La gloria de Dios en la creación

LA GLORIA DE DIOS EN LA CREACIÓN.

Nadir Carreño M.
24 de Marzo de 2008.
IPFB. Congreso General. Chillán (Iglesia Filadelfia, en Colegio Hispanoamericano de Pueblo Seco).

Salmo 19: 1-2: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y la expansión denuncia la obra de sus manos. Él un día emite palabra al otro día, y la una noche a la otra noche declara sabiduría”.

Romanos 1: 20 “Porque las cosas invisibles de él, su eterna potencia y divinidad, se echan de ver desde la creación del mundo, siendo entendidas por las cosas que son hechas; de modo que son inexcusables”.

Salmo 8: 4 : “Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, q ue lo visites?”

 

1.- Gloria significa: esplendor, resplandor o brillo, majestad, magnificencia; grandeza.

 

2.- Cuando se refiere a Dios expresa:

a) Su grandeza imposible de imaginar, concebir, medir, controlar o apreciar por el hombre.

No cabe en la limitada mente del hombre, precisamente por ser ilimitada.

Esta grandeza incluye el hecho de su tamaño, en relación con el espacio; su eternidad, en relación con el tiempo y sus cualidades morales, inalcanzables para nosotros.

b) Su brillo o resplandor, la luz refulgente que es su ser, resplandor que el hombre no puede mirar.

“No podrás ver mi rostro, porque no me verá hombre y vivirá… Cuando pasare mi gloria…te cubriré con mi mano hasta que haya pasado” Éxodo 33: 20, 22.

“Y vi apariencia como de ámbar, como apariencia de fuego…vi que parecía como fuego y que tenía resplandor alrededor. Cual parece el arco del cielo que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor. Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová…” Ezequiel 1: 27-28.

“Y luego yo fui en Espíritu y he aquí, un trono…y el que estaba sentado era al parecer semejante a una piedra de jaspe y de sardio y un arco celeste había alrededor del trono, semejante en el aspecto a la esmeralda…y del trono salían relámpagos y truenos yvoces y siete lámparas de fuego estaban ardiendo delante del trono…” Apocalipsis 4: 2-5.

c) Su majestad y omnipotencia no compartida con ser alguno, por lo cual gobierna en forma absoluta todo cuánto existe; y d) Su magnificencia incomparable por la cual todo en él es de tal hermosura que ni el más eximio artista puede crear ni lejanamente algo que se compare con tan magnífica belleza.

 

3.- Esta resplandeciente gloria de Dios se puede apreciar, aunque con extrema limitación a causa de nuestra incapacidad, en la inmensidad del universo material, en la ínfima pequeñez del átomo, en la maravilla de la vida y en su trato con el hombre.

 

4.- En la inmensidad del universo material Nuestra Tierra, que tan grande nos parece, no se puede comparar ni siquiera con una mota de polvo en el vasto universo.

Con sus cerca de trece mil km. de diámetro y cuarenta mil km. de circunferencia máxima, gira incesantemente en algo más de trescientos sesenta y cinco días en torno del Sol, acompañada en su giro por los demás planetas, que forman el sistema solar.

El sol, a unos ciento cincuenta millones de km. de la tierra, es un horno ardiente, que lanza hacia el espacio una enorme cantidad de energía, a pesar de lo cual no se aprecia disminución alguna en su volumen, debido a lo grande que es. Una llama de la superficie del sol puede alcanzar los ochocientos mil km. de altura, es decir unas sesenta veces el diámetro terrestre.

El Sol y su sistema planetario se encuentra cerca del borde de la Vía Láctea y es una estrella amarilla de tamaño promedio.

La Vía Láctea es una galaxia en espiral, es decir, un remolino de estrellas y mucha otra materia estelar. Hay unos cien mil millones de estrellas en la Vía Láctea, algunas inmensamente mayores que el sol. La luz se demora unos trece mil años en recorrerla de un borde al opuesto, lo cual significa unos doscientos cincuenta mil billones de km. Sin embargo mediciones muy recientes indican que es el doble de grande. De sus estrellas, la más cercana a la tierra es alfa-Centauro, en la constelación de la Cruz del Sur. La luz demora dos años en llegar de esa estrella a la tierra, es decir dista unos treinta y ocho billones de km.

La Vía Láctea es una entre un elevadísimo número de otras galaxias, cada una tan grande como ella, es decir con unos cien mil millones de estrellas o soles cada una. La Vía Láctea tiene dos galaxias satélites, llamados Nubes de Magallanes y la galaxia independiente más cercana es la nebulosa de Andrómeda.

El universo que el hombre ha explorado hasta ahora es un conjunto de un tamaño, diversidad y complejidad inimaginables. Hay en él galaxias, estrellas, planetas, rocas y trozos de hielo que surcan el espacio a velocidades abismantes, quasares, luz y energía, polvo estelar y agujeros negros. Muchode lo que se dice sobre esta inmensa cantidad de objetos es sólo presunción, a veces muy probable, otras veces sólo imaginación.

Es indudable que no es eterno en el tiempo: tuvo un comienzo y tendrá un fin; tampoco es infinito en el espacio, tiene límites. Es posible que se haya llegado ahora hasta los límites últimos del universo, aunque se le ve en expansión, tal vez como un globo que se va inflando. Es imposible saber si más allá de sus límites existe otra cantidad incontable de otros universos como el nuestro.

Y todo esto no es un caos, una agregación sin forma, de objetos que vagan al azar por los espacios. Todos obedecen a leyes que regulan su incesante y complejo movimiento. Y donde hay leyes debe haber un Legislador; donde hay orden, una potencia ordenadora inteligente; donde existe algo, debe haber un Creador. Los inconversos no tienen ninguna posibilidad de entender el universo, porque dejan fuera su razón de ser, su originador, legislador y creador, el solo Dios omnipotente y personal.

Nosotros, los creyentes, sólo podemos inclinarnos reverentes, en adoración, ante un Ser tan magnífico y glorioso como el que ha creado todo este inmenso universo y lo sostiene cada instante y lo ha hecho con tanta sabiduría, como una gigantesco y compleja obra de arte. El creciente conocimiento acerca de su magnitud, complejidad y funcionamiento deberían acrecentar cada vez más nuestro asombro y reverencia ante la gloriosa inmensidad del Dios único y verdadero, nuestro Creador, Padre y Redentor.

 

5.- En la ínfima pequeñez del átomo.

Todas las substancias que forman lo que llamamos “materia” están compuestas de partículas llamadas moléculas. Las moléculas son las partes más pequeñas de cualquier substancia que conservan las propiedades o características de una substancia. Aun las más compactas y sólidas están formadas por estas moléculas, que dejan huecos entre ellas. Esto se puede observar fácilmente si se echa agua en un vaso y se marca el nivel al cual llega. Si le echamos azúcar o sal y revolvemos, el azúcar o la sal desaparecen, pero el nivel permanece igual, porque las moléculas de azúcar o sal han ocupado los huecos que hay entre las moléculas de agua. Si echamos demasiada azúcar o sal, una parte no se disolverá, porque el resto ha llenado completamente los huecos. En este caso el nivel del agua subirá en la medida del azúcar o sal no disuelta.

Las moléculas, por su parte, están formadas también por partículas pequeñísimas, llamadas átomos. Cada átomo es como un sistema planetario, con un núcleo central equivalente a nuestro Sol y electrones que giran en torno a él con tal velocidad que nos dejan la impresión de algo sólido. Cada átomo tiene características determinadas por el número de capas y de electrones en cada una de ellas, que circundan el núcleo. La unión de algo más de ochenta átomos que existen en la naturaleza forman toda la materia existente.

Pero el núcleo, a su vez, está formado por numerosas partículas subatómicas.

Cada pequeño átomo encierra una cantidad colosal de energía, que al ser liberada produce, por ejemplo, el calor del sol o las explosiones atómicas.Este pequeñísimo mundo del átomo tan maravilloso, complejo, ordenado y potentísimo es también obra del Dios único y verdadero, que de esta forma manifiesta su gloria en lo ínfimo.

Una vez más, el conocimiento creciente de esos pequeños mundos deben hacernos comprender algo más la gloria de su Creador y Sustentador y hacernos postrar en reverente adoración ante su sabiduría y poder.

 

6.- En la maravilla de la vida.

En el siglo XIX los científicos, con la arrogancia de la ignorancia, creían que la vida era algo relativamente sencillo, aunque antes, entonces, ni ahora se puede definir exactamente qué es la vida. Se podría teóricamente construir un mecanismo que funcionara como un organismo vivo, pero siempre carecería de ese toque misterioso que es la vida. Como los incrédulos dejan a Dios fuera de la escena, es imposible que logren comprender lo que es su atributo exclusivo: dar la vida.

La vida se puede conocer sólo por su acción o manifestaciones, nunca en su esencia.

Los científicos del siglo XIX ignoraban lo extraordinariamente compleja y maravillosa que es la vida, desde la que poseen los seres más simples hasta los más elevados, como el hombre. De esa ignorancia nació la teoría de la evolución, que en su forma original es inaceptable a la luz del conocimiento científico actual.

En la más diminuta brizna de hierba viva existe un laboratorio más complejo que el más gigantesco laboratorio químico humano. Los procesos bioquímicos que se producen aun en el más elemental ser vivo son de tal complejidad que asombran a los investigadores.

La vida depende decisivamente de las proteínas que son algunos de los componentes más complejos de nuestro cuerpo. A ellas se debe la formación de los materiales que forman la estructura de nuestro cuerpo, el transporte de materiales de un lugar a otro, la puesta en marcha o interrupción de los procesos bioquímicos esenciales para la vida. Tenemos unas doscientas mil clases de proteínas muy diferenciadas entre sí, pero formadas todas ellas por substancias bastantes sencillas, llamadas aminoácidos, dispuestas en cadenas de estructura muy precisa. Se las puede considerar como cuentas de un collar, con un color diferente para cada uno. Una proteína es como un collar de aminoácidos con cuentas de colores cuya secuencia u orden determina su forma o función. Una proteína típica está formada por una cadena de un centenar de cuentas o aminoácidos, de veinte colores diferentes.

La probabilidad de que una sola de estas doscientas mil proteínas se haya formado al azar, es decir por casualidad, es de una en cincuenta mil trillones. Esto significa que si se ensayaran cincuenta mil trillones de combinaciones diferentes, una sola produciría una proteína básica para la vida.

Esta casualidad tendría que repetirse por doscientos mil para conseguir todas las proteínas necesarias para la vida. Aunque podemos expresar la posibilidad con un número inimaginablemente grande, en realidad esto significa que es imposible. Sólo una inteligencia colosal y omnipotente puede guiar y producir este proceso. Por eso la vida llevada a este nivel básico cuenta también la gloria de Dios.Todos los tejidos de los seres vivos están formados por células, que son bolsas repletas de substancias químicas con las que se fabrican las proteínas.

Cada célula contiene un número de cromosomas que es fijo para cada especie.

En el hombre son cuarenta y seis. Estos cromosomas contienen al ADN que es la memoria genética, una especie de programa computacional que dirige la formación de las proteínas. En una célula humana hay unos dos metros de ADN enrollados en cada cromosoma. En un proceso extremadamente complejo las proteínas se forman con extraordinaria precisión siguiendo las instrucciones contenidas en el código del ADN. Mediante este proceso se van agregando los aminoácidos, cada uno en el sitio exacto que le corresponde. A veces se producen fallas de copiado del código, lo que produce una proteína anormal.

Seguramente antes de la caída del hombre en el pecado estas fallas no se producían, pero la caída, que alteró todo el mundo original, que era bueno en gran manera, aun hasta este nivel, causó también que se pudieran producir estos errores.

¿Podemos darnos cuenta cuán grande es la gloria de nuestro Dios que ideó y realizó todo este complejo proceso y lo mantiene en funcionamiento mediante ese algo misterioso que es la vida?

Otro ejemplo entre los millones que existen, es la concepción, gestación y alumbramiento de un ser humano.

Los espermios, células sexuales masculinas, poseen sólo la mitad de los cromosomas que las demás células. Lo mismo ocurre con el ovio, la célula sexual femenina. Muchos millones de espermios se abren paso en una carrera frenética hacia el ovio. Cuando uno llega hasta la membrana exterior del ovio, este “se abre” y lo acoge en su seno y al mismo tiempo se cierra para todos los demás. La unión del espermio y el ovio restablece el número de cromosomas característico del ser humano. El huevo fecundado de este modo comienza un activo proceso de división que hace aumentar rápidamente el número de células y que con el correr de los meses va formando un ser humano completo, que estaba totalmente en potencia cuando se unieron el espermio y el ovio y juntaron sus cromosomas. Al unirse los cromosomas queda determinado todo lo que el ser humano será: el color de sus ojos, la forma de su cara, su estatura, sus gestos, su carácter, etc. Por eso es un crimen sin nombre destruir voluntariamente esa criatura en cualquier estadio de su desarrollo, aunque sea un día después de su concepción.

De estas dos células unidas se forman después, de acuerdo a las instrucciones del código genético, todos los tejidos del cuerpo humano, tan extraordinariamente diferentes entre sí y también todos los órganos con sus variadas funciones.

En el cuerpo de la madre la criatura se desarrolla perfectamente protegida y recibe todo lo necesario para su supervivencia y desarrollo, hasta el momento del alumbramiento. Como los alumbramientos ocurren por miles de millones, parecen algo trivial y rutinario, pero constituyen un auténtico milagro de coordinación, sincronización y adaptación de numerosos mecanismos biológicos de la madre y del niño, tales que un solo fracaso puede destruir la nueva vida y también la de la madre.

Aunque mucho de lo dicho pueda no haber sido entendido por mis hermanos, confío en el Señor que una cosa se grabe en cada uno de nosotros:

¡Cuán glorioso es nuestro Dios que ha hecho con inteligencia, sabiduría y poder incomparable este mundo tan complejo en el cual vivimos! ¡Con cuánta reverencia deberíamos acercarnos a él en nuestros pensamientos, conducta diaria, palabra, oraciones y adoración en el culto!

 

7.- En su trato con el hombre.

Nosotros también formamos parte de la creación de Dios y, por lo tanto, también se manifiesta en nosotros su gloria.

Su gloria o grandeza se expresa en nosotros, porque quiso crearnos, no como seres gigantescos en algún inmenso lugar de este u otro universo, sino como seres insignificantes en un insignificante rincón de nuestro universo. Pero esta pequeñísima criatura suya la hizo a su imagen y semejanza, con conocimiento verdadero, con conciencia moral, con personalidad, con dominio sobre el mundo material, capaz de intercomunicarse con su Creador y de amarle y obedecerle.

Esto tiene muchos otros aspectos y alcances, que serán tratados en los otros temas del Congreso. Por ahora, me limito a señalar que la forma como estamos hechos, nuestra posición en el universo y nuestra relación con el Dios eterno e infinito y soberano absoluto expresa también, y tal vez más que los otros aspectos señalados, la resplandeciente gloria de Dios.

 

8.- Terminaré refiriéndome a la relación que existe entre la gloria de Dios en la creación de esta Tierra y el calentamiento global, que tanto preocupa en estos tiempos.

Tomo la mayor parte de lo siguiente de un artículo publicado en Gospel Magazine (Revista Evangélica) de marzo – abril de 2007.

Se dice que como consecuencia de la actividad humana la Tierra se está calentando, lo que produce un gran cambio climático, que los hielos del Ártico, Antártica y glaciares se están derritiendo y que terminarán por producir inundaciones y olas gigantescas, un cataclismo que costará incontables millones de vidas humanas.

Hay dos respuestas mutuamente incompatibles a este asunto.

La primera es la que asume que este mundo está a merced del determinismo, que son fuerzas impersonales y hostiles que apenas conocemos y que casi no podemos controlar. Esta es la ideología prevaleciente en el mundo occidental y es una mezcla de opiniones intelectuales y científicas de carácter evolutivo, humanista y ateo, que influye decisivamente en la opinión pública. Esto se puede resumir en la idea de que Dios no existe y que por eso nadie controla el mundo, por lo cual la única explicación aceptable para el indefenso ser humano es la que provee “la ciencia”. Por lo tanto, es a los científicos a quienes corresponde buscar el conocimiento del universo en general y la solución al problema del calentamiento global, en particular.

La segunda es la opción cristiana, que asegura que el universo ha sido creado por el Dios omnipotente y personal de la Biblia y de la historia, quien sostiene todo cuanto existe, desde lo más pequeño hasta las más colosales fuerzas de la naturaleza. Este punto de vista provee una perspectiva del mundo centrada en Dios y es el único esquema que permite interpretar todo lo que sucede, tanto las actividades humanas como el mundo físico que nos rodea.

Nosotros confiamos en nuestro Dios, quien ha creado todo el mundo que proclama su gloria, quien lo llena todo con su presencia, tiene un propósito inmutable para todo lo que ha creado y lo gobierna todo soberanamente.

Conclusión.

“Los cielos cuentan la gloria de Dios y la expansión denuncia la obra de sus manos” Salmo 19: 1.

Al comprender algo de esa magnífica gloria, inclinémonos en sincera adoración ante él y DÉMONOS a él para honrarle, glorificarle y servirle con todo nuestro ser.

¡Qué él sea lo primero, el centro, lo más realmente amado de nuestra vida!

Un mundo perplejo

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