Hebreos 11, 20-22 Isaac, Jacob, José, lecciones de fe para los hijos de Dios hasta hoy

Hebreos 11:20–22

“Isaac, Jacob y José, lecciones de fe para los hijos de Dios hasta hoy”

 

20 Por fe bendijo Isaac a Jacob y á Esaú respecto a cosas que habían de ser.

21   Por fe Jacob, muriéndose, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró estribando sobre la punta de su bordón.

22  Por fe José, muriéndose, se acordó de la partida de los hijos de Israel; y dio mandamiento acerca de sus huesos.

 

Comentamos al inicio de la revisión de este capítulo que los episodios que el apóstol selecciona de la vida de cada uno de los personajes escogidos corresponden a los momentos más sublimes de la vida de fe de ellos.

 

En nuestra meditación de hoy consideraremos los ejemplos de cuatro héroes de la fe, lo haremos en dos partes.

 

Isaac y Jacob.

 

Las menciones de Isaac, Jacob y José tienen un elemento en común que es la gran lección que debemos extraer para nosotros en esta oportunidad: la fe que derrota la muerte.

 

Matthew Henry, comentando este pasaje dijo: “Aunque la gracia de la fe es de uso universal durante toda la vida cristiana, especialmente lo es cuando morimos. La fe tiene su más grande obra por lograr al final, para ayudar a los creyentes a terminar bien, a morir de manera que honre al Señor, con paciencia, esperanza y gozo, de forma tal que dejemos un testimonio sobre la verdad de la Palabra de Dios y la excelencia de sus caminos”, como veremos estos tres héroes de la fe nos mostraron esta realidad en el momento de su partida a la Patria Celestial e ilustran el poder de la fe para enfrentar la muerte.

 

Tanto Isaac como Jacob tuvieron vidas con altos y bajos, no siempre vivieron con fidelidad, confiaron imperfectamente en Dios, igual como nosotros lo hacemos. José, en cambio se presenta como un ejemplo de vida íntegra, odiado por sus hermanos, vendido como esclavo, enfrentando en soledad (sin el apoyo de su familia) muchas tentaciones y dificultades, se determinó a confiar y obedecer a Dios, en una tierra extraña y pagana.

 

El énfasis de este pasaje nos lleva en los tres casos a la fe que ellos manifestaron al momento de enfrentar el final de sus vidas, cuando ya no queda tiempo para falsas pretensiones, ni hipocresía, cuando se hace imposible fingir la fe y se enfrenta la puerta de la eternidad.

 

Nuestros personajes tienen en común que los tres enfrentaron el momento de su muerte disfrutando la luz de la fe verdadera.

 

Aunque ninguno vio en vida el cumplimiento de las promesas divinas, las legaron a las generaciones siguientes con plena certeza que eran la Palabra de Dios y que llegado el momento se cumplirían las tres promesas hechas al padre Abraham: poseer la tierra de Canaán, ser una nación grande y ser motivo de bendición a toda la humanidad. En los tres se aplica Hebreos 11:13 Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido las promesas, sino mirándolas de lejos, y creyéndolas, y saludándolas, y confesando que eran peregrinos y advenedizos sobre la tierra.  Ninguno vio el cumplimiento de estas promesas, sin embargo, tenían tal confianza en que la Palabra de Dios es firme que las traspasaron en herencia a sus descendientes, esta es la seguridad de la fe, para ellos el hecho de conocer las promesas de Dios fue suficiente.

 

No murieron desesperados, la fe verdadera trae seguridad efectiva en la vida de quienes la poseen, esta no es una experiencia lejana a nosotros, hemos visto a muchos creyentes llamados a la presencia del Señor y sus rostros, ya sin vida, muestran la expresión de la paz que embargaba su corazón en el momento de ir al Padre. Pienso que ocurre una manifestación celestial cuando de acerca el momento de la partida de un hijo de Dios, tal como ocurrió con Esteban que en los momentos previos a ser lapidado por predicar a Jesús, nos relata Lucas: Mas él, estando lleno de Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios. Hechos 7:55–56.

 

El caso de Isaac. Tal vez de los tres, es el más opaco, sólo está presente en un poco más de dos capítulos en Génesis 26 y 27 más algo del 25. Lo interesante para nosotros es que casi conocemos más de sus debilidades y errores que de sus éxitos.

 

Ante una hambruna local, en vez de depositar su confianza en Dios y mantenerse en la tierra prometida, toma sus cosas y se va a Gerar donde Dios le habla y maravillosamente revalida su pacto establecido con Abraham, al decirle: Habita en esta tierra, y seré contigo, y te bendeciré; porque a ti y a tu simiente daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que juré a Abraham tu padre: y multiplicaré tu simiente como las estrellas del cielo, y daré a tu simiente todas estas tierras; y todas las gentes de la tierra serán benditas en tu simiente.” Génesis 26:3–4. Vemos que Dios le pasó directamente a Isaac las promesas del pacto.

 

Si Isaac hubiera sido maduro en su fe, las palabras de Dios debieron ser suficientes para vivir sin temores. Dios le expresó a Isaac: seré contigo, y te bendeciré, es exactamente lo que Dios nos ha prometido, pero tal cual ocurrió con Isaac, nuestra fluctuante fe no nos permite ver la bendición que tenemos a nuestra mano.

 

Hermanos, vivir en la seguridad de la fe que Dios obra en nuestros corazones ha sido el sustento espiritual de generaciones de hijos de Dios que debieron enfrentar privaciones, persecuciones y vidas de gran dificultad a causa de la fe, recuerdo el caso del misionero a los piles rojas, el hno. David Brainerd, entregó su vida a la evangelización, murió a una corta edad y sin ver el resultado de su trabajo, porque no trabajaba para sí, sino para el Padre Celestial a quien le rindió su vida en gratitud por la salvación de la condenación recibida por medio de la fe en la sangre de Cristo que es suficiente para perdonar todos nuestros pecados y dejarnos libres de toda maldad. Sin embargo, su predicación produjo frutos de bendición a millares después de su muerte. No vio el fruto de su legado, pero eso no lo llevó a restarse de la evangelización, lo que literalmente consumió su vida.

 

Cercano a su muerte Isaac, al bendecir a Jacob, expresa toda la fe en que las promesas de Dios son firmes y siempre se cumplen, le dirige su bendición a Jacob como si todo ya estuviera cumplido.

 

En el caso de Jacob resulta más impactante, Isaac lo bendijo estando en la Tierra Prometida, Jacob llegó a sus últimos días viviendo como extranjero en una tierra extraña para él, Egipto. Sin embargo, a pesar de que gracias a los cuidados y esmero de José, Jacob y su familia pudo prosperar en Egipto, al acercarse el momento de su muerte llamó a cada uno de sus hijos para bendecirlos y en cada una de esas bendiciones la realidad de la Tierra Prometida estuvo presente. Recordemos que Dios renovó con Jacob el pacto hecho con Abraham. Al momento de bendecir a Efrain y Manasés, los hijos de José les señaló posesiones como si él hubiera sido el dueño de esas tierras. El gozo de entregar esta bendición a los hijos de su amado José lo llenó de gratitud a Dios y lo impulsó a adorar a Dios por todas las bendiciones que sin duda sus nietos recibirían de Jehová, Dios de Israel.

 

Su vida estuvo llena de altos y bajos, pero al momento de ya no quedar tiempo para nada más simplemente vuelve su rostro a Dios y vemos su expresión llena de alabanza y gratitud por lo que Dios haría con su descendencia, nuevamente vemos aquí el recuerdo del pacto de Dios con Abraham presente, ya el pueblo eran varios cientos al momento de la partida a la Patria Celestial de Jacob, faltaba mucho para que llegaran a ser numerosos como las estrellas del cielo, sin embargo, Jacob ya veía esa realidad en su corazón, y ese sólo hecho lo llevó a alabara Dios. Es una hermosa lección para los cristianos de nuestros días. Estamos tan llenos de actividades e inmersos en las costumbres con las que el mundo nos ha envuelto y perdemos de vista todo lo que Dios tiene reservado para sus hijos por la eternidad, como lo expresa Pablo en 1ª Corintios 2:9  “Antes, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios preparado para aquellos que le aman.”

 

Conocer la vida de estos hombres, que están presentes en la galería de los héroes de la fe nos muestra que Dios capacita a sus hijos para vivir vidas que le agraden y que nuestro destino es un destino seguro y cierto. Hermanos, estamos viviendo días difíciles, son tiempos muy apropiados para volver nuestra mirada al cielo. Siempre Dios ha estado pronto para bendecir a sus hijos hasta en el momento de la muerte, lo que debemos considerar es que nosotros marcamos todo con antes y después de la muerte pero para Dios es un continuo, hoy estamos en esta vida terrenal y Dios nos permite alabarlo y reconocerlo en todos nuestros caminos e incluso si siendo hijos de Dios, nuestra vida anda errante, no por eso Dios nos abandona. En los días de Jacob, permitió que una severa hambruna empujara a Jacob a trasladarse a Egipto, sin embargo, antes de eso, Dios preparó todo, vemos como es maravilloso el poder de Dios que tiene todas las circunstancias de nuestra vida en control.

 

Debemos vivir en la seguridad de que Dios tiene nuestras vidas bajo su cuidado y protección, lo que no tenemos que interpretar que recibiremos de Él lo que se nos antoje, como un niño mimado pretende actuar con sus padres.

 

José.

 

Por fe José, muriéndose, se acordó de la partida de los hijos de Israel; y dio mandamiento acerca de sus huesos.

Este es el último Patriarca al que se refiere Moisés.

 

La vida de José tuvo de todos los ingredientes que podemos imaginar, vivió 17 años con su padre, siendo el hijo preferido de Jacob, lo que le atrajo la envidia y rencor de sus hermanos, Luego fue vendido como esclavo por sus propios hermanos y llevado a Egipto.

 

Comprado por Potifar su casa fue prosperada por Dios debido a la presencia de José, pero ahí la esposa de Potifar puso sus ojos en José y lo pretendió sexualmente, sin embargo, el temor de Jehová atesorado en el corazón de José lo protegió cada día de caer, y aunque estaba literalmente sólo humanamente hablando, su fe lo sostuvo cada día y Dios lo protegió en medio de todas las adversidades.

 

Fue a dar a la cárcel injustamente, pero ahí Dios lo prosperó. Pensó que tendría la posibilidad de salir prontamente de la cárcel luego de haber, por la gracia de Dios, interpretado los sueños del panadero y del copero de Faraón, pero todavía tuvo un par de años más en la cárcel antes de ser llamado ante el mismísimo Faraón y acceder al puesto que lo acompañó hasta el último día de su vida, ser el 2° en el reino de Egipto después de Faraón.

 

Pudo proveer todo lo que su padre Jacob y sus hermanos requirieron para no morir de hambre en Canaán.

 

Sus hermanos pensaron que desde su puesto de poder José se vengaría de ellos, pero en cambió los llama para expresarle que todo había sido el plan de Dios para salvarlos de la muerte segura que hubiera ocurrido a causa de la hambruna vivida.

 

Durante esta parte de su vida José pudo disfrutar de todo lo que el mundo podía brindarle a alguien, sin embargo, jamás olvidó cómo la mano de Dios obró en su favor cada día de su vida.

 

Es lo mismo que podemos expresar nosotros de nuestra vida, muchas veces vemos que todo se pone oscuro y como si no hubiera salidas posibles, sin embargo, sin darnos cuenta cómo Dios da las salidas y podemos ver su mano generosa y bondadosa actuando en nuestro favor.

 

Pero ¿Cuándo según la Palabra de Dos la fe de José tuvo su máxima manifestación?

 

Fue en el momento de enfrentar su muerte. La seguridad en que las promesas de Dios se cumplen siempre, convicción que muchas veces nos abandona, en el caso de José se hizo patente en los momentos antes de morir.

 

Había una promesa divina: Dios daría a su pueblo una tierra, los transformaría en una nación, eso no se cumplía en las condiciones favorables en que vivían hasta ese momento en Egipto.

 

Había una promesa y aferrado a esa promesa, José pidió algo distinto a lo que había ocurrido con Jacob, quien fue llevado a Canaán para ser sepultado, José comprometió a sus hermanos que el día en que todo el pueblo saliera rumbo a la Tierra Prometida, recién en ese momento, y no antes, sus huesos fueran llevados por ellos para ser enterrado en Canaán. Fe en acción. Fe en algo que no se veía cuándo ocurriría pero certeza total de qué ocurriría en el momento de la historia dispuesto por Dios.

 

Casi 300 años transcurrieron antes de que se cumpliera la promesa de Dios de llevar de regreso a su pueblo a la Tierra Prometida. Fue el tiempo que los huesos de José testimoniaron ante todo el pueblo que había una promesa divina que cumplido el tiempo se cumpliría.

 

Dios en su Palabra es tremendamente generoso en promesas para sus hijos. Vivamos en la seguridad que cumplido el tiempo de Dios todas ellas se cumplirán en la vida de sus hijos.

 

Amén.

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