Laodicea, la iglesia reprobada
LAODICEA, LA IGLESIA REPROBADA
Pastor Héctor Oyarce Sandoval.
Presidente de la Iglesia Evangélica Aliancista de Chile.
Martes, 13 de febrero de 2007.
INTRODUCCIÓN.
Para introducirnos al estudio, haré algunas precisiones que considero necesarias para “sintonizar” a la estimada audiencia.
En primer lugar, en griego apokalupsis, significa desvelamiento; de ella deriva apocalíptico, en un tipo de escrito que aparece en Daniel, Ezequiel y Zacarías en el Antiguo Testamento, pero sólo en Apocalipsis en el Nuevo Testamento.
Apocalipsis no sólo mira hacia la consumación futura de todas las cosas y al definitivo triunfo de Dios y del Cordero, sino que liga también los cabos sueltos de los sesenta y cinco otros libros de la Biblia. De hecho, como mejor se puede comprender Apocalipsis es ¡conociendo la Biblia!
Apocalipsis es “la revelación de Jesucristo” y no “la revelación de San Juan el teólogo” como se le llamó por algún tiempo, erróneamente.
El Escritor de Apocalipsis es el apóstol Juan, hijo de Zebedeo y hermano de Jacobo, quien trabajó por muchos años en Éfeso, en Asia menor, donde estaban situadas las siete iglesias destinatarias de estas cartas.
En segundo lugar, una sencilla clave para comprender Apocalipsis es darse cuenta de que está dividido en tres secciones principales:
1. Las cosas que vio Juan:
Es decir, la visión de Cristo como juez de las iglesias, que encontramos en el primer capítulo;
2. Las cosas que son:
La era de la Iglesia, desde la muerte de los apóstoles hasta el momento en que Cristo llevará a sus santos al cielo, que encontramos en los capítulos 2 y 3; y
3. Las cosas que han de ser después de estas:
Los acontecimientos desde el arrebatamiento de los santos hasta el estado eterno, que van desde el capítulo 4 hasta el 22.
La carta a la iglesia de Laodicea, en consecuencia, está dentro de las cosas que son, es decir, dentro de los tiempos actuales, de entonces y de ahora.
En tercer lugar, por otra parte, sabemos que existen al menos cuatro escuelas de interpretación del Apocalipsis para explicar los impactantes retratos y simbolismos que contiene, es a saber:
El enfoque preterista, que interpreta el Apocalipsis como una descripción de los acontecimientos del primer siglo en el Imperio Romano.
Esta posición está en conflicto con la declaración frecuente del propio libro en el sentido de ser profecía. Es imposible ver todos los acontecimientos de Apocalipsis como si ya se hubiesen cumplido. La segunda venida de Cristo, por ejemplo, no se llevó a cabo en el primer siglo;
El enfoque historicista ve Apocalipsis como una perspectiva panorámica de la historia de la iglesia desde los tiempos apostólicos hasta el presente, viendo en el simbolismo acontecimientos tales como las invasiones bárbaras de Roma, el surgimiento de la Iglesia Romana, el surgimiento del Islam, y la revolución Francesa.
Este método de interpretación ignora los límites del tiempo que el mismo libro coloca en los acontecimientos que están por cumplirse. El historicismo ha producido muchas interoretaciones diferentes –y que frecuentemente están en conflicto– de los acontecimientos históricos contenidos en Apocalipsis, con lo cual ha caído en descrédito;
El enfoque idealista interpreta Apocalipsis como una muestra de la eterna lucha cósmica que existe entre las fuerzas del bien y del mal.
En esta posición, el libro no contiene ni referencias históricas ni profecía predictiva. Esta posición, por lo tanto, ignora la naturaleza eminentemente profética de Apocalipsis y aísla al libro de cualquier relación con acontecimientos históricos.
Así, Apocalipsis se convierte solamente en una colección de historias diseñadas para enseñar verdad espiritual, es decir, se moraliza y alegoriza el libro; y
El enfoque futurista insiste en que los acontecimientos de los capítulos 6 al 22 aún son futuros y que esos capítulos –literal y simbólicamente– muestran a personas y acontecimientos reales que están por aparecer en la escena mundial.
Describe los acontecimientos que rodean a la segunda venida de Jesucristo (capítulos 6 al 19), el milenio y el juicio final (capítulo 20), y el estado eterno (capítulos 21 al 22).
Sólo esta posición –la futurista– trata a Apocalipsis de manera coherente con la declaración que el propio libro hace de sí mismo, en el sentido de ser profecía, e interpreta el libro por el mismo método gramático-histórico como los capítulos 1 al 3 y el resto de las Escrituras, y éste es el enfoque que abrazamos los cristianos bíblicos fundamentalistas.
DESARROLLO.
La ciudad de Laodicea estaba ubicada en la parte sudoeste de Frigia, sobre el río Lico, entre Colosas y Filadelfia.
Fue destruida por un terremoto en el año 62 d.C. y reedificada por sus pudientes ciudadanos sin ayuda del Estado, pues Laodicea era una ciudad rica materialmente debido a su prosperidad industrial y comercial, riqueza que la condujo directamente a una censurable y tristemente famosa tibieza espiritual, tanto así que este es el punto central de la carta.
Es evidente que en cada período de la vida de la iglesia de Jesucristo ha habido una característica dominante, pero en todos los períodos han coexistido iglesias que han perdido el primer amor, como Éfeso; iglesias sufrientes y pobres materialmente, como Smirna; iglesias indiferentes a las herejías y contemporizadoras, como Pérgamo; iglesias permisivas y tolerantes del pecado, como Tiatira; iglesias moribundas, como Sardis; iglesias obedientes a la Palabra de Dios, como Filadelfia; e iglesias tibias, miserables e inútiles, como Laodicea.
Y no parece casual que la revelación de Jesucristo haya situado a Laodicea en el último lugar.
Y digo que no parece casual pues a la luz de las Escrituras estamos viviendo los últimos tiempos y todo indica que las características dominantes de la actual iglesia universal de Jesucristo se parecen demasiado a Laodicea, como veremos más adelante.
Aquí es donde cobran sentido las palabras de Nuestro Señor Jesucristo cuando dijo:
“Empero cuando el Hijo del Hombre viniere, ¿hallará fe en la tierra? Lucas 18:8b.
Un poco antes, en el capítulo 17 de Lucas, Jesús revela a los fariseos que los tiempos de su segunda venida serían como los días de Noé, los cuales fueron días de soberbia y de indiferencia a Dios, días de comer y beber, días de libertinaje sexual (Lucas 17:26–27).
Sin embargo, los versículos 28 al 30 de Lucas 17 agregan un detalle más: Los días previos a su venida serán también como los días de Lot: tiempos de libertinaje y depravación.
¿Y qué está sucediendo hoy en el mundo? Como dice Frank Garlock: Asómate a la ventana y lo sabrás. Pero el problema puede ser peor.
Tal vez no sea necesario asomarse a la ventana para mirar lo que sucede afuera y tomarse una impresión de los tiempos; da temor, y es triste decirlo, pero basta con mirar alrededor nuestro, aquí dentro de las paredes de nuestros templos, para comprobar que su sabia y santa Palabra se cumple, y que ya estamos viviendo los días de Noé y de Lot, y que, por lo tanto, su venida está a las puertas; y a propósito de su venida: Sólo entonces nuestro dolor por el estado del mundo y de la iglesia se transformará en gozo ante la maravillosa esperanza de su venida. ¡Así sea! ¡Ven, Señor Jesús! Su venida nos consuela.
Entremos ya en materia.
La tradición de la iglesia dice que Juan, el autor humano de Apocalipsis, ministró en Éfeso en los últimos años de su existencia terrenal.
No es sorprendente, por tanto, ver esas cartas dirigidas a Éfeso y a otras seis ciudades a su alrededor, dentro de un radio de 150 Km. Al norte y al este. Sin duda alguna, Juan, ahora de más de noventa años, había ministrado en cada una de esas iglesias en sus viajes. Todas estas iglesias estaban situadas en un sistema principal de carreteras.
Esto probablemente explica su origen y por qué Cristo seleccionó a estas siete: porque se llegaba a ellas fácilmente mediante los correos; tenían buena intercomunicación.
La séptima carta de Cristo a las iglesias de Asia es un verdadero resumen de las censuras celestiales, pues constituye una severa condena a la iglesia de Laodicea.
Sólo unos 65 km. separaban físicamente a Laodicea de Filadelfia, pero espiritualmente la distancia era abismante.
Filadelfia, la iglesia humilde y fiel, se contrasta con Laodicea que está a punto de ser abandonada por Dios por su soberbia e infidelidad, que la hacen nauseabunda ante la santa boca de Dios.
Laodicea posee la distinción de ser la única iglesia de las siete sobre las cuales Cristo no tiene nada bueno que decir.
Hasta Sardis, la iglesia moribunda, tenía unas cuantas personas que no habían manchado sus vestiduras blancas.
Podría describirse a Laodicea como sentimental, superficial y aparente, floja, orgullosa, secularizada y autosuficiente, lo cual Cristo encuentra nauseabundo.
Hablando humanamente, nos estremece la severidad del Señor al condenar a la iglesia de Laodicea, pero su mensaje no hace más que recordar que su palabra es fiel y verdadera, que se cumple; que nadie está eximido de cumplirla, por muy rico que sea; y que su iglesia –y nosotros los que formamos la iglesia- debemos guardar su Palabra como Filadelfia, y no lo contrario, como Laodicea, porque entonces nos exponemos a su santa y justa maldición.
Cristo se presenta ante los dirigentes de la iglesia como un Acusador, no como su Abogado. Antes de leer la acusación, Cristo presenta sus credenciales, que lo facultan y capacitan para la amonestación y condena.
Jesús se basa en tres de sus cualidades que lo establecen como la verdad encarnada.
El Señor Jesús se refiere a sí mismo como el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios.
Como el Amén, él es la fidelidad y la verdad encarnada y el que garantiza y cumple las promesas de Dios.
Es asimismo el Originador de la creación de Dios, tanto la material como la espiritual. La expresión “el principio de la creación de Dios” no significa que él fuese la primera persona en ser creada; él nunca fue creado. Más bien significa que comenzó la creación. No dice que él tuvo un comienzo, sino que él es el principio. Él es el origen, él es la causa de la creación de Dios. Y él es preeminente sobre toda la creación. Él tuvo un comienzo como hombre, pero como Dios él fue el principio de todo.
Luego, Cristo usa dos elementos de la vida local para ilustrar su disgusto con la iglesia.
El primero lo toma de sus recursos naturales, y el segundo tiene relación con la economía local.
Cerca de Laodicea estaba Hierápolis (Col. 4:13), que era famosa por sus aguas termales, así como Colosas era conocida por sus abundantes y refrescantes manantiales.
Laodicea, en cambio, tenía agua tibia y sucia que corría a lo largo de varios kilómetros por acueductos subterráneos. Los visitantes que no estaban acostumbrados a consumirla casi siempre la escupían de inmediato.
La iglesia en Laodicea no era fría, porque no rechazaba a Cristo abiertamente, pero tampoco era caliente o llena de celo y vigor espiritual. Sus miembros eran hipócritas y tibios que profesaban conocer a Cristo, pero en realidad no le pertenecían. Al igual que el agua sucia y tibia de Laodicea, estos hipócritas que insistían en engañarse a sí mismos eran nauseabundos para Cristo (“te vomitaré de mi boca”).
Laodicea no era caliente, en el sentido de dar curación a los espiritualmente enfermos; ni fría y refrescante para los espiritualmente fatigados. La iglesia resultaba ser mediocre e ineficaz y por ello repugnante para su Señor. Literalmente, la iglesia provocaba en Jesús el deseo de vomitar.
El Señor la hubiese preferido muy indiferente o muy celosa, pero no: era lo suficientemente tibia como para inducir a la gente a pensar –equivocadamente– que era una iglesia de Dios, como sucede hoy en día; y tan desagradablemente tibia en las cosas divinas que causaba asco al Altísimo.
Luego Jesús pasa a la economía local para ilustrar su argumento.
Como dijimos anteriormente, la economía de Laodicea se caracterizaba por la riqueza. Económicamente, Laodicea era un destacado centro bancario.
La iglesia había llegado a ser un reflejo de la ciudad, y pensaba que podía actuar con independencia de Dios; era autosuficiente. Pero debido a que la iglesia creía que no necesitaba a Dios, Jesús la declara en estado de miseria espiritual. (¿Qué nos sucede a nosotros cuando tenemos abundancia material?).
Hablando en general, la iglesia de Laodicea era miserable y lastimosa a la luz de los preceptos divinos.
Más específicamente, la iglesia podía ser caracterizada como pobre, ciega y desnuda. La satisfacción material la había minado espiritualmente y la había hecho indiferente y soberbia.
Sus miembros, como muchos en la actualidad, creen que hacen un favor a Dios y condicionan el servicio; y usan como testimonio de la comunión con Dios la prosperidad material que pueden lograr, sin darse cuenta de su precariedad espiritual. Eso es ceguera y torpeza espirituales.
Además, esta ciudad tenía una gran reputación en el campo de la medicina. Era sede de una famosa escuela donde los médicos eran tan conocidos que algunos de sus nombres figuraban en las monedas locales.
Desde Laodicea se exportaba “polvo de Frigia”, como colirio para los ojos y ungüento para los oídos. Laodicea estaba muy ocupada en labrarse una reputación para retaurar la vista física a los ciegos, pero la iglesia ni se había dado cuenta de que se había vuelto espiritualmente ciega. ¡Qué paradoja!
Esta ciudad era también famosa por sus tejidos, especialmente famosa por sus suaves lanas. Tan orgullosos estaban los miembros de aquella iglesia de cómo vestían a otros, que no se dieron cuenta de que estaban espiritualmente desnudos. ¡Qué ironía!
La iglesia carecía de discernimiento espiritual, por lo cual era similar en esto a la iglesia de Corinto (1ª Corintios 2:12–3:3), y a la iglesia inmoral a la que escribió Santiago: “Adúlteros y adúlteras, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Cualquiera pues que quisiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4:4).
Laodicea se nos presenta tan reprobada y amenazada que inevitablemente nos preguntamos si se trata en realidad de una “anti–iglesia” llena de incrédulos o de una iglesia genuina compuesta primordialmente de cristianos inmaduros y carnales.
Varias indicaciones del texto bíblico nos sugieren que, no obstante lo reprochable que era, se trataba de una iglesia genuina.
Estas indicaciones incluyen los siguientes hechos:
1. Cristo está de pie en medio de sus miembros, según leemos en Apocalipsis 1:13;
2. Tanto las asambleas obedientes como las desobedientes son llamadas iglesias (Apocalipsis 1:11; 3:7,14);
3. El término “miserable” (3:17) lo usa Pablo respecto de sí mismo en Romanos 7:24;
4. El término “ciego” se aplica antes a creyentes (2ª Pedro 1:9); y
5. Cristo, declara que él reprende y castiga a los que ama.
Hay ocasiones en que los creyentes parecen incrédulos (1ª Corintios 3:3). Por esto Pablo dice a los corintios:
“Examinaos a vosotros mismos si estáis en fe; probaos a vosotros mismos. ¿No os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros? Si ya no sois reprobados” 2ª Corintios 13:5.
Laodicea representa a una iglesia que se ha deteriorado enormemente de su estado originalmente puro y que por ello ha provocado la censura de su Fundador.
Un dato interesante y curioso: Satanás es aludido o nombrado directamente en cinco de las siete cartas (2:2, 13:24; 3:9). Pero en las dos cartas a las iglesias dignas de condenación –Sardis y Laodicea– todo el peso de la responsabilidad por el pecado cae totalmente sobre los hombros de las iglesias. En ninguna de ambas cartas se menciona a Satanás. No tienen a nadie a quien echarle la culpa más que a sí mismas, y por ello son consideradas directamente responsables ante Cristo.
¿Puede una iglesia que ha perdido la comunión con Cristo volver a recuperarla?
Aquí el que es Cabeza de la iglesia expresa de manera conmovedora la plenitud de su gracia y misericordia a Laodicea que nos parece incomprensible e inaceptable.
La restauración es posible, si los pastores se vuelven a la Palabra de Dios y se someten a las instrucciones de Dios: “Yo te amonesto…” parece tener el sentido de “Hazlo a mi manera o tendrás que atenerte a las consecuencias”.
El plan de Cristo obligaba a los laodicenses a obtener de él aquello de lo que carecían espiritualmente, aunque creían que ya lo tenían.
¿Cómo iban ellos a “comprar” sus cosas? Físicamente habían comprado y comprado hasta no necesitar nada más. Sin embargo, debido a su miseria espiritual, no tenían nada con qué comprar espiritualmente; no tenían dinero espiritual.
Aquí es donde entra la gracia de Dios. Su pobreza los obligaría a acudir a Dios bajo sus condiciones, porque nada tenían que ofrecer de sí mismos.
La futura bendición espiritual sólo se conseguirá a precio de arrepentimiento, como el publicano que clamaba:
“Dios, sé propicio a mí pecador” Lucas 18:13b.
Las verdaderas riquezas de Dios se encuentran sólo en la integridad de la Palabra de Dios y en la plenitud de la madurez espiritual. Los laodicenses habían descuidado valorar lo uno y lo otro en la economía divina.
“Por lo cual, hermanos, procurad tanto más de hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas no caeréis jamás. Porque de esta manera os será abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” 2ª Pedro 1:10–11.
“Por eso he amado tus mandamientos más que el oro, y más que oro muy puro” Salmo 119:127.
Las vestiduras blancas son las ropas de justicia (Apocalipsis 7:13–14). Esas pueden estar en posesión de un cristiano, pero no necesariamente las lleva siempre. Por esto es que Pablo instruye a los efesios que se vistan con la cota (coraza) de justicia (Efesios 6:14).
“Y vestir el nuevo hombre que es criado conforme a Dios en justicia y en santidad de verdad” Efesios 4:24.
Se necesita colirio para una buena visión espiritual. Los laodicenses eran como aquellos a los que Pedro escribió:
“Mas el que no tiene estas cosas es ciego, y tiene la vista muy corta, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados” 2ª Pedro 1:9.
Pablo emplea esa misma figura al confrontar a los gálatas:
“¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, ante cuyos ojos Jesucristo fue ya descrito como crucificado entre vosotros?” Gálatas 3:1.
En Apocalipsis 3:19 tenemos tal vez el único elemento positivo en toda la carta a Laodicea.
Sólo podría haber habido algo peor para los laodicenses que la reprensión de esta carta: que no se le hubiera enviado la carta. Esta carta evidencia el amor de Cristo por la iglesia y su deseo de que sean restaurados.
Reprender y disciplinar es amar. Ignorar es aborrecer (Proverbios 13:24). “Porque el Señor al que ama castiga, y azota a cualquiera que recibe por hijo. Si sufrís el castigo, Dios se os presenta como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no castiga” Hebreos 12:6–7.
Cristo invita a los laodicenses a que se vuelvan de verdad de sus caminos a los caminos de Dios; en otras palabras, les dice: “Arrepiéntanse”.
A la gente se le aconseja que compre del Señor oro refinado por fuego, lo que podría referirse a la justicia divina, que es comprada sin dinero y sin precio (Isaías 55:1), o sea, es recibida como un don por medio de la fe en el Señor Jesús; o puede que denote la fe genuina y sencilla, que cuando es probada por fuego resulta en alabanza, gloria y honra en la revelación de Jesucristo (1ª Pedro 1:7).
Asimismo, se aconseja a la gente que compren vestiduras blancas, es decir, la justicia práctica, las buenas obras en la vida diaria. Y deben ungir sus ojos con colirio, es decir, que consigan una verdadera visión espiritual mediante la iluminación del Espíritu Santo. Las figuras utilizadas por Cristo para este consejo eran muy pertinentes y comprensibles por cuanto Laodicea era conocida por su centro bancario, por su industria textil, por sus productos medicinales (especialmente colirios) y por sus aguas tibias y desagradables.
El amor del Señor para con la iglesia se ve en que la reprende y disciplina. Si no le preocupara, no actuaría así. Con ternura casi incomprensible para nosotros, llama a esta “iglesia” a ser celosa y a arrepentirse.
Y en cuanto a Apocalipsis 3:20, en lugar de seguir la interpretación común y generalizada respecto de que Cristo llama aquí al corazón de una persona, el contexto de esta parece decir más bien que Cristo procuraba entrar a esta iglesia porque llevaba su nombre, pero no había un solo creyente verdadero en su interior.
Esta carta disciplinaria y correctiva era su forma de tocar la puerta. Si uno de los miembros reconocía su perdición espiritual y respondía con fe salvadora, Cristo entraría en la iglesia y tomaría la iniciativa para entrar en comunión con los nuevos creyentes.
Como siempre, la carta de Cristo concluye con una nota de esperanza. La actual experiencia celestial de Cristo será dada en el futuro a los vencedores.
Él está ahora sentado a la diestra del Padre.
“…Yo le daré que se siente conmigo en mi trono; así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” 3:21a.
Esta amplia declaración repasa y resume todas las promesas a los vencedores en las anteriores seis cartas.
Participaremos inmerecidamente en la maravillosa experiencia del Padre y del Hijo de gobernar desde el trono celestial, promesa que se ratifica en Apocalipsis 20:6.
Finalmente,
“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” 3:22.
Las iglesias del siglo XXI necesitan dar oído, escuchar con atención y obedecer la amorosa y autoritativa voz de Dios que mediante las Escrituras y el ministerio del Espíritu Santo nos amonesta y corrige.
CONCLUSIÓN.
¿Qué propósito tiene este estudio? ¿Por qué ocuparnos de Laodicea, la iglesia peor evaluada de las siete?
Sea cual sea la interpretación que le demos al libro de Apocalipsis, es innegable que la iglesia de Laodicea representa proféticamente una fiel imagen de la era en que vivimos.
En el mundo, donde está obligada a permanecer la iglesia de Cristo en tanto que espera la venida del Novio, abunda la vida lujosa, escandalosos excesos en que un futbolista gana en un solo mes el equivalente al salario de ocho mil obreros chilenos, mientras en África millones de almas perecen de inanición, dinero que el futbolista usa para ofender a Dios y para difundir la corrupción moral.
Esta iglesia contemporánea se debate en la confusión, siguiendo los modelos del mundo, porque ha bajado la vista; ya no tiene puesta la mira en las cosas de arriba.
En lugar de tomar la cruz, los cristianos están llevando coronas. Nos emocionamos más con los deportes, la política o la televisión que con Cristo. Hay poco sentimiento de necesidad espiritual, poco anhelo por un verdadero avivamiento.
Damos lo mejor de nuestras vidas al mundo de los negocios, y luego entregamos al Señor las sobras de una vida malgastada.
Nos preocupamos en exceso de nuestros cuerpos, que en pocos años volverán al polvo, y descuidamos el cuerpo espiritual.
Acumulamos en lugar de abandonar, amontonamos tesoros en la tierra en lugar de en el cielo.
En cuanto a la cuestión específica del mensaje a las iglesias de Asia, y particularmente a Laodicea que este es el tema que nos convoca, el Señor de la iglesia se dirigió a sus siete iglesias con un mensaje de aliento y de esperanza que es un mensaje para todas las iglesias de todos los tiempos, aunque algunos postulan que estas cartas representan proféticamente siete períodos de la historia de la iglesia que se extiende desde los días de Juan hasta la venida de Cristo. Aunque esto es posible, lo más seguro es que estas iglesias representen siete clases o tipos diferentes de iglesias que han existido durante todos los períodos de la historia de la iglesia, incluso en nuestros días.
Richard Mayhue, en su libro: ¿Qué diría Jesús de tu iglesia? (pág. 29) presenta cinco razones para favorecer esta perspectiva:
1. Estas siete iglesias fueron reales y existieron simultáneamente;
2. Apocalipsis nunca insinúa que estas siete iglesias representen etapas de la historia de la iglesia;
3. Un cuidadoso análisis de la historia de la iglesia no muestra un paralelismo con estas siete iglesias; y
4. En ocho ocasiones, Apocalipsis afirma que estos pasajes son para iglesias verdaderas y específicas; no que prefiguren períodos de la historia de la iglesia (Apocalipsis 2:7; 2:11; 2:17; 2:29; 3:6; 3:13; 3:22; 22:16).
5. Esas siete clases de iglesias han existido en cada período de la historia de la iglesia.
Pero ¿qué tienen en común Laodicea y la iglesia de nuestros días?
Una de las principales conclusiones en la que coinciden todos los comentaristas es que Laodicea reflejaba muy fielmente su contexto social, geográfico y económico. Y tal vez ahí se encuentre la relación con la iglesia cristiana de nuestros tiempos.
En primer lugar, el nombre Laodicea significa –según William MacDonald (Comentario Bíblico, pág. 1086)– el gobierno del pueblo o el juicio de parte del pueblo, democracias que es el sistema político que domina al mundo.
La democracia se presenta en la actualidad como el único sistema de gobierno aceptable y su influencia y obligatoriedad se hace sentir cada vez más fuerte al interior de la iglesia de Cristo, al extremo de confundir congregacionalismo con democracia.
La democracia pudiera ser tal vez un buen sistema de administración secular, pero no lo es para la iglesia genuina de Cristo, pues – esencialmente– es el gobierno de las mayorías; dicho simplemente: “mayoría manda”, como decíamos cuando éramos niños y cuando jóvenes.
La Biblia, nuestra regla de fe y de práctica, establece claramente que en los negocios del Señor las cosas son al revés. En efecto, somos los pastores y líderes espirituales los que debemos guiar al rebaño, caminando adelante, no siguiéndolo. En Éxodo 32 encontramos un lamentable caso de liderazgo negligente cuando Aarón accede a los requerimientos del pueblo. Allí operó la democracia; allí se manifestó Laodicea.
En segundo lugar, vemos un mundo dominante que goza de prosperidad económica (los países pobres no dominan) y que se yergue soberbio e insensible.
Muchas iglesias en la actualidad pertenecen a una comunidad religiosa dominante que no sólo goza de prosperidad económica, sino que busca la prosperidad económica. Éstas ven a Dios como alguien endeudado con ellas, pues han limitado la interpretación de las promesas del Señor al ámbito económico y ven en la prosperidad una prueba de la comunión con Dios. Creen que tienen todo, que no necesitan nada, pero en realidad son miserables espiritualmente, pues no ven a Dios como el Todopoderoso, como el Soberano, como el Dios Santo, Santo, Santo que es nuestro gran Dios, y no le adoran, y no le temen, y no le aman como él lo demanda. Tan autosuficientes son y tanto desprecian su soberanía, que hasta se atreven a provocar conversiones y milagros mentirosos, haciendo uso de mecanismos psicológicos y ocultistas.
En tercer lugar, otro signo de los tiempos actuales, y que caracteriza al medio en que subsiste la iglesia, es el relativismo, sobre todo el relativismo moral, acompañado de conceptos como tolerancia, diversidad, etc., que no son sino reflejo de la decadencia, depravación y corrupción que afectan a la humanidad entera; dentro de este mismo tópico deberíamos incluir el humanismo acompañado de una de sus mayores perversiones que es el feminismo.
De todos estos conceptos se ha valido Satanás para corroer la iglesia de Cristo y debilitarla, aunque su intención es en realidad, destruirla; entonces volvemos a recordar la maravillosa promesa del Señor Jesús cuando dijo que
“… las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (la iglesia)” Mateo 16:18.
Es así como vemos cada vez con mayor frecuencia cómo la gente acepta un evangelio parcial, a la medida de su carnalidad, rechazando y negando el señorío de Cristo, transformando el culto a Jehová Dios y a su Hijo Jesucristo en un acto de entretención al gusto de las personas, y lo que es peor, transformando el amor de Dios y su bendita gracia en disolución (Judas 4), en una burda tergiversación de pasajes bíblicos tan maravillosos como 1ª Juan 2:1b:
“…y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”.
El relativismo es, tal vez, el concepto que mejor representa a Laodicea; el relativismo es tibieza, es síntesis, es promedio o término medio, como solemos decir.
En cuarto lugar, hasta la teología ha complotado contra la iglesia. Y esto pudiera parecer curioso, pero la teología liberal, modernista y humanista ha hecho lo suyo y se esfuerza en provocar el máximo daño posible a la iglesia de Cristo.
Para muestra un botón: a quienes nos esforzamos por agradar al Señor guardando su santa Palabra y reconociéndola como nuestra regla de fe y de práctica; a quienes nos esforzamos por mantener un culto santo enfocado en Cristo y no en el hombre; a quienes tememos, reverenciamos y amamos a Dios; nos tildan de retrógrados, tradicionalistas y legalistas, y su fundamento bíblico tergiversado, por cierto es Gálatas 5, lo cual no es más que antinomianismo flagrante. A tanto suele llegar el extravío, que hemos constatado un verdadero desprecio por el Antiguo Testamento, queriendo con ello ignorar los principios eternamente válidos de la santa Palabra de Dios. ¡Toda la Biblia es La Palabra de Dios!
La iglesia evangélica requiere urgentemente corregir el rumbo. Sin embargo, no existe consenso acerca de qué dirección debería tomar la iglesia para volver al rumbo correcto.
Algunos ciegos espirituales se han atrevido a sugerir un rediseño de la iglesia cristiana, pero ¿para qué y por qué rediseñar la iglesia, si Dios la diseñó perfecta al principio? ¿no sería mejor reedificar las partes que se demolieron, usando como fundamento el plano original del Edificador: las Escrituras? ¿quién podría mejorar el diseño de Dios?
La solución a los problemas de la iglesia no reside en rediseñarla, sino en restaurarla de acuerdo a las especificaciones perfectas y originales, del Diseñador Divino. La meta de cualquier cambio movido genuinamente por el Espíritu Santo es el regreso a las raíces bíblicas.
El verdadero contraste entre los modelos ministeriales imperantes no deberían ser “lo tradicional” frente a “lo contemporáneo”, sino “lo bíblico” en contraste con “lo no bíblico”.
Cuando contemplamos la iglesia evangélica del siglo XXI como un todo, desdichadamente comprobaremos que las técnicas han tomado el lugar de la verdad, lo aparente ha suplantado a lo sustancial, la comodidad se impone a la consagración, y los modernos principios de crecimiento eclesial desplazan a la verdad bíblica, dando origen a verdaderos gurúes en esta materia como Paul Yongui Cho, Rick Warren, César Castellanos, etc., quienes han transformado el crecimiento en un fin, arrebatándole al Señor de la iglesia la facultad que sólo él tiene de añadir cada día a la iglesia a los que han de ser salvos (Hechos 2:47b).
Los evangélicos necesitamos arrepentirnos del enfoque mundano y antropocéntrico de la iglesia y volver a las Escrituras. La iglesia necesita una renovada contemplación de su majestuoso Señor Jesucristo. Y necesita familiarizarse con el plan y propósito para la iglesia, tal como lo establece la Biblia; necesita recordar que Cristo edificará su iglesia, y a su manera.
Cristo escribió siete cartas a siete iglesias, y aunque eran todas diferentes, Cristo amaba a cada una hasta el punto de escribirles y decirles lo que él pensaba. Por cuanto la sabiduría de Cristo para la iglesia es eterna y sus principios no cambian sino que están vigentes permanentemente, estas epístolas constituyen el fundamento para que las iglesias del siglo XXI se evalúen a sí mismas y hagan cambios allí donde Cristo lo ordena. No hacerlo es rechazar la autoridad de Cristo sobre la iglesia y menospreciar su promesa de bendición para los que obedecen su Palabra.
Por último, vaya un mensaje al C.M.I., a la institución católico–romana y al movimiento ecuménico: en los versículos 4 al 8 de Apocalipsis 1, encontramos algunas enseñanzas de gran importancia.
En primer lugar, vemos aquí que no fue el propósito de Dios crear una sola gran organización jerárquica llamada “La iglesia”, porque si tal hubiese sido su propósito, el Señor se hubiera dirigido a “La Iglesia” y no a cada uno de los ángeles (pastores) de “las iglesias”, como efectivamente lo hizo.
El Señor dirigió su revelación “a las siete iglesias” que están en Asia.
Obviamente, en dicha región había más de siete iglesias, pero tal vez el Señor escogió a estas siete porque representaban la condición de todas las iglesias establecidas existentes en el mundo, y lo que se les dice a ellas es aplicable a todas las demás, y, además, porque ninguna iglesia es subordinada ni responsable ante otra.
El Señor de la iglesia se dirigió a siete ángeles de siete iglesias con un mensaje a veces de aliento y de esperanza, y en otras de censura y condena para todas las iglesias de todos los tiempos, dejando claro con esto que no hay “papas” ni obispos universales.
Cada iglesia local o denominación es una organización autónoma a la que el Señor hace responsable únicamente ante él y directamente ante él de manera que la unidad del cuerpo de Cristo es espiritual, no terrenal.
Juan 17:11 no es un mandamiento a la iglesia, tampoco es en sentido terrenal y organizacional; es la oración de Jesús rogando al Padre por los suyos, (“… para que sean una cosa…”, espiritualmente (“…como también nosotros”.), porque “Dios es Espíritu”, dice Juan 4:24.
Debemos dirigir la mirada al comienzo –XXI siglos atrás– sobre la mayor promesa jamás dada a favor de la iglesia.
El Autor y Consumador de la fe (Hebreos 12:2), conocido también como el Pastor y Guardián de nuestras almas (1ª Pedro 2:25), dijo directamente: “…Yo edificaré mi iglesia, basada en mí” (paráfrasis de Mateo 16:18a), “…y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.
Esta promesa es para la iglesia fiel, para la genuina iglesia de Jesucristo.
“El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente, vengo en breve. Amén, sea así. Ven, Señor Jesús” Apocalipsis 22:20.
Bibliografía.
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- MacArthur, John: Biblia de estudio MacArthur, Editorial Portavoz, 2004.
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- Vila/Escuain: Nuevo Diccionario Bíblico ilustrado, Editorial CLIE, 1985.
- Todas las citas bíblicas fueron tomadas de la Santa Biblia Reina Valera 1909.
XIX Congreso ALADIC – Guatemala, 2007