El poder de la resurrección de Cristo

EL PODER DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO.

Rvdo. Nadir Carreño M., D.D.
Presidente de ALADIC.
Iglesia Presbiteriana Fundamentalista Bíblica “Smirna”.
Santiago, Chile.

Efesios 1:17 a 20:

“Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación para su conocimiento; alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál sea la esperanza de su vocación y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos y cuál aquella supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, por la operación de la potencia de su fortaleza, la cual obró en Cristo, resucitándole de los muertos y colocándole a su diestra en los cielos”.

INTRODUCCION.

Los que convencidos de la profundidad de nuestro pecado y arrepentidos de él hemos recibido sinceramente a Cristo como nuestro propio Salvador, creyendo que él pagó en la cruz por los pecados de cada uno de nosotros, hemos sido objeto de una gloriosa (o grandiosa) redención.

En este mensaje, Pablo eleva una oración por los creyentes, para que recibamos sabiduría para conocer cabal y crecientemente al Padre de gloria y que seamos iluminados por el Espíritu Santo para que sepamos con claridad y certeza:

1º La esperanza a la que hemos sido llamados;
2º Las riquezas que Dios tiene en sus hijos; y
3º Cuán inexpresablemente grande es el poder que está a nuestra disposición.

Enseguida describe ese poder sin límites como el que fue capaz de resucitar a Cristo y de entronarle en los cielos a la diestra del Padre.

Nos corresponde limitarnos al tercer punto de esta oración.

EXPOSICIÓN.

“Y cuál aquella supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos”. Esto es lo tercero que debemos ver con los ojos del espíritu y Pablo ora para que sea efectivamente así.

En los versículos 1 al 18 de este capítulo 1 de Efesios se expresan maravillosos y grandiosos pensamientos, tanto de lo que somos y tenemos en Cristo como de lo que somos para Dios, pero, para que eso no sea más que hermosos pensamientos y sólo teoría irrealizable en la vida práctica, se requiere un poder sobrehumano que los haga reales.

Ese poder existe, es suficiente y está a nuestra disposición.

Es tan grande, que no hay lenguaje humano que pueda expresarlo adecuadamente. Por eso Pablo acumula término tras término en un esfuerzo por expresarlo lo más exactamente posible: “supereminente grandeza de su poder”.

Esto se refiere a un poder superior a todo lo imaginable.

Hay dos razones, a lo menos, por las cuales debemos ser capaces de apreciar este inmenso poder:

1º Para darnos cuenta de todo el poder que ha sido necesario poner en acción para salvarnos:

Ha sido necesario invertir el curso mismo de la naturaleza y de la historia, cambiar la muerte en vida, perdonándonos los pecados y librándonos de sus desastrosas consecuencias, transformar la ley del pecado y de la muerte en la ley del espíritu de vida en Jesucristo. No menospreciemos la gloriosa redención de que hemos sido objeto, ya que es tan fácil y común olvidarlo y no apreciarlo debidamente cuando ruge el enemigo o el mundo y la carne nos atraen con su fascinación engañosa.

Salvar aun al más pequeño de nosotros ha requerido el despliegue o la puesta en acción de un poder superior a toda la energía del universo. ¿Cómo podemos tener en poco una salvación tan grande en nuestra conducta diaria?

2º Para usar ese poder en forma práctica en la vida REAL.

Si apreciáramos debidamente este poder y supiéramos cuán grande es y que siempre está efectivamente a nuestra disposición, ¿por qué habríamos de sufrir angustia o incertidumbre, depresión o desánimo, ánimo abatido y frustración? Hay que pasar del conocimiento teórico, que seguramente todos tenemos, al conocimiento práctico, a la experiencia real.

Un ejemplo bíblico es Sara: “Y le dijeron: ¿Dónde está tu mujer? Y él respondió: Aquí en la tienda. Entonces dijo: De cierto volveré a ti según el tiempo de la vida y he aquí, tendrá un hijo Sara tu mujer. Y Sara escuchaba a la puerta de la tienda, que estaba detrás de él. Y Abraham y Sara eran viejos, entrados en días, a Sara había cesado ya la costumbre de las mujeres. Rióse, pues, Sara entre sí, diciendo: ¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo mi señor ya viejo? Entonces Jehová dijo a Abraham: ¿Por qué se ha reído Sara, diciendo: Será cierto que he de parir siendo ya vieja? ¿Hay para Dios alguna cosa difícil?” (Génesis 18: 9-14).

Esto último Sara lo sabía perfectamente bien en su mente, pero retrocedió cuando se trató de confiar en ello y de aplicarlo efectivamente a su propia realidad en ese momento. Sin embargo, después llegó a aplicarlo efectivamente a sí misma, a confiar en ello, según Hebreos 11:11: “Por la fe también Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir simiente y parió aun fuera del tiempo de la edad, porque CREYÓ ser fiel el que lo había prometido”. Es decir, creyó que era realidad para la vida, la aplicó y obtuvo el resultado, de modo que después de veinticinco años de espera, con decepción, desesperanza y resignación, llegó a ejercer una fe confiada y segura.
Muchas veces oímos esto: “¿Hay para Dios alguna cosa difícil?”

Job 42: 2: “Yo conozco que todo lo puedes y que no hay pensamiento que se esconda de ti”;

Jeremías 32:17: “¡Oh Señor Jehová! He aquí que tú hiciste el cielo y la tierra con tu poder y con tu brazo extendido, ni hay nada que sea difícil para ti”;

Zacarías 8:6: “Así dice Jehová de los ejércitos: Si esto parecerá dificultoso a los ojos del resto de este pueblo en aquellos días ¿también será dificultoso delante de mis ojos? Dice Jehová de los ejércitos”;

Mateo 19: 26: “Y mirándolos Jesús, les dijo: Para con los hombres imposible es esto (que alguien se salve), mas para con Dios todo es posible”;

Lucas 1: 37: “Porque ninguna cosa es imposible para Dios”; etc.

¡Aferrémonos a esto en cada experiencia difícil de la vida!

En relación con esto, tomemos en cuenta cuán a menudo los hechos más portentosos de Dios nos pasan inadvertidos a causa de que él actúa en forma nada espectacular.

Cuando sus actos se refieren a lo físico suelen llamarnos mucho la atención (sanidad y otros milagros semejantes), pero cuando se refieren a nuestro ser moral solemos no apreciarlos, perderlos de vista u olvidarlos.

Sin embargo, es en este terreno donde más puede apreciarse el inmenso poder de Dios: ¿Cómo seríamos cada uno de nosotros, cuál habría sido nuestra vida familiar y personal sin la redención y regeneración de que hemos sido objeto? ¿Cómo se ha manifestado ese poder en nuestra vida pasada? El Señor nos exhorta a no olvidarlo y a aplicarlo, para enfrentar las dificultades actuales:

“Acordéme de los días antiguos, meditaba en todas tus obras, reflexionaba en las obras de tus manos” (Salmo 143:5);

“Acordaréme de las obras de JAH; sí, haré yo memoria de tus maravillas antiguas” (Salmo 77:11).

Nuestra actitud ante los atractivos del mundo y de nuestra carne y ante los sufrimientos, sinsabores y dificultades de la vida deberían cambiar notoriamente debido a la certeza de que está a nuestra disposición un poder tan grande que puede doblegar cualquier fuerza contraria o maligna y esto no en teoría, sino realmente.

La certeza absoluta de que podemos disponer de ese poder tan gigantesco proviene de que es la energía de la omnipotencia divina que no tiene límites y de que, por la redención y por su gracia, somos hijos adoptivos, elegidos desde la eternidad (como nos dice Efesios 1:4: “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo”) por quien posee dicho poder.

¿Es posible imaginar siquiera que pudiera dejarnos abandonados, solos en circunstancia alguna? Con todo, ¡cuántas veces reaccionamos así en la práctica, aunque no en teoría!

“No os ha tomado tentación sino humana, mas fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar, antes dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar” (1Cor.10:13).

Esa potencia ilimitada del Padre se manifestó especialmente en Cristo, en dos formas: resucitándole y exaltándolo.

En esta ocasión me limitaré sólo a esa primera manifestación de su poder.

“¿Cuánto poder fue necesario para tomar a Cristo crucificado, mutilado, deshonrado y muerto, para resucitarle a una vida nueva, radiante, triunfante y gloriosa y para colocarlo a la diestra de Dios en su trono celestial?” (Erdman).

Entonces como ahora la gente sabía que los muertos no vuelven:

Marcos 5:35 : “Hablando aún él, vinieron de casa del príncipe de la sinagoga, diciendo: Tu hija es muerta ¿para qué fatigas más al Maestro?”;

Juan 11:21,32 y 37: “Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no fuera muerto… Mas María, como vino donde estaba Jesús, viéndole, derribóse a sus pies, diciéndole: Señor, si hubieras estado aquí, no fuera muerto mi hermano… Y algunos de ellos dijeron: ¿No podía éste que abrió los ojos al ciego, hacer que éste no muriera?»

Creían que Jesús podía sanar cualquier enfermedad, pero que una vez fallecida una persona no había más esperanza. Esta fue la razón de la completa desesperanza de los discípulos después de la crucifixión:

Juan 20:19: “Y como fue tarde aquel día, el primero de la semana y estando las puertas cerradas donde los discípulos estaban juntos por miedo de los judíos”;

Lucas 24:21 : “Mas nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel y ahora sobre todo esto, hoy es el tercer día que esto ha acontecido”.

Esto explica también el temor de Tomás de sufrir una nueva y aún más cruel desilusión:

Juan 20:24 y 25: “Empero Tomás, uno de los doce, que se dice el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Dijerónle pues los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Y él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos y metiere mi dedo en el lugar de los clavos y metiere mi mano en su costado, no creeré”.

Por eso, cuando comprobaron su resurrección se dieron cuenta cuán ilimitado era su poder y el del Padre, porque había ocurrido algo que todo el mundo estimaba, y sigue estimando, imposible. Habían sido testigos de cómo Cristo había calmado la tempestad, multiplicado los panes y los peces y de la pesca milagrosa, pero su resurrección demostraba incomparablemente más poder.

Esto fue lo que les dio el ánimo sobrehumano para enfrentar hasta la más feroz y cruel oposición y persecución, para superar sus propias debilidades físicas y psicológicas y las dificultades materiales, morales y espirituales que se oponían a la predicación y extensión del evangelio, desde entonces hasta ahora.

Pablo, que seguramente estimaba una fábula la resurrección de Cristo, por su imposibilidad, se convenció también, instantáneamente, de la veracidad de todas las pretensiones de Jesús cuando le contempló vivo y revestido de su gloria divina.

El pasaje paralelo a Efesios 1:20 en Colosenses 1:16 a 13: “…nos hizo aptos para participar de la suerte de los santos en luz, que nos ha librado de la potestad de las tinieblas y trasladado al reino de su amado Hijo” muestra que el mismo poder que resucitó a Cristo nos salvó a nosotros.

Vuelvo a repetir: No se puede menospreciar lo que hemos recibido. ¡Cuán inmenso poder se desplegó en la salvación de nuestra alma!

Esto debe darnos fe y decisión para anunciar el evangelio, para vencer a nuestros enemigos espirituales y para contender eficazmente por la fe una vez dada a los santos.

Esta convicción debe influir en nuestro ánimo como arenga de un general en los soldados de un ejército seguro de la victoria.

¡Es el Cristo vivo, resucitado por el poder infinito de Dios, el que está con nosotros y ese mismo poder el que está a nuestra disposición en nuestro esfuerzo para evangelizar y en nuestro combate contra todas las fuerzas enemigas!

 

Mensaje Inaugural del XVIII Congreso de la ALADIC, La Paz, Bolivia.

 

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