuestros corazones estarán allí junto al corazón de Dios y bajo el mismo sentir.

5. El quinto y final desafío que consideraremos es el siguiente: “He aquí yo vengo presto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según fuere su obra” (Apocalipsis 22:12).

LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO debe constituir para la iglesia y cada uno de sus miembros un gran desafío. Esta realidad confirmada por la Palabra de Dios debe mover a la iglesia, impulsándola hacia la obra misionera.

El tiempo es corto, el fin se acerca, el Señor ya viene y hay muchas almas por salvar. ¿Qué será de ustedes y de mí? ¿Qué será de aquellos que no escucharon el mensaje? ¿Qué será de aquellos que, habiendo escuchado el mensaje no creyeron? Necesitamos repetir el mensaje, tal vez no lo entendieron.

Jesucristo ya viene, señales hay. Salgamos y trabajemos, somos los instrumentos que Dios quiere utilizar para alcanzar a un mundo que se pierde, caminando hacia una eternidad de condenación.

La SEGUNDA VENIDA DE CRISTO representa uno de los grandes desafíos para que la iglesia considere seriamente LA OBRA MISIONERA.

Permítanme formular tres interrogantes:

1. ¿Tenemos el mandato?

2. ¿Tenemos el mensaje?

3. ¿Tenemos el poder?

Podríamos considerar otros desafíos.

Recordemos que EL LLAMAMIENTO SUPREMO DE LA IGLESIA es: “Id y doctrinad a todos los gentiles, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. ¿Estaremos dispuestos a otorgar lo que el Señor nos dio: vida, talentos, dinero, etc.?

Gracias, Señor, porque yo soy lo que soy por tu gracia y por el amor que un día acepté, reconociendo que Jesucristo tu Hijo murió por mí a pesar de ser un pecador.

Toma mi mente, mi corazón y mis fuerzas para tu servicio.

AMÉN.

Ardientes en espíritu

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