Cristianismo sin Cristo
CRISTIANISMO SIN CRISTO
Rvdo. Moisés Moreira Lopes
Iglesia Presbiteriana
San Paulo, Brasil.
INTRODUCCIÓN.
Frecuentemente se dice, y es verdad, que un hilo de sangre corre desde Génesis hasta el Apocalipsis. Es la sangre que, en el lenguaje del apóstol Juan, nos limpia de todo pecado (1ª Juan 1:7). El Dr. M.R. de Haan afirma en su libro “Como estudar sua Bíblia” (Cómo estudiar su Biblia) que Cristo es el centro de la revelación, el objeto y fin de la Escritura revelada. Cristo es la llave para una interpretación correcta. El Dr. Haan dice que en el libro de Génesis Dios habló y creó el Universo por su Palabra. Continúa diciendo: Sabemos que esta Palabra es Cristo, porque Juan dice en el primer capítulo de su evangelio: “En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas y sin él nada de lo que es hecho fue hecho” (Juan 1:1-3). El Verbo es la Palabra y la Palabra es Jesús.
Lucas, el primer historiador de la Iglesia Cristiana, afirma que fue en la ciudad de Antioquía donde los discípulos fueron llamados cristianos por primera vez. ¿Por qué se les llamó así? Porque hablaban de Cristo, predicaban la Palabra de Cristo, exhortaban para que permaneciesen en Cristo, testificaban de la resurrección de Cristo y sanaban en nombre de Dios.
Cristo era su tema y su mensaje. Era el autor de la salvación, el consumador de la fe, el mediador entre Dios y los hombres, la primicia de la resurrección, el lirio de los valles, el alfa y la ómega, el principio y el fin, el deseado de las naciones. Los apóstoles eran la voz, el testimonio, el instrumento y el medio.
Cristo era el Rey de reyes, el Señor de señores, el Maestro de los maestros y el camino al cielo.
En mi ciudad de San Pablo, Brasil, hay un barrio que se llama Freguesia del Oh. Afirman los historiadores que tiene ese nombre porque el párroco empezaba siempre su predicación invocando a la virgen: Oh, María, mediadora de los hombres. Oh, María, consoladora de los afligidos. Oh, María, madre de los pecadores. Oh, María, bienaventurada entre las mujeres. Para ese párroco, Cristo no era el personaje central de su mensaje. Por hablar tanto de María, los fieles dejaron de adorar al Hijo y comenzaron a adorar a la madre. La madre, una mujer mortal, pasó a ser adorada y el Hijo, que es Dios encarnado, pasó a ser una figura decorativa en esa comunidad que se decía cristiana. Es el cristianismo sin Cristo. Es la iglesia que dejó de ser cristiana para convertirse en mariana.
En el libro de los Hechos se habla una sola vez de María, la madre de Jesús, pero destaca al Hijo de Dios prácticamente en cada versículo. Menciona a María como una mujer de oración, miembro de la nueva iglesia formada por los cristianos de la esperanza. Cristo, como observó el estudioso de la Biblia Roberto Lee, es presentado en el libro de los Hechos como el comandante e instructor de su pueblo (Hechos 1:2-9); la gran esperanza de la Iglesia (1:10-11); guía de su pueblo en los momentos de perplejidad (1:24; 10:13; 16:10; 22:18-21); dador del Espíritu Santo (2:33); tema de todos los sermones y mensajes (Hechos 2:22-26; 3:13-15; 4:1-3; 5:30; 6:14; 8:5; 10:36); el que hacía crecer la Iglesia (2:47); la única esperanza para un mundo que está pereciendo (4:12); cooperador activo en nuestro servicio (13:16,26; 28:910); agente personal en la conversión de Saulo (9:3-6); alentador de los suyos en sus muchas pruebas (7:55,56; 23:11).
Jesús dijo que sus apóstoles serían sus testigos y así lo fueron. Fueron fieles en la predicación y testigos vivos del evangelio de Cristo. Fueron cristianos en el sentido propio de la palabra. Cuando Pablo se convirtió se tornó en un defensor de Cristo y con argumentos convincentes probó, citando a los profetas del Antiguo Testamento, que Jesús era efectivamente el Mesías.
Lucas nos dice que Pablo hablaba osadamente (Hechos 9:27 y 29). Por lo tanto, surge una pregunta: ¿Hay cristianismo sin Cristo? La respuesta es afirmativa y negativa. Es afirmativa, paradojalmente, porque hay muchos que se dicen cristianos, pero no rinden culto a Cristo. Rinden culto a la virgen con varios nombres, tales como: Nuestra Señora Aparecida, Santa Eduvigis, Nuestra Señora de la Concepción, Nuestra Señora de los Navegantes y muchos otros. Rinden culto a los santos, como San Pedro, San Pablo, San Agustín, San Onofre y tantos otros que hasta han escogido un día, el día de Todos los Santos, para que ninguno sea olvidado en el mundo de los vivos. Es negativa, porque no se puede decir que uno es cristiano si no exhibe credenciales, si difícilmente puede decirse que cree en Jesús.
Tratamos ahora de ese cristianismo sin Cristo.
EXPOSICIÓN.
Un cristianismo sin Cristo es aquel que da importancia a la madre y no al Hijo de Dios.
María fue escogida por Dios antes de la fundación del mundo para que fuera madre de Jesús. De modo que antes que María existiera, ya existía el Cordero de Dios para salvar al pecador. Si el sacrificio no era todavía real para los hombres, puesto que aún no existían, ya era real para Dios, que existe desde toda eternidad. Es lo que el hombre nunca podrá entender, porque sobrepasa sus límites de ser finito.
Jesús estaba en una fiesta de bodas en Caná de Galilea. Reinaba la alegría y el placer se podía ver en los ojos, en las risas y en los cantos de los participantes. En cierto momento el jugo de uva, bebida corriente en aquella época, se acabó. No se sabe cómo, ni por qué, María, la madre de Jesús, lo supo. Como conocía los poderes milagrosos de Jesús, se acercó a él y le dijo en voz baja: “Vino no tienen”. Para mí, que me gusta leer entrelíneas, las palabras de María muestran su lado intrigante. Cristo (y creo estar seguro de la interpretación), para combatir la intriga y para enseñar una verdad teológica, le dice: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no ha venido mi hora”.
No la llama madre, sino mujer, toda vez que se acercaba con la intención de intervenir en su sagrado ministerio. No la acepta, aunque fuese su madre en sentido humano y la llama mujer, para que se mantenga en su límite.
Después, para que adquiera más conciencia de su posición humana, le dice: ¿Qué tengo contigo, mujer? Ella es mujer y él es Dios. Ella es humana y él es
divino. No quiere saber nada de intrigas, por lo cual no acepta la intervención humana de su madre en su ministerio divino y afirma: “aún no ha llegado mi hora”. Como no consigue ser mediadora, pues Cristo no se lo permitió, se dirige a los criados y les ordena: “Haced todo lo que os dijere”. Esta es una predicación evangélica y cristocéntrica. Los sirvientes se dirigían a la persona equivocada, pero María se somete a la voluntad divina, toma su lugar como ser humano y enseña, ante la negativa de Cristo, la manera correcta de recibir bendiciones celestiales: “Haced todo lo que os dijere”. Ese es el mensaje que la verdadera Iglesia cristiana debe predicar.
Como Jesús mandó, así lo hicieron. La bendición llegó a esa fiesta, a ese matrimonio, a ese hogar. La bendición fue derramada en el hogar no porque los sirvientes pidieran a María, sino porque obedecieron su orden: “Haced todo lo que os dijere”. Los hombres crean sus dioses a su semejanza y en vez de rendir culto al Hijo, que es el Hijo de Dios, lo rinden a la madre, que fue escogida para que Jesús se encarnara.
Un cristianismo sin Cristo es aquel que enseña que la salvación se obtiene por obras y no por Cristo.
Al escribir a los cristianos de Éfeso, Pablo dice: “Por gracia sois salvos, por la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios, no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). A los gálatas les dice: “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para que fuésemos justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley ninguna carne será justificada” (Gálatas 2:16).
En el siglo XVI, Tetzel predicaba la salvación por obras y decía en un vibrante sermón: “No cambiaría mis privilegios por los que San Pedro tiene en el cielo, porque he salvado más almas con mis indulgencias que San Pedro con sus discursos”. ¡Qué petulancia! Pedro predicaba a Cristo y decía: “Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Cierta vez un joven príncipe se acercó a Cristo y le dijo, preguntándole: “Maestro bueno, ¿qué haré para poseer la vida eterna?” El hombre siempre ha creído que para salvarse necesita hacer buenas obras. Las ideas son muchas, pero el apóstol Pablo dice que “los pensamientos de los sabios… son vanos” (1ª Corintios 3:20). Cristo, que como Dios es omnisciente, respeta las ideas del príncipe y sin polemizar enseña la universalidad del pecado y la impotencia del hombre para hacer buenas obras. No le enseña con un método expositivo, sino socrático, haciéndole preguntas y exigiéndole respuestas. Una pregunta fue muy directa: “¿Por qué me dices bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios”. Con esta pregunta y su respuesta enseña que el hombre es malo y sólo puede hacer obras malas, por lo cual no se puede salvar por lo que hace.
En otra respuesta dice: “Los mandamientos sabes: No adulteres, no mates, no hurtes, no digas falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre”. El joven respondió rápidamente: “Maestro, todo esto he guardado desde mi mocedad”. Cristo no le refuta directamente, sino que da lugar a la respuesta petulante, sabiendo que el joven mentía consciente o inconscientemente, pues el pecador transgrede sin saberlo, porque tiene su corazón petrificado. Su afirmación era falsa en cuanto a lo primero que dijo, porque se adultera con los ojos y con los pensamientos. Era falsa respecto a lo segundo, porque también es homicida el que no ama a su hermano y mata al hablar mal del prójimo y a sí mismo, comiendo y bebiendo en exceso. El mandamiento es muy amplio. También era falsa su tercera afirmación, puesto que se hurta cuando no se cumple la palabra empeñada y se vive como si no hubiera normas que cumplir. Falsa era su cuarta afirmación, pues es de la esencia humana la mentira y Juan dice, inspirado por Dios, que el que dice que no miente, ya mintió, porque no hay verdad en nosotros. Falsa era también su última afirmación, toda vez que un padre cuida de diez hijos y diez no cuidan de un padre, cuando no se cuida es porque no se honra y el que no honra, no obedece el mandamiento.
Ante tantas falsedades contenidas en su respuesta, sin avergonzarlo delante de los discípulos, le dice al joven: “Una cosa te falta: ve, vende todo lo que tienes y da a los pobres y tendrás tesoro en el cielo y ven, sígueme”. Era sólo una demanda, pero que valía por todas, porque las otras sólo tenían valor terrenal, pero lo que le faltaba tenía valor celestial: “Ve, vende todo lo que tienes y da a los pobres y tendrás tesoro en el cielo y ven, sígueme”. Cristo exige fe y obras. La fe para ser salvo, pero la obra para demostrar que se tiene fe. Sin embargo, alguien podría objetarme: “Cristo dice que sólo le faltaba una cosa, ¿cómo dice Ud. que son dos?” La respuesta es simple: Si la fe salva y la obra es sólo para demostrar la fe, entonces lo que le faltaba al joven príncipe era sólo una cosa: la fe.
Fue la fe la que Pablo y Silas le exigieron al carcelero para que pudiese ser salvo. Los hombres de Dios le dijeron al hombre que quería ser salvo: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa” (Hechos 16:31). Jesús dice: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna y no vendrá a condenación, mas pasó de muerte a vida” (Juan 5:24).
El cristianismo sin Cristo es el que enseña que hay muchos mediadores y deja a Jesús en un plano secundario.
Juan, el apóstol, registró en su evangelio estas palabras de Cristo: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago también él las hará y mayores que éstas hará porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiéreis al Padre en mi nombre, esto haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiéreis en ni nombre, yo lo haré”. (Juan 14:12-14).
Esta lección fue tan bien asimilada que Pablo, al escribir a Timoteo, le dice: “Porque hay un Dios, asimismo un mediador entre Dios y los hombres. Jesucristo hombre” (1ª Timoteo 2:5).
En cierta ocasión Pedro y Juan fueron al templo a orar. Cuando subían juntos, vieron en la puerta del templo un paralítico que pedía limosna. Estiró la mano y les pidió a los discípulos de Jesús una contribución para mantener su vida vegetativa. Pedro le dijo al limosnero: “Ni tengo plata ni oro, mas lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”.
No le pidieron a los santos ya muertos, sino a Cristo y en el nombre de Cristo.
La lección fue bien aprendida, porque siempre fue así y continuó siéndolo. Se registran muchas oraciones en el Antiguo Testamento, pero ninguna fue dirigida a Dios en el nombre de los santos. Moisés fue considerado siempre como un gran profeta, así como Isaías, Daniel, Jeremías, Amós, pero nunca un siervo de Dios hizo su oración invocándoles como mediadores. El único mediador es Jesús y ninguno más. Si los hombres del Antiguo Testamento pedían a los sacerdotes de la tribu de Leví que orasen por ellos, Cristo, nuestro sumo sacerdote en la nueva dispensación los sustituyó a todos ellos.
Es por eso que el escritor de la epístola a los Hebreos dice: “Por tanto, teniendo un gran Pontífice, que penetró los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda complacer de nuestras flaquezas, mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:14-16).
Además dice: “por lo cual puede también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25).
Cuando Pablo les escribe a los romanos, pregunta y responde: ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió, más aun, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. (Romanos 8:34).
Todos los apóstoles enseñaron la misma verdad. Cristo es el único mediador. Cristo está sentado a la diestra de Dios para interceder constantemente por nosotros. Y es por eso que nuestra iglesia es tanto católica como apostólica, porque predica las enseñanzas de Cristo proclamadas y vividas por los apóstoles.
Cristianismo sin Cristo es el que atribuye al ser humano poderes que jamás ha tenido, ni jamás tendrá. Poder para sanar. Poder para resolver problemas emocionales. Poder para resolver problemas sociales. El hombre no es omnipotente, ni omnipresente, ni omnisciente. Esos son atributos de Dios.
Si el hombre no tiene capacidad para resolver sus problemas, ¿la tendrá después de muerto? El profeta Isaías registró en su libro estas palabras del Señor: “Y si os dijeren: Preguntad a los pitones y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Apelará por los vivos a los muertos?” (Isaías 8:19).
Cuando Pedro estaba vivo y ejerciendo su ministerio apostólico no aceptó ser adorado. En la casa de Cornelio, cuando lo visitó, para entregar el mensaje divino, fue recibido con mucha pompa. Cuanto el centurión le vio, se emocionó tanto, ya que era la respuesta a su sueño, que llegó hasta a arrodillarse a los pies del discípulo de Cristo, adorándole. Con gran presteza, Pedro lo levantó y le dijo: “Levántate, yo mismo también soy hombre” (Hechos 10:26).
No aceptó ser adorado, pero hoy los hombres se olvidan de lo que dijo Pedro al contarse en el número de los seres humanos y no solamente lo adoran, sino que también le atribuyen poderes que sólo tiene Dios. Pedro ha sido invocado como regulador del tiempo y de las estaciones del año. Pedro ha sido puesto en el lugar de Cristo, como portero del cielo. Los hombres han destronado a Cristo y han puesto en su lugar al discípulo más intrépido.
Es el cristianismo sin Dios y sin Cristo. Los herejes han destronado a Jesús en sus predicaciones y ceremonias.
CONCLUSIÓN
Ante todo esto, debemos observar lo que dice Judas en su carta: “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros de la común salud, me ha sido necesario escribiros amonestándoos que contendáis eficazmente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”.
Es una paradoja, pero una verdad incontestable: Hay personas que se dicen cristianos, pero que no lo son. Hay cristianismo sin Cristo, porque en el lugar de Cristo ponen a María, la madre. Es la virgen la que es destacada y si el mensaje parece bueno, al final tiene un salve regina, de modo que la conclusión destruye el mensaje, puesto que funciona como la moraleja de la historia.
Alabado sea Dios que envió a su Hijo, quien debe ser alabado por todos nosotros y alabado sea el Espíritu Santo, que nos ha iluminado. Alabada sea la Santísima Trinidad por los siglos de los siglos, sin fin.