Mensaje a la iglesia de Efeso

MENSAJE A LA IGLESIA DE ÉFESO. Apocalipsis 2: 1-7.

XIX Congreso ALADIC – Guatemala, 2007

Rvdo. Juan Hoyos V.
Iglesia Unión Peruana El Sembrador.
Iquitos, Perú.

Viernes, 9 de febrero de 2007.

 

Mucho se ha dicho y escrito acerca de la forma de entender las cartas enviadas por el Señor a las siete iglesias de la provincia romana de Asia contenidas en Apocalipsis. Hay una interpretación histórica, ya que estas iglesias existieron en el tiempo en que el apóstol Juan escribió el Apocalipsis.

Sin dejar de vista este aspecto hermenéutico, en esta exposición quiero referirme a los asuntos que nos atañen como iglesia hoy en día a la luz del mensaje dado a la iglesia de Éfeso por nuestro Señor Jesucristo.

Éfeso era una ciudad principal de la costa occidental de Asia Menor.

Era una ciudad comercial, puerto cosmopolita de mucha actividad económica, con mucho tránsito de personas de varios países; un centro religioso muy importante dominado por el culto a la diosa Diana (Artemisa), con su templo, que era una de las siete maravillas del mundo.

Allí, nuestro Señor Jesucristo, en su soberanía, estableció su iglesia, iglesia fundada por el apóstol de los gentiles, Pablo, y pastoreada por el apóstol del amor, Juan, y, por lo tanto, se puede decir que era una iglesia apostólica, «cimentada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” Efesios 2:20.

En el vers.1 dice: “Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el cual anda en medio de los siete candeleros de oro, dice estas cosas”.

Aquí se nos revela el carácter todopoderoso y soberano de Dios de poner, según su voluntad, a sus siervos como dirigentes de su obra y de tenerlos en su mano, bajo su control y señorío.

Revela su omnisciencia y omnipresencia en medio de su iglesia, porque él sabe lo que está pasando en su iglesia, conoce el ánimo de su iglesia. Al mismo tiempo, ¡qué bendita presencia!, ¡santa presencia!, ¡dulce presencia!

 

Su presencia en medio de su iglesia nos da seguridad, Mateo 28:20b.

Pero también su presencia es para reconocer, corregir, censurar, rescatar y controlar; por eso en los vers. 2 y 3 dice: “Yo sé tus obras y tu trabajo y paciencia; y que tú no puedes sufrir los malos y has probado a los que se dicen ser apóstoles y no lo son y los has hallado mentirosos; y has sufrido y has tenido paciencia y has trabajado por mi nombre y no has desfallecido”.

Era una iglesia muy trabajadora, de mucho esfuerzo, era una iglesia del primer siglo y, como tal, una iglesia que se esforzaba por alcanzar a los perdidos, que no soportaba a los falsos maestros, las falsas teologías; una iglesia que combatía el legalismo, el gnosticismo y aborrecía los hechos de los nicolaítas (vs. 6). Era una iglesia pura doctrinalmente.

 

Amados hermanos, Dios nos ha puesto en un mundo opuesto a él, hostil; para ser luminarias en un mundo oscurecido por el paganismo, un mundo que necesita ver y seguir la luz de Dios, recibir el amor de Dios y tener la paz de Dios.

Nuestro Señor Jesucristo, en su oración sacerdotal en Juan 17:15 dice al Padre: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”.

Ellos tenían que vivir para Dios y servirle en medio de ese mundo pagano. De igual manera, nos ha dado el Señor el encargo de “id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura”. Marcos 16:15.

También nos ha dado la orden de luchar por la verdad, de contender eficazmente por la fe una vez dada a los santos: Judas 3; por lo tanto, el trabajo es y será siempre arduo.

 

La iglesia de Éfeso lo sabía, por eso eran responsables de su generación, de anunciarles el evangelio de Cristo.

Lo hacían con paciencia y mucho sufrimiento por las persecuciones, como las que sufrieron a manos del emperador Domiciano, por los falsos maestros con falsas doctrinas, como lobos rapaces vestidos de ovejas, con el mundo en oposición.

Había que trabajar arduamente. Así también nosotros, las iglesias del siglo XXI, debemos trabajar por el nombre de nuestro Señor, avivando la obra misionera, combatiendo contra el error doctrinal que se quiere introducir y no permitiendo que el mundo gane espacio y entre en nuestras iglesias con sus sutilezas.

Para ser como los de Éfeso, que “aborrecían los hechos de los nicolaítas”, aborrezcamos también nosotros las enseñanzas y hechos de los apóstatas, ecuménicos y de todos aquellos que no traen enseñanzas de acuerdo a la piedad, a la lealtad al Señor y a la sana doctrina.

 

Siguiendo con el esquema literario de esta carta, llegamos al llamado de atención, a la exhortación amorosa del Señor a su iglesia de Éfeso, vers. 4 y 5: “Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda por tanto de donde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”.

La Palabra del Señor nos enseña que “Dios es amor”, 1ª Juan 4:8b, que su amor es su atributo divino con el cual entra en relación con los hombres: “Porque de tal manera amó Dios al mundo…” Juan 3:16.

El primer y gran mandamiento nos exige amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo el entendimiento, y a nuestro prójimo como a uno mismo, Lucas 10:27.

Para eso, el amor de Dios está derramado en nuestros corazones de los que creemos en Cristo, su amor, por su Espíritu Santo, Romanos 5:5b.

Por eso Dios exige que le amemos y nos ha dado el poder para hacerlo, así como nos ha dado el poder para predicar su Palabra, para servirle, para trabajar por él.

 

Esta flaqueza en el amor fue detectada por el Señor en la iglesia de Éfeso. Había mucha actividad, pero habían dejado su primer amor. Sus miembros, formaban una iglesia que al principio no estimaban sus vidas para sí mismos por amor al Señor, una iglesia que había fijado sus ojos en Cristo, Colosenses 3:1–3,14.

Ahora habían dejado su “primer amor”, el amor de su desposorio, Jeremías 2:2. Estaban haciendo la obra de Dios por sentido del deber, ya no impulsados por el amor.

Cuando dejamos la intimidad con el Señor, esa búsqueda de su voluntad, de su Palabra, de poder en la oración, de la dirección y guía de su Espíritu Santo, ya no hacemos las cosas porque amamos al Señor, sino por obligación.

¿No ocurre lo mismo hoy en día en nuestras iglesias?, ¿Cuántos creyentes a duras penas van el domingo a la iglesia?,

¿Cuántos toman un cargo y sirven, pero no asisten a los cultos de oración y estudio bíblico?,

¿Cuántos miembros en nuestras iglesias son sólo creyentes nominales?,

¿Amamos a los perdidos?, ¿Amamos a nuestros prójimos como nos amamos a nosotros mismos?

1ª Corintios 13:1–3 dice: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo caridad, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia; y si tuviese toda la fe, de tal manera que traspasase los montes, y no tengo caridad, nada soy. Y si repartiese toda mi hacienda para dar de comer a pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo caridad, de nada me sirve”.

“El amor fraterno es siempre prueba y expresión de fe genuina. La verdadera devoción a Cristo y a su verdad se manifiesta en la caridad”.

“El celo por la pureza doctrinal fácilmente degenera en odio por los que son de creencias distintas”.

 

Recordemos siempre la parábola del buen samaritano. “No amar es no vivir”.

Qué nuestro servicio al Señor, qué nuestra defensa de la fe, qué nuestra obra evangelística y misionera esté impulsada por el amor a Dios y al prójimo, aun a nuestros enemigos, para sacarlos del error, 2ª Timoteo 2:24–26.

“Y ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad, estas tres: empero la mayor de ellas es la caridad”, 1ª Corintios 13:13.

El amor a Dios es esencial para hacer su obra, ya que, como dice el Señor en 1ª Corintios 13:4–8: “La caridad es sufrida, es benigna; la caridad no tiene envidia,… la caridad nunca deja de ser: …, y en 1ª Corintios 16:14 dice: “Todas vuestras cosas sean hechas con caridad”.

¡Qué importante es el amor para Dios! y lo debe ser también para nosotros, el amor sacrificial con que nos amó.

 

“Recuerda por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (vers.5).

No hay otro camino, la iglesia no puede seguir existiendo bajo ninguna otra condición. ¡Volvamos al primer amor! ¡Seamos fervientes en el amor a Dios y al prójimo!

Vers.7, “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”.

Lo que el Señor está diciendo es de muchísima importancia para todas las iglesias y no sólo para la iglesia de Éfeso.

 

Quiero terminar esta exposición, diciendo lo que escribió el profesor Carlos R. Erdman en su exposición sobre el Apocalipsis:

“La vida cristiana siempre será un conflicto. Siempre habrá enemigos que pongan en peligro la pureza de doctrina, la caridad en juzgar, la pureza de conducta. Pero para todo soldado de la cruz hay esta palabra de aliento: Si con perseverancia paciente y obediencia fiel rechaza todas las creencias falsas y resiste todas las seducciones del pecado, recibirá como recompensa la vida en toda su plenitud. Participará de una inmortalidad bendita en un “Paraíso reconquistado”. Comerá del árbol de la vida en el paraíso de Dios”.

¡Seamos, pues, ardientes en espíritu y ardientes en amor!

Amén.

XIX Congreso ALADIC – Guatemala, 2007

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