El evangelio de la prosperidad

EL EVANGELIO DE LA PROSPERIDAD

MOISÉS MOREIRA LÓPEZ.
Pastor Presbiteriano. Brasil.
Martes, 13 de febrero de 2007.

En cierta ocasión, cuando Cristo nuestro Señor daba las últimas instrucciones a sus discípulos, dijo, como nos cuenta el apóstol del amor:

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará todas las cosas que os he dicho” Juan 14: 26.

Por lo tanto, ruego al Espíritu Santo, mi consolador, intérprete e iluminador, que me auxilie, aclarando mi mente para que pueda entender el texto sagrado y a mis hermanos, para que vivan la enseñanza de Cristo, incluida en la orden:

“Id por todo el mundo, predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado será salvo; mas el que no creyere será condenado” Marcos 16:15,16.

¡Qué Dios, el Espíritu Santo, me ayude!

Al escribir a los gálatas, Pablo habla de otro evangelio, que no fue predicado por Cristo, es decir, un evangelio humano, generado por la codicia, por la avaricia, por el amor al dinero, un evangelio nacido en la mente de predicadores infieles, “cuyo fin será perdición, cuyo dios es el vientre y su gloria es en confusión, que sienten lo terreno” Filipenses 3:19.

Ante esto, y después de esto, es necesario un análisis, para examinar claramente la orden de Cristo que se encuentra en el evangelio de Marcos, pero que también se enfatiza en Mateo y que fue hecha realidad por todos los apóstoles.

Primeramente tenemos que saber quién dio la orden. No fue Marcos. No fue Pedro. No fue Juan. ¿Quién dio esa orden? La orden la dio Jesús. Jesús es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Jesús es el Mesías prometido. Jesús es el creador de los cielos y de la tierra. Juan afirma que Jesús es el creador de todo. Dice el apóstol:

“Todas las cosas por él fueron hechas y sin él nada de lo que es hecho fue hecho” Juan 1:13.

Jesús es la vida. Jesús es la verdad. Jesús es el camino al cielo. Jesús es el primero y el último, es decir: el Alfa y la Ómega. Jesús es Dios.

Fue Dios quien dio la orden: Id.

Ir exige acción, movimiento, dar pasos. No era para vivir en un palacio, sino para salir de las cuatro paredes con un compromiso: la misión era predicar. No fue dada a incrédulos, impíos y sin fe salvadora. No fue dada a los ángeles, ministros espirituales de Dios. Al escribir a los cristianos dispersos en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, Pedro, el apóstol, aseguró que los ángeles dejarían hacer (a los hombres), porque no fueron escogidos para una tarea tan excelente (1ª Pedro 1:12).

Se plantea entonces una segunda pregunta: ¿A quiénes fue dada la orden?

La orden fue dada a los hombres que habían sido escogidos por el mismo Dios para que fueran pescadores de hombres.

Al iniciar Jesús su ministerio en las cercanías del mar de Galilea, llamó a Simón y Andrés, para que fueran sus discípulos. Enseguida llamó a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan su hermano. Los primeros dejaron las redes y su oficio de pescadores. Los otros dejaron el barco de su padre. Dejaron los bienes materiales, dejaron su oficio, dejaron sus familias, para poder cumplir la orden divina.

Esto nos hace ver, con una exégesis correcta, que Cristo exige desprendimiento y compromiso con la obra misionera. Se despojaron de sus bienes materiales y deberían dedicarse exclusivamente a cumplir la orden salvadora.

Fueron hombres que, al andar con Cristo, se prepararon espiritual e intelectualmente para predicar. Jesús fue el Maestro y los Doce fueron sus alumnos. Jesús satisfizo todas sus dudas y cuando les enseñaba, quedaban asombrados con el conocimiento de Cristo.

En cierta ocasión los discípulos le preguntaron a Cristo: ¿Quién es mayor en el reino de los cielos? Entonces Jesús llamó a un niño pequeño, lo puso en medio de ellos y les dijo:

“De cierto os digo, que si no os volviereis y fuereis como niños no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humillare como este niño, este es el mayor en el reino de los cielos” Mateo 18:2–4.

Les enseñó que deberían ser hombres de la Biblia, pues quien no se dedica al estudio de las Sagradas Escrituras comete errores en su vida espiritual. Enseñó a sus discípulos, al advertir a los fariseos, en estos términos:

“Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios” Mateo 22:29.

Les enseñó, usando metáforas, metonimias, parábolas y muchas otras figuras, para que sus discípulos hicieran lo mismo en sus predicaciones. Reveló los secretos del cielo y dijo:

“Porque a vosotros es concedido saber los misterios del reino de los cielos, mas a ellos no es concedido” Mateo 13:11.

Vivió lo que predicó, para que sus discípulos fueran ejemplo en la palabra, en el trato con los demás y en el amor. Dijo:

“Imposible es que no vengan escándalos, mas ¡ay de aquel por quien vienen!” Lucas 17:1.

Fue a hombres preparados para una vida de santidad, de pureza y de consagración que Jesús, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, dio la orden de predicar.

La tercera pregunta es: ¿Predicar qué?

No fue para predicar el socialismo, que es asunto de la política. No fue para predicar la democracia, que es un régimen de gobierno. No fue para predicar el fútbol, que es un deporte. No fue para predicar buenas costumbres, lo que es sociología. No fue para predicar ideologías, ni filosofías, sino para predicar el evangelio.

Ese evangelio que fue anunciado por Dios Padre, cuando dijo, allá en el Edén, al castigar el enemigo espiritual del hombre:

“Y enemistad pondré entre ti y la mujer y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza y tú le herirás en el calcañar”. Génesis 3:15

Este es el evangelio que ha sido desfigurado por los teólogos, artistas y pintores. Los teólogos lo han torcido. Los artistas plásticos que han representado la imagen de María sosteniendo en sus brazos a Jesús y pisando la cabeza de la serpiente con su pie derecho. Los pintores que han puesto en la tela lo que los escultores trataron de expresar concretamente.

Es el evangelio que salva y que fue anunciado por los ángeles a los pastores de Belén, la noche en que Jesús nació, cuando Gabriel dijo:

“No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor” Lucas 2:10,11

Este es el evangelio que debe ser anunciado. Cristo es el salvador y sólo él puede salvar a los hombres de la perdición eterna. No es san Pedro. No es san Pablo. No es Santiago. Es Jesús, el Mesías, el gozo del pueblo elegido, del pueblo escogido desde antes de la fundación del mundo.

No es el evangelio de liberación, que salva al hombre de la esclavitud de los hombres, pero los deja esclavos de Satanás. No es el evangelio de la prosperidad, que enseña que el pecador se puede enriquecer e ingresar a la iglesia sin arrepentimiento, sin conversión, sin espiritualidad, sin consagración y, por lo tanto, sin Cristo, sin Dios y sin fe.

El evangelio que Cristo mandó a predicar y el que Pablo predicó y decía a sus hermanos en la fe es:

“Para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia” Fil. 1:21.

Su tema no eran los milagros, la sanidad, la riqueza, la prosperidad. Su tema era Cristo; Cristo, el único mediador entre Dios y los hombres. A Timoteo le dice:

“Porque hay un Dios, asimismo un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” 1ª Timoteo 2: 5.

Cristo es el único salvador. Pablo dijo, junto con Silas, al carcelero de Filipos:

Era el tema de Pedro, quien les dice a los cristianos dispersos que Cristo es el sumo sacerdote y que los cristianos son parte de ese sacerdocio real (1ª Pedro 2:9). Este era el tema que Pedro quería que los predicadores tuvieran presente, ya que les dice que deben anunciar las virtudes de aquel que les ha llamado de las tinieblas a su luz admirable.

“Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa” Hechos 16:31.

No se encuentra en la orden de Cristo, ni siquiera implicada o entre líneas, que quien viene a él enriquecerá. Las riquezas, así como la prosperidad, son bendiciones de Dios, que él concede a quien él quiere y si quieres. Él es soberano. La probabilidad de tener una vida útil y próspera es grande, porque el convertido deja de practicar algunos actos y, como mayordomo, no enterrará su talento, sino que lo trabajará, haciendo con uno, dos; con dos, cuatro y con cinco, diez.

El sabio Salomón dice que la prosperidad es una bendición del Señor. Pero, tomar la prosperidad como objetivo para atraer a las personas al templo y no a la iglesia militante, y después triunfante, es un error.

Cristo mandó predicar el evangelio, pero ¿a quiénes? He ahí otra pregunta. Marcos dice que Cristo mandó predicar a toda criatura.

Antonio Vieira, el mayor orador sagrado del siglo XVII, en su sermón de la Sexagésima, usando la sabiduría que Dios le dio y valiéndose de una figura de lenguaje, pregunta: “¿Cómo así, Señor? Los animales ¿no son criaturas? ¿Los árboles no son criaturas? Tienen los apóstoles que predicar a las piedras? ¿Tienen que predicar a los troncos? ¿Tienen que predicar a los animales? Sí, dice San Gregorio, y después San Agustín, porque como los apóstoles iban a ir a predicar a todas las naciones del mundo, muchas de ellas bárbaras e incultas, iban a encontrar hombres degenerados, que serían como todas las especies de criaturas: iban a encontrar hombres, hombres, hombres troncos, hombres piedras”.

En todas las naciones hay personas que fueron escogidas desde antes de la fundación del mundo. Personas que son criaturas, pero que andan, en palabras de Pablo, en los deseos de la carne y que hacen la voluntad de la carne y de los pensamientos (Efesios 2:3). En el momento que oyen la voz del evangelio y reciben el toque del Espíritu Santo se convierten en hijos de Dios y miembros del pueblo salvo por la sangre de Jesús. Fue para ese pueblo que Jesús vino y dio su vida en la cruz del Calvario. Fue en relación con ese pueblo que el ángel del Señor dijo a los pastores:

“He aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo”.

No dice que sería para todos los pueblos, sino para todo el pueblo. El pueblo de Dios. Jesús fue muy claro en su enseñanza, cuando dijo:

“Mi padre que me las dio, mayor que todos es y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” Juan 10:29.

Es a ese pueblo que Jesús le da la vida eterna.

Es por eso que el escritor de la carta a los hebreos dice:

“Así también Cristo fue ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos y la segunda vez, sin pecado, será visto de los que le esperan para salvación” Hebreos 9:28.

He ahí, muy queridos hermanos, las criaturas a las cuales debemos predicar, aunque no sabemos quiénes son. No importa su raza, color, tribu o nación, porque el que hace acepción ofende al Creador. Salomón dijo:

“El que desprecia a su prójimo, peca; pero el que se compadece de los humildes es bienaventurado”.

Cristo mandó predicar el evangelio y exigió la fe de los que oyeran y que demostraran esa fe por medio del bautismo.

No se bautizarían para ser salvos, porque lo serían por la fe y sólo como demostración de la nueva vida y como miembros de la iglesia visible deberían ser bautizados.

Fue por eso que después de la orden de ir y predicar afirmó: “Mas el que no creyere será condenado”. La condenación sería para los que no creyeran.

En relación con esto, queridos hermanos, tengamos presente que la orden fue dada por Cristo a sus discípulos y ellos deberían predicar la salvación en Jesús y nada más.

¡Qué Dios ilumine a cada predicador, para que predique el evangelio que salva a los hombres de la perdición eterna, sin artificios engañosos, y no aquel otro evangelio que es terreno, de la tierra, como dijo Pablo:

“cuyo fin será perdición, cuyo dios es el vientre y su gloria es en confusión; que sienten lo terreno” Filipenses 3:19.

 

XIX Congreso ALADIC – Guatemala, 2007

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